Dice la leyenda —que el mismo Santiago Caputo se encarga de agrandar y ese quizás sea uno de sus principales logros como estratega— que en el momento más crítico de su gestión, la ministra de Capital Humano Sandra Petovello entró como una tromba a la oficina del Mago del Kremlin en la Casa Rosada y, a los gritos, le dijo: “Así no se puede, me renuncian los funcionarios, nada funciona, necesito más presupuesto”. El asesor estrella del presidente la miró con particular desprecio y respondió: “¿Y quién te dijo que vinimos acá para que las cosas funcionen? Vinimos a romper todo, Sandra”.
Por ese entonces, febrero de 2024, el Messi de la comunicación digital tenía como principal desafío mantener viva la mística antipolítica del León. Impedir que el ingreso al Palacio sofocara el impulso destituyente de una fuerza cuya principal bandera es el odio al Estado. Pero, luego de cargarse al jefe de Gabinete Nicolás Posse, Caputo comenzó a colonizar espacios de poder. El más importante para él es el área de inteligencia.
es un flashback
Para entrever cómo podría configurarse el espionaje en clave libertaria, hay historias previas que nos pueden orientar. Secuencias del pasado que ayudan a prever lo que vendrá. Aquí vamos a intentar una breve arqueología del sistema de inteligencia nacional. Pueden distinguirse en los últimos cuarenta años tres etapas bien marcadas. La primera es de “transición o desmilitarización”; a la segunda la llamaremos “espionaje para la corona”; a la tercera, “intervención y desmontaje”.
Cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de 1983, la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) estaba colonizada por un Ejército argentino que venía de aniquilar a decenas de miles de ciudadanos y de perder una guerra ridículamente concebida. No le fue fácil al líder radical consagrar la depuración. El encargado de meter las manos en la cloaca fue Enrique “Coti” Nosiglia, dirigente porteño de “la Coordinadora”, grupo juvenil cuyos integrantes se autopercibían guerreros de la democracia y pronto se iban a convertir en la primera camada de funcionarios de la nueva casta. Entre los lugartenientes del Coti se contaba un muchacho cordobés de nombre José Luis Vila, quien se tornó especialista en la materia. El asalto al cuartel de La Tablada en enero de 1989 evidenció el fracaso total de la escuadra alfonsinista. Se comieron más operaciones que Frankenstein.
Uno de los encargados de desestabilizar la primavera democrática fue el periodista Juan Bautista “Tata” Yofre, de fuertes vínculos con la familia militar. Yofre le entregó información de primera mano al entonces candidato peronista Carlos Menem, quien al asumir el mando le pagó con la titularidad de la SIDE. El Tata duró apenas seis meses en el cargo, pero le alcanzó para comprarse con plata del erario público un archivo del Batallón 601, que incluía transcripciones enteras de los interrogatorios bajo tortura a varios desaparecidos, con el que luego escribió brumosos libros al servicio de la batalla cultural.
Con el ingreso de Hugo Anzorreguy, quien se mantuvo al frente de la Secretaría durante todo el menemismo, se concretó la transición. La condición de posibilidad fue una componenda antimilitar, que antecedió por una década al Pacto de Olivos, y tuvo como artífices al Coti y a su álter ego peronista, el operador devenido empresario José Luis Manzano. En la década del noventa convivieron dentro de la SIDE los residuos de la dictadura, representados por un conjunto de agentes que se autodenominaban la Sala Patria, y el germen de lo que pronto sería el nuevo statu quo, cuyo principal exponente es el espía más famoso de la historia argentina: Antonio Horacio Stiuso, más conocido como Jaime. La cruda interna concluyó con el triunfo del segundo bando, gracias a una compleja trama vinculada al encubrimiento del atentado a la AMIA, en la que se involucraron los principales servicios de las potencias extranjeras. A partir de ese momento, el nuevo juguete de los servilletas pasó a ser la Justicia. De la “guerra sucia” al lawfare.
Diciembre de 2001 fue un reseteo que habilitó el nuevo esquema de gobernabilidad. Dos años antes la dupla del Coti y Vila había vuelto a tener influencia en la Secretaría, como parte del gobierno de la Alianza. Una vez más serían eyectados antes de tiempo, sin glorias y con algunas penas. Aprovechando el desquicio de cinco presidentes en once días, Stiuso tomó el poder de la SIDE e impuso un criterio: a partir de ahora el Ejecutivo designaría solo a los dos principales jefes, el 5 y el 8; de ahí para abajo, los cuadros técnicos serían puestos por la Casa. O sea por él. Luego logró ganarse la confianza del presidente Kirchner, ofreciéndole una caja de herramientas inestimable para quien debía reconstruir el país con dos escarbadientes. Carpetazos para disciplinar empresarios, desarmar bandas criminales que se estaban zarpando, y sobre todo una manera de controlar al propio peronismo, de disciplinar al frente interno. Fue el momento de gloria del espionaje político.
