La gran apuesta de Byung Chul Han | Revista Crisis
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La gran apuesta de Byung Chul Han
Miguel Ángel Forte, eminencia de la sociología, escribió sobre la obra de Byung Chul Han
13 de Abril de 2017
crisis #23

 

 

Podría pensarse que Byung-Chul Han, filósofo coreano radicado en Alemania y especialista en Heidegger, es antes que nada un filósofo del padecimiento. En sus obras, La sociedad del cansancio (2012), La sociedad de la transparencia (2013), y posteriormente en La agonía del eros (2014), Byung-Chul caracteriza a un sujeto contemporáneo que, al estar expuesto como mercancía en las redes sociales del hedonismo de control, se encuentra deserotizado, cansado y víctima gozosa del vértigo que le impone a su curriculum la sociedad del rendimiento, tardo moderna, sistémica y autorreferencial al palo. Según mi interpretación de su obra, resulta notable que Byung confluye con algunas de las teorías del sociólogo alemán Niklas Luhmann.

En La sociedad del cansancio Byung relata que el individuo es un entorno del sistema, un sistema que un día cansado se puso a ladrar –me permito articular, en una interpretación sintética del texto citado, a Luhmann con nuestro poeta Santos Discépolo. Considero entonces que Byung-Chul Han puede ayudar a comprender el lugar del sujeto en los sistemas de control y así, con su filosofía, sentar las bases subjetivistas de una Teoría Sistémica de la Sociedad que oportunamente presentara Luhmann. Con esta intención digo que los escritos de Han están signados por la desesperanza de un presente flojo de sentido cuando describen por entrega, en libros breves de bolsillo, lo que llamo un mundo feliz de ilusión y desilusión encadenadas: el instante que viene llegará con la promesa de sacarnos de la desilusión que nos dejó el anterior, del que sabíamos que tampoco iba a cumplir con su palabra.

Así es como en este tiempo de lo efímero, andamos a los tumbos del sinsentido, otarios a sabiendas. Sostenidos, pienso, por la regimentación ortopédica del diseño curricular de la vida en la sociedad del rendimiento. Este concepto es desarrollado en La agonía del eros, y me permito interpretarlo en sede marxiana: somos nosotros mismos los amos de nuestra propia esclavitud, porque ya no se trata de una condición de explotación típica en donde el dueño de los medios de producción se apropia de ese valor por encima del dinero que se nos paga por nuestra fuerza de trabajo, sino que a la extracción de esta plusvalía se le agrega una disponibilidad plena de nuestro tiempo en los espacios de superposición del trabajo con el ocio y así, a tiempo completo, nos extraemos a nosotros mismos un tipo de plusvalía absoluta. De este modo reproducimos nuestra fuerza de trabajo para continuar en la cadena de montaje existencial de una situación de autoexplotación y cuyas manifestaciones patológicas son las enfermedades neuronales de este siglo: la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional, como bien se manifiesta en el padecimiento de Sandra, heroína empastillada de Dos días y una noche (la película de los franceses Jean-Pierre y Luc Dardenne), cuando todo lo que afecta a su situación laboral ella lo vive bajo las múltiples formas de la culpa.

Pienso que estos males expresan al fin los síntomas de una experiencia de la libertad paradójica, cuando la autoalienación de la sociedad del rendimiento se vive como autorrealización verificada en la proletarización de nuestro curriculum vitae, bajo un régimen totalitario, hedonista, en donde la felicidad es una mercancía. Al fin nosotros mismos, expuestos en las redes sociales de la pornografía de masas bajo la dictadura del “me gusta” y metidos en la tormenta de mierda (shit storm) que trajo la revolución digital, Internet, las redes sociales, plataformas que según Byung hacen de nosotros, los seres humanos, individuos aislados. Esto puede rastrearse en Enjambre (2014): una reflexión sobre la imposibilidad objetiva de construir alternativas de poder, porque cuando aquellas se expresan, interpreto, quedan neutralizadas por la misma lógica autorreferencial de los sistemas donde estimulados por las drogas, despiertos siempre, hemos logrado al fin quitarnos el sueño de la revolución. Por eso solo una catástrofe, una invasión extraterrestre, una distopía grosa podrían acabar con nuestro mundo paradójico donde no nos queda más que gozar gracias al desarrollo tecnológico del capitalismo.

