Tiene veinte años y está sentada en la parte trasera de una ambulancia. Su pelo negro y espeso cae desde el lado izquierdo hasta su regazo, donde se enreda con las esposas. Dos horas atrás, huyó del Hospital Rawson en Córdoba capital. Un descuido de la mujer policía que la custodiaba, el ventiluz del baño, el salto, el patio, la calle y el coche InterCórdoba, en el que intenta regresar a Unquillo para abrazar a su hijo y saber qué pasó con su beba recién nacida. La policía para el colectivo en Mendiolaza y la detiene. Pregunta por su hija, no le contestan. Porque no quieren y porque no saben. Ella mira hacia la nada en la ambulancia que la devolverá al hospital. Un fotógrafo la retrata.
La primera noticia sobre Dahyana Gorosito se conoció una semana antes de aquel suceso, el 21 de mayo de 2016. Ese día su pareja José Luis Oroná, algunos familiares y vecinos, denunciaron que el 19 Dahyana había parido en el Hospital Provincial Doctor José Miguel Urrutia, de Unquillo, donde le dijeron que la criatura había muerto y se la mostraron, pero no se la entregaron. Pero el director Pablo Amodei aclaró que ese día no hubo ningún parto en el hospital y ella no se atendía ahí.
El 25 de mayo, la policía encontró restos de placenta y ropa de bebé a cuatro cuadras de la casa de los Oroná en barrio Gobernador Pizarro, donde Dayhana convivía con su pareja y su hijo Luisito, su suegra y su cuñado. El mismo día, la fiscal Liliana Copello la imputó por “homicidio agravado por el vínculo” y trasladó el caso a la fiscalía de Violencia Familiar, a cargo de María de las Mercedes Balestrini. Con una grave infección urinaria, la joven fue internada en el hospital Rawson, donde el director Julio Cohen confirmaría que había parido.
El 28 de mayo, cuando la fotografiaron en la ambulancia, ella creía que su hija estaba viva. Ese día le contó a un agente judicial lo que había pasado: la madrugada del 19 de mayo entró en trabajo de parto y le pidió a su pareja que la lleve al hospital. Él se negó y ella se encaminó hacia el dispensario. Oroná la alcanzó en su Renault 12 y la llevó hasta un terreno baldío, donde parió. Él cortó el cordón umbilical con una tijera, y mientras la insultaba y amenazaba metió a la criatura en un bolso y se la llevó.
En su declaración, la sargento de policía Mónica Cortez dirá: “Apenas subió a la ambulancia, Gorosito se largó a llorar y al cabo de un momento comenzó a decir que quería ver a su bebé… En todo momento insistió que su bebé estaba vivo”.
El 30 de mayo, Oroná fue detenido, acusado como autor material del homicidio de su hija, y el 6 de junio la policía encontró el cadáver de la beba en la casa de barrio Pizarro. La autopsia comprobó que nació con vida y su muerte ocurrió “por efectos de hipotermia”. Al momento del parto la temperatura era de 9,5 grados, según el registro meteorológico más cercano, en el Aeropuerto Córdoba.
La fiscal Balestrini mantuvo la acusación en contra de Gorosito por “omisión deliberada de intervenir mediante el consentimiento pasivo” del accionar criminal de Oroná. Reprochó su “obrar engañoso desplegado en connivencia con su pareja”, al denunciar al hospital con la intención de “desvincularse de la participación que le cupo en el hecho que se le endilga y procurar así su impunidad”. Respecto al móvil, les atribuyó a ambos la intención de “deshacerse” de la niña, fruto de “un embarazo no querido” en el contexto de “un affaire entre la encartada y el hermano del prevenido Luis Oroná, Jesús Oroná”, hipótesis sostenida aún cuando la prueba de ADN demostró que el padre era José Luis. Según la instructora, Dahyana “optó por tener el parto en un sitio baldío con todos los peligros que ello implica”.
La foto tomada en la ambulancia se publicó en la portada de la edición de junio del periódico local El Milenio, con el título Sin palabras. “El espeluznante caso que conmueve a los ciudadanos de Sierras Chicas espera definición. Dayana Gorosito, la joven de Unquillo que dejó morir de frío a su bebé recién nacida fue imputada por homicidio agravado por el vínculo, junto a su pareja Luis Oroná”, decía.
la cárcel
Los medios azuzaron a los habitantes de las Sierras Chicas. En el bar, la peluquería y las redes sociales algunos reclamaban pena de muerte o linchamiento. Pero siete mujeres –Carina Bittar y Florencia Bracco, trabajadoras sociales; Mariela Lario, María Gracia Iglesias y Virginia Vásquez, psicólogas; Soledad Quadri, comunicadora social; Angélica Bustos, abogada– que nunca habían trabajado juntas, se propusieron no parar hasta sacarla de la cárcel. “Al ser mujer y pobre la criminalizaron automáticamente, y la Justicia la culpó por no cumplir el rol de madre protectora”, dice Quadri. “Fue difícil explicar por qué bancábamos a una ‘asesina’ –recuerda Bittar–, pero en una situación como ésta te sale solidarizarte con el más jodido de todos. En este caso, con ella. Aunque hubiera matado a la beba, estaríamos con ella preguntándole por qué lo hizo. Pero no lo hizo y es importante instalar su inocencia”.