Cuando Néstor murió, ese esquema non sancto que había edificado quedó a la deriva. El punto de quiebre fue en 2013, cuando Jaime conspiró para Sergio Massa, quien le propinó al kirchnerismo una sonora bofetada electoral. Entonces la presidenta Cristina Fernández decidió patear el hormiguero y ordenó una disputa abierta contra Stiuso, que encargó a un militar nac&pop de la rama de inteligencia: César Milani. La contienda tuvo un desenlace rápido y furioso: intervención de la SIDE en diciembre de 2014, expulsión y escarnio público para el jefe de los espías. Pocos días más tarde el fiscal Nisman se suicidaba, víctima de un oscuro complot todavía no esclarecido. Golpe por golpe, CFK disolvió la Secretaría y fundó en su lugar la Agencia Federal de Inteligencia (AFI).
Después de la tormenta, vino una secuencia más conocida y reciente de degradación e intrascendencia. Mauricio Macri y Alberto Fernández. La banda de Super Mario Bros. y la obsolescencia programada. Este sinuoso proceso de cuatro décadas tiene un inquietante y poco reconocido colofón, aunque se trata de un secreto a voces: la inteligencia estatal tiende a tercerizarse, se convierte cada vez más en un negocio empresarial, enchufado a las agencias imperiales.
retroceder para tomar impulso
En sus engranajes esenciales, el gobierno de Javier Milei parece estar dando marcha atrás. En el comando de la economía, por ejemplo, ubicó al fracasado ministro de Macri, Luis Caputo. Al frente de las fuerzas de seguridad puso a Patricia Bullrich, con el agravante de que la ex sheriff de Cambiemos fue también ministra durante el fallido gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001). En lo relativo al espionaje estatal, el procedimiento pareciera ser más rancio aún: primero convocó a una sarta de militares, como si quisiera retroceder a la época de las cavernas procesistas; y ahora refundó la vieja Secretaría, con un rediseño institucional digno de la Guerra Fría. Sin embargo, nuestra hipótesis es que se trata de un amague. Veamos.
La gestión inicial de la AFI libertaria estuvo bajo la órbita del entonces jefe de Gabinete Nicolás Posse, quien nombró a su amigo Silvestre Sívori como director de la Agencia. Como ninguno de los dos tenía idea, le encargó el paquete al brigadier Jorge Jesús Antelo, su secretario de Estrategia. El exoficial de la Fuerza Aérea, a su vez, delegó la tarea en Celestino Mosteirin, tucumano, coronel mayor retirado y veterano de Malvinas. Fue este último quien sumó a varios cuadros jubilados de las Fuerzas Armadas. La noticia corrió rauda y algunos portales periodísticos la publicaron, lo que motivó el llamado de atención del departamento jurídico de la Casa. Era ilegal dar a conocer el nombre de los funcionarios de inteligencia, argumentaron. Sin embargo la revista crisis, en su edición 62 aparecida en marzo, hizo caso omiso a la presión y decidió enumerar a los miembros de la troupe castrense. No hubo denuncia alguna.
Cuando el 27 de mayo Posse renunció y con él se marchó Sívori, la AFI no pasó a depender del nuevo jefe de Gabinete Guillermo Francos sino del estratega Santiago Caputo. Su designado para dirigir la Agencia fue Sergio Darío Neiffert, un empresario de Los Polvorines (partido bonaerense de Malvinas Argentinas), socio del exintendente durante veinte años de dicha localidad, Jesús Cariglino, en la financiera New Consuld, y dueño de una firma de cartelería en la vía pública, Carteles Ya. A la hora de descifrar el motivo de tan extraña elección, hay quienes dicen que el nuevo jefe de los espías era íntimo amigo del escribano Claudio Caputo, padre del actual mandamás. Pero el objetivo serían las decisivas elecciones de medio término en el territorio más poblado del país.
Como Neiffert es analfabeto en cuestiones de inteligencia, quien efectivamente se encarga de la faena es María Laura Gnas, abogada porteña que se desempeñó en la Dirección de Asuntos Jurídicos de la Agencia durante el gobierno de Macri y defendió al exsubsecretario de Reunión de Información, Eduardo Winker, en la causa por espionaje a los familiares del ARA San Juan. Gnas se reúne en secreto con su nuevo jefe en lugares insólitos como la Sociedad Rural o la Reserva Ecológica.