 

multitasking

El poder ha mutado de la opresión a la seducción de la especie que, encantada, se somete al stress. Según el filósofo coreano, a ese individuo que de acuerdo a los términos luhmannianos era un entorno del sistema, solo le quedaría la alternativa liberadora de la estupidez. Pero únicamente cuando esta, según leo desde los hombros de Marx, sea la forma que en la modernidad tardía tome, degradada, la conciencia de clase en sí y para sí. Mientras tanto, por alienado, el individuo se siente libre cuando al aplicar en la red de control y vigilancia siente estar en todo y todo el tiempo. En este contexto el multitasking no significa necesariamente una evolución progresiva en el desarrollo de la civilización, ya que no se trata de una habilidad exclusiva del ser humano en la modernidad tardía del trabajo y de la información. Por el contrario se trata de una regresión, una capacidad extendida entre los animales salvajes en la lucha por la supervivencia, obligados a distribuir su atención en diversas actividades simultáneas como alimentarse, proteger el botín, cuidar las parejas sexuales y la cría.

Dicho de otro modo, nuestra especie vive en una sociedad sostenida en la ideología de la supervivencia, intolerante al hastío y al aburrimiento profundo del que hablaba Benjamin, una sensación a la que no tiene acceso el ego hiperactivo y destructor de todo vestigio de la contemplación. Nuestra existencia está cada vez más cerca del salvajismo: la sociedad humana, aunque esté fuertemente integrada tal como se desprende de los diagnósticos de Byung, ya no es una sociedad cuyo lazo social mantiene su factura normativa por moral, sino que articula su orden en la inmunidad comunicativa de la autorreferencialidad radical de los sistemas. Esto es, en términos de vivencia: comunicados pero sin comprenderse, los humanos piensan, luego aplican y refieren a un universo que cierra en el disfrute del sí mismo consigo. En síntesis: el “1984” del goce autorreferido.

 

los mil nombres y la solución aburrida

En el transcurso de su obra (ya traducida al español) Byung-Chul Han ensaya un diagnóstico filosófico de nuestro tiempo, para el cual elige un derrotero de nombres. La llamada sociedad del rendimiento presenta sujetos ya no sujetados a la obediencia disciplinaria del pasado que presentara Foucault, munida de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ni al posterior control “económico” del hombre endeudado de Deleuze, sino una más actual que pulula en los gimnasios, los bancos, los centros comerciales, las torres de oficinas y los aviones. Con el nombre de “sociedad positiva” Byung pondrá el acento en que, producto de la falta de sentido, ella se despide de la dialéctica porque carece de la negatividad de la distinción y de la hermenéutica, precisamente, por su falta de sentido, a saber: la muerte de la comprensión que hace humana a nuestra condición (verstehen).

Luego Byung habla también de la sociedad de la exposición, un aspecto del orden en el que todas las cosas, por su propia necesidad de mostrarse, son mercancías. Cuando el filósofo nos habla de la sociedad de la evidencia señala el disfrute instalado en la inmediatez y sin lugar para el rodeo narrativo, lo que da lugar a la sociedad porno, gracias a la maximización del valor de la mercancía exhibida. La sociedad de la aceleración indica la actividad que la caracteriza, hiperactiva, hiperproductiva e hiperacelerada. También la llama sociedad íntima, por la falta de distancia y el consecuente narcisismo; sociedad de la información, la que reemplaza a los signos rituales por la hiperrealidad de los hechos al desnudo; la sociedad de la revelación, en la que el viento digital de la comunicación e información lo penetra todo y lo hace transparente, y por último la sociedad de control, pero ya no por el “endeudamiento” deleuzeiano sino por moradores de un panóptico digital, una dialéctica de la libertad que se pone como control, una estética que al exhibir online nuestra intimidad es un eficaz mecanismo de control pornográfico digital que bajo las formas de la libertad individual des-limita la vigilancia y la democratiza, ya que cada uno controla y es controlado por cada uno.

Ante esta pasión desenfrenada de la condición humana en aras de evitar el insoportable aburrimiento del tiempo pleno, Byung propone entonces el cultivo del arte de la demora, cuando no es la velocidad del mundo contemporáneo el que atenta contra el sentido, sino su falta, la responsable de haber apretado el acelerador espacio-temporal de este momento de la modernidad. Y que bajo la perspectiva de Simmel es la búsqueda perpetua de la novedad lo que constituye al fin el “sino espacio temporal” del tiempo que nos ha tocado. El vértigo de la vida actual al fin no sería para nosotros otra cosa que la convicción absoluta de que el instante que viene será mejor que el anterior, lo que al tiempo hace que todo sea vetusto y perecedero apenas un momento después. Una forma al fin de luchar contra un fantasma: el del aburrimiento. No obstante, en El aroma del tiempo (2014), Byung no nos deja prisioneros en la desesperanza y en el desasosiego como la única posibilidad de la existencia. Celebro la idea de que estamos dotados como especie para rescatar a la vita contemplativa de las telarañas sistémicas del desuso. Solo así en la utópica sociedad del cansancio curativo, al fin del ocio, el tiempo será olido y recobrado, ahora al servicio de nosotros mismos como lo fue cuando Proust, al mojar en el té la magdalena, desencadenó la bella inutilidad de la humana memoria involuntaria.

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