Entrar a la cárcel con el mote de “madre asesina” era un presagio de conflictos, por lo que la defensa solicitó una custodia del Servicio Penitenciario. Los primeros meses fueron duros. “La pasó mal y un día la agredieron en un lugar donde no había cámaras, pero después no volvió a suceder”, relata su abogada, Mariela Guevara. Cuando la hostilidad mermó, la propia Dahyana solicitó el retiro de la custodia para asistir a la escuela y trabajar. Así pudo hacer en la cárcel lo que en libertad las obligaciones de madre y los celos de su pareja le impedían.
Un dictamen del equipo técnico de sociales de la cárcel le impidió ver a su hijo durante gran parte de su cautiverio, hasta que casi un año después de la detención la defensa convenció a la fiscalía para que ordene al Servicio Penitenciario habilitar la revinculación. “Ella tenía miedo de que Luisito no la reconociera, por el tiempo que había pasado. Pero él la reconoció y fue como si nunca hubiera faltado. Con el nene diciéndole que quería que ella se vaya con él, y ella que no podía salir, esa visita la partió”, recuerda Guevara. En varias ocasiones, sus abogados pidieron la prisión preventiva domiciliaria, derecho que les cabe a las imputadas madres, pero la fiscalía la denegó. En la prisión, Dahyana se tatuó en el antebrazo derecho “Luisito” y en el izquierdo el nombre que iba a llevar su hija: “Selene”.
la libertad
En octubre de 2016, la fiscal Balestrini pidió la elevación a juicio, respaldada por la jueza de control Cristina Giordano. La defensa se opuso y reclamó el sobreseimiento. El expediente subió a la Cámara de Acusación, integrada por Carlos Alberto Salazar, Maximiliano Octavio Davies y Patricia Alejandra Farías. El 9 de mayo, la Cámara emitió un fallo en el que compartió la opinión de que el caso era al menos “sospechoso” de violencia de género y avaló la elevación a juicio, pero, al mismo tiempo, puso al descubierto los problemas de la instrucción.
Tras valorar testimonios como el de la sargento Cortez y de testigos que aseguraban que Oroná presionaba a Dahyana para que aborte, los informes sociales, la vulnerabilidad puerperal, y documentos como una carta donde la joven le pide a Jesús Oroná que no se enoje si se iba de la casa (“No soporto más los gritos de Luis… Me hacen mal a mí y al bebé”, le explica), el camarista Salazar consideró que existían “serios indicios de sospecha de un caso de género en la persona de la co-imputada Gorosito, con posible trascendencia en el hecho que se investiga”. Esa sospecha “debe aclararse con criterio amplio, en comparación con el que todos nosotros fuimos formados ya desde el estudio de grado”, concluyó. Davies propuso realizar antes del juicio oral y público una pericia multidisciplinaria para analizar el caso “con una perspectiva de género” en virtud de la “incertidumbre sobre el grado de libertad con que desarrolló su conducta”.
A su turno, Farías atacó la acusación y votó por “el sobreseimiento en favor de Dayhana Trinidad Gorosito” porque quedó “demostrada por toda la prueba reunida –y de modo inusual en este tipo de causas que se desarrollan tras el pesado velo de la intimidad–, de manera clara e irrefutable, la situación de vulnerabilidad en la que no sólo aconteció el hecho endilgado a Gorosito, en su situación de convivencia con Oroná, sino aún desde antes –considerando su historia de vida–”.
El primer efecto de este giro en la causa fue la libertad de Dahyana. La fiscal Balestrini no quiso conceder a crisis una entrevista. En su lugar, habló el prosecretario Pablo Darwich: “El caso tiene muchos matices. La fiscal prefiere no hablar con los medios. Sin entrar en las particularidades, hay que entender que se puede matar por acción o por omisión. Ella ahora está en libertad, pero llega al juicio con la carátula que solicitó esta fiscalía: homicidio agravado por el vínculo”. Más allá de que la Cámara avaló la elevación a juicio para “despejar todas las dudas aún subsistentes”, justamente lo que reprochó a la instrucción es no haber considerado los matices.