Pero la verdadera innovación de la gestión Caputo, por ahora, es el cierre de la AFI y la reconstrucción de la SIDE, un movimiento restaurador de alto contenido simbólico. El nuevo Sistema de Inteligencia Nacional (SIN) fue anunciado el 16 de julio con la publicación del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 614/2024. Su diseño estuvo a cargo de José Luis Vila, el histórico operador de Coti Nosiglia, quien ingresó como secretario de Estrategia en reemplazo del brigadier Antelo, gracias al convite de Guillermo Francos. También colaboró en la redacción de la norma María Ibarzabal Murphy, flamante secretaria de Planeamiento Estratégico Normativo, con experiencia en los bufetes de abogados más encumbrados del país, incondicional del Mago del Kremlin.
La renacida SIDE será el órgano rector del sistema de espionaje y tendrá bajo su órbita cuatro agencias y dos direcciones nacionales. Entre las primeras se cuentan: el Servicio de Inteligencia Argentino (SIA), encargado de la producción de inteligencia exterior; la Agencia de Seguridad Nacional (ASN), que se ocupará de las amenazas internas (criminalidad organizada, proliferación de armas, atentados contra el orden constitucional); la Agencia Federal de Ciberseguridad (AFC), que velará por el cuidado de la infraestructura digital estratégica; y una División de Asuntos Internos (DAI), para controlar y auditar las otras tres dependencias. La nueva SIDE tendrá también un control mayor sobre la Dirección Nacional de Inteligencia Criminal (DINICRI), que depende del Ministerio de Seguridad, y de la Dirección Nacional de Inteligencia Estratégica Militar (DINIEM), que está en la órbita del Ministerio de Defensa. Pese a la grandilocuencia del dibujo, los que saben dicen que el objetivo es más bien fragmentar, para que nadie detente un dominio absoluto.
Los jefes designados tienen diversas proveniencias y no parecen seguir un patrón explícito. Al mando del SIA nombraron al contralmirante Alejandro Walter Colombo, con cierta trayectoria en la Casa porque fue delegado en España durante los años noventa. Luego recaló en el Gobierno porteño, siempre en el área internacional, y reincidió en la AFI durante la gestión de Macri, como enviado a Roma. A cargo de la ASN quedó el comisario general retirado Alejandro Pablo Cecati, quien hizo carrera en la división custodias de la Policía Federal. Primero fue sabueso del ministro del Interior de Menem, Carlos Corach; luego lo cuidó al inefable Daniel Scioli; y coronó su currículum como culata del líder del PRO. En cuanto a la AFC, allí ubicaron al doctor en Matemáticas, Ariel Waissbein, de nulo prontuario en política y respetado por sus colegas informáticos. Otro nombramiento particularmente pintoresco: un Tata Yofre casi senil volvió a la cueva de sus amores como director de la Escuela Nacional de Inteligencia (ENI). No parece un staff temible.
Los rumores de que volvieron los viejos operadores del recontra espionaje alimentan la mitología del sinuoso asesor que atiende en el salón Martín Fierro de la Casa Rosada. En verdad, es muy posible que los verdaderos espías no acepten un trabajo tan precario, casi seguro fugaz y que, si salen mal las cosas, puede incluir un vuelto y ocasionar represalias. Además, es poco sensato creer que la administración libertaria esté pensando en construir capacidades estatales. Ni tiene con qué, ni le interesa. ¿A qué está jugando entonces el oficialismo?
caos y control
Nuestra conjetura: la SIDE es un eslabón particularmente relevante, en el marco de una estrategia que se propone detonar, maniatar y succionar al aparato estatal, con la finalidad de construir un poder paralelo al servicio del mercado y de la internacional reaccionaria. La información constituye un recurso clave en el plan de la ultraderecha contemporánea, una de las tres fuerzas terrenales necesarias para desplegar hegemonía. El dinero, las armas y los datos. Lo demás no importa nada.
Conviene leer Los ingenieros del caos, de Giuliano da Empoli, mismo autor de El mago del Kremlin, para percibir las reminiscencias maquiavélicas, uno podría decir incluso leninistas, de esta verdadera red global de manipuladores de la ira colectiva. “Los ingenieros del caos comprendieron que la rabia constituía una fuente colosal de energía, y que podía explotarse para lograr cualquier objetivo, siempre y cuando se entendieran los mecanismos y se dominara la tecnología”. Steve Bannon, ahora encarcelado, fue uno de los pioneros, cuando ensambló la maquinaria que llevó a Donald Trump al poder en 2016. Sin embargo no fue el primero, mucho menos el único. Antes, Gianroberto Casaleggio había inventado un dispositivo digital postideológico al servicio del Movimiento 5 Estrellas, que refundaría de cuajo la política italiana. Hay que mencionar también a Arthur Finkelstein, gran estratega del húngaro Viktor Orbán. Pero Bannon es, dice Da Empoli, un poco el Trotsky de la revolución populista. “Instalado en la oficina de asesor político, no resistió la tentación de escenificarlo. Para un estratega siempre es una mala idea lanzar sus propias ideas en la prensa en lugar de susurrarlas al oído del príncipe, especialmente cuando se trabaja para el símbolo viviente de la Edad del Narcisismo. Y, en efecto, un año después fue expulsado de la Casa Blanca”. Es posible que Santiago Caputo haya aprendido la lección, apostando por constituirse en el mago del off. Hay que ver si llega a cumplir un año en la Casa Rosada.
Lo cierto es que vale la pena registrar los actos y las articulaciones, antes que dejarse llevar por los mensajes encriptados en X. El primer dato de relevancia es evidente: Caputo no posee un cargo en el organigrama gubernamental, sino que fue contratado apenas como asesor por la Secretaría General de la Presidencia, cuya titular es “el jefe”, Karina Milei. La distancia entre su inscripción institucional y el poder real que maneja es inédito. La soberanía, parece decirnos, no reside en el funcionariado. El mando no es un atributo, simplemente se ejerce. Un verdadero sopapo al fetichismo burocrático. Un gesto de desprecio hacia los pruritos republicanos.
La segunda preocupación del estratega tiene que ver con el financiamiento para poner en marcha la máquina de espiar, señal de la prioridad que otorga al rubro. El mismo día que se restauró la SIDE, apareció otro DNU, el 656/2024, que dispuso una ampliación de 100.000 millones de pesos para la SIDE, en concepto de fondos reservados, o sea secretos, porque quedan excluidos de las obligaciones de publicidad y control que establece la Ley de Administración Financiera. Gracias al cuadro que acompaña esta nota podemos sacar dos conclusiones interesantes sobre esta iniciativa: por un lado, si bien el presupuesto para la inteligencia aumentaba considerablemente respecto de los últimos veinte años, para alcanzar las cifras de 2003, seguía estando bastante por debajo de los números de finales del siglo veinte; lo que sí crecía de una manera inédita era el porcentaje de esos fondos que se proyectaban como secretos.
La medida generó un revuelo tal que derivó en el rechazo por parte del Parlamento del decreto presidencial, primera vez en la historia del país que tiene lugar un acto institucional de este tenor. Quienes conocen el paño aseguran que gastarán lo mismo, pero a través de mecanismos administrativos que eluden la dimensión legislativa.
El 15 de septiembre el Poder Ejecutivo presentó el Presupuesto 2025, que asigna 197 mil millones de pesos a la SIDE, lo que consolida su expansión presupuestaria. Los montos para inteligencia del próximo año cuadruplican su peso dentro de los gastos de la administración pública nacional, al saltar de un 0,04% en 2023 al 0,17% en 2025. Para entender la magnitud de este incremento, en el contexto de un ajuste brutal del gasto público, digamos que el Ente Nacional de Obras Hídricas de Saneamiento, encargado de expandir la red de agua potable y cloacas, tiene asignados 108.500 millones para 2025, la mitad de los gastos destinados al espionaje, cuando en 2023 ese mismo organismo ejecutó casi cuatro veces los gastos de la SIDE. De igual modo, el SEDRONAR, que despliega políticas de prevención contra las drogas y acompañamiento a personas con adicción, tiene asignado para 2025 un monto de 53 mil millones, un cuarto de lo que van a gastar los espías, mientras que en 2023 había dispuesto de más fondos que la AFI. Una última comparación, particularmente irritante: el financiamiento concedido a la Subsecretaría de Ciencia y Tecnología (ex MINCyT), a la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, y a la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) computa, los tres sumados, 87 mil millones de pesos, menos de la mitad de los fondos asignados a la SIDE, mientras que en 2023 sumaron 115.700 millones, 7 veces lo que gastó la AFI.
la red piraña
El dispositivo básico desde el que Santiago Caputo despliega su influencia es Move Group, nombre de fantasía de Green Consult SRL, la firma que controla junto a sus socios Rodrigo Lugones, Guillermo Garat, Tomás Vidal y Diego Hampton. Las primeras noticias sobre esta asociación se remontan a junio de 2012, cuando la jueza Servini allanó sus oficinas porque al parecer habían montado desde allí una campaña sucia contra el padre de Daniel Filmus, candidato peronista que compitió contra Macri por la Jefatura del Gobierno porteño en 2011. Por ese entonces, la banda hacía sus primeras armas en la comunicación digital a las órdenes de Jaime Durán Barba, asesor clave del expresidente. Poco a poco fueron adquiriendo experiencia y diversificando sus prestaciones, hasta ampliar la cartera de clientes con un eclecticismo que incluía al candidato camporista Wado de Pedro, a varias ramas del PRO y al libertario Milei. Caputo apostó por este último y se llevó el premio mayor. Fue el único que percibió nítidamente su meteórico ascenso al poder. Construyó un itinerario que fue cumpliéndose paso a paso. Y traspasó los límites profesionales para involucrarse con fervor militante.
Sin embargo, dicen que la voz cantante dentro de Move Group la llevaba Lugones, hijo de un empresario de la salud que es socio de Coti Nosiglia en el Sanatorio Güemes, y acaba de asumir como ministro del rubro. Rodrigo vive en España hace varios años, pero desde el 10 de diciembre viaja a Buenos Aires cada quince días para asesorar al asesor. Mientras que Garat asumió, en un sitial neurálgico, la vicepresidencia de Relaciones Institucionales, Comunicación y Marketing de YPF, desde donde maneja la principal pauta para medios de comunicación y periodistas que posee el Gobierno.
El segundo engranaje sensible de la ingeniería del estratega es la Dirección de Comunicación Digital, donde opera un trío temerario, subordinado formalmente al vocero Manuel Adorni pero que reporta a Caputo. El titular es Juan Pablo Carreira, más conocido como Juan Doe, quien antes de sumarse a la casta dirigió La Derecha Diario. Carreira es socio de Fernando Cerimedo en Madero Group, empresa propietaria de la principal usina mediática del mileísmo previo a la toma del poder. El otro empleado-militante es Daniel Parisini, alias Gordo Dan, conspicuo patotero en las redes sociales que fundó este año el canal de stream Carajo, en significativa sociedad con el dueño de Blender, Sebastián Tabakman. El tercero es Agustín Romo, quien condujo la logística digital durante las campañas de 2021 y 2023, pero ahora dirige el bloque libertario en la Legislatura bonaerense, desde donde apronta los fierros para la decisiva elección de medio término en la provincia clave. Como Neiffert.
Los alfiles de Caputo se posicionan en otros casilleros relevantes, con o sin nombramientos confirmados. Para comprender esta telaraña conviene seguir la “ruta del dinero”, pero también hay que tener en cuenta la “autopista de los datos”. De la cantera del Move Group, se rumorea que Hampton anda husmeando en la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). También hay indicios de que Roberto “Mono” Di Lorenzo, proveniente de las filas del massismo y empleado reciente de la consultora, maneja la pauta del Banco Nación. Noelia Florencia Ruiz hizo una pequeña y turbulenta carrera en el PRO, antes de asumir este año en dos directorios significativos: ARSAT (Empresa Argentina de Soluciones Satelitales S.A.) y el Fondo para la Ampliación de la Matriz Productiva de Tierra del Fuego. Sebastián Javier Amerio más que un alfil es una torre, con la tarea de tender un cerco en la Justicia. Vale la pena mencionar también a Jorge Keczeli, pues hay quienes aseguran que fue enviado como espía-delegado a la embajada en Madrid, donde se reencontró con una conocida que hoy está en la portada de los diarios, la exprimera dama Fabiola Yañez.
En todos los casos hay dos hilos conductores, que hablan del interés específico del Bannon de las pampas: plata e info. La caja y la data. Son los pilares de la concepción libertaria de la comunicación política, cuyo objetivo fundamental es captar la atención del pueblo y manipular sus estados anímicos, para determinar el pulso de la coyuntura. Esta disputa se libra ante todo en las redes, que son las trincheras digitales de la batalla cultural. En manos del jefe, es decir de Karina Milei, se deposita el armado de las listas y la estructura partidaria. La magia negra.
Pero la tónica es siempre la misma: los verdaderos combatientes de esta guerra no son los hombres de Estado. Como en la economía, donde la tarea es desregular y bloquear cualquier iniciativa pública, para que reine el mercado, en la política de lo que se trata es de construir un ejército privado, capaz de infiltrarse en las instituciones estatales para desactivar sus capacidades. Un poder paralelo, que mira más allá de uno o dos mandatos presidenciales, que desborda las fronteras nacionales para articularse con fuerzas que operan a nivel global, y que no se cree el cuentito de la democracia.