Mientras Dahyana resistía la cárcel, el aguante en el exterior se ampliaba y fortalecía. El G7 solidario se constituyó en Grupo de Mujeres de Unquillo, núcleo inicial de la red de organizaciones que conformó la Mesa de Trabajo por la Libertad de Dahyana, convirtió su causa en bandera feminista y la instaló a nivel nacional. Como Belén en Tucumán, como Victoria Aguirre en Misiones, como Celina Benítez y Yanina González en el conurbano bonaerense.
Desde que salió en libertad, Dahyana vive en una casa-comunidad donde se capacita para asistir a mujeres en situación de violencia y en talleres de oficios. Mientras estuvo detenida, su ex suegra Nilda Martínez asumió la tutela de su hijo. Al salir, la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) la autorizó a visitar al niño una vez por semana en la Municipalidad de Unquillo, donde a veces le permitían llevarlo a jugar a la plaza. En septiembre pasado, fracasó una audiencia de conciliación en Tribunales de Familia y la revinculación progresiva se suspendió. En el entorno de Dahyana suponen que la Senaf y la Justicia de Familia paralizaron el caso a la espera del desenlace en la causa penal. Paradójicamente, hoy Dahyana es tutora de su hermana de 16 años, víctima de las mismas situaciones violentas por las que ella se fue de su casa a los 15.
En la previa del juicio, se acrecentó la campaña solidaria con las consignas “Acusada de un delito que no cometió” y “Víctima de la justicia machista cordobesa”. Además, desde los sitios libertadparadayana.wordpress.com y latinta.com.ar se desplegó una cobertura colaborativa con los hashtags #AbsoluciónParaDahyana y #DahyanaYoTeCreo.
la paradoja
Lunes 27 de noviembre de 2017, 10:28 horas, Tribunales II de Córdoba. Ambos visten de blanco, pero el ritual que comienza no es un casamiento. Durante más de una hora, Dahyana Gorosito y José Luis Oroná estuvieron sentados a dos metros de distancia, en la sala de la Cámara en lo Criminal y Correccional de 12° Nominación, sólo acompañados por el guardia penitenciario que a él lo trajo desde Bouwer y una mujer policía que de vez en cuando vigilaba la escena. A Dahyana se le nota el embarazo de cinco meses.
Los camaristas Ana María Lucero Offredi, Gabriela Bella y Gustavo Reinaldi, secundados por once jurados populares –seis mujeres y cinco hombres–, dan la palabra al fiscal Carlos Mariano Antuña, que describe el “hecho aberrante” atribuido a Oroná y Gorosito y expone cómo un drama tan complejo quedó reducido a términos opuestos y absolutos: “Cada uno le echa la culpa al otro. Uno miente y el otro dice la verdad”. A todo o nada son también las posibles sentencias para cada uno: absolución o prisión perpetua. “Como miembros del Poder Judicial y particularmente en el fuero penal –aclara el fiscal–, estamos obligados por ley, por nuestra Constitución y por los tratados que la Argentina ha suscripto a evaluar la prueba en un proceso penal conforme a la perspectiva de género. Esto es, si a Dahyana Gorosito le podemos reprochar o no lo que hizo, o si pudo haber hecho algo distinto o no, de acuerdo a las circunstancias que vivió”.
Sergio Job, uno de los defensores de la joven, adelanta que pedirán la absolución para “no sumar una injusticia más a la vida de Dahyana, y de muchas mujeres de esta parte del mundo que han decidido decir basta”. Gastón Schönfeld, abogado de Oroná, lo define como “un padre cumplidor, trabajador incansable y luchador” y asegura: “No estuvo en el lugar de los hechos. No tuvo responsabilidad en lo que se le imputa”.
Al ofrecerle la jueza Lucero Offredi declarar, Dahyana acepta y relata una vez más que Oroná se negó a llevarla al hospital, la alcanzó cerca del dispensario, la hizo subir al auto y la obligó a bajar en el descampado. “Me dijo que la niña no era hija de él y me iba a matar a mí y a Jesús. Me agarró del brazo y me tironeó. Me dolía, no podía retenerlo, abrí las piernas, rompí bolsa y nació la bebé, pero sin ayuda de él. Lo hice yo sola. Salió la bebé, la alcé y le limpié la carita. El volvió a decirme que no era hija de él, que tenía otro color de piel, como su hermano. Cortó el cordón y me dijo que Luis (su hijo) se iba a quedar sin madre. Me amenazó con cagarme de una puñalada con la tijera y se fue con la bebé. Yo quedé ahí… me dormí o me desmayé”.
Después, con la promesa de devolverle a la criatura, Oroná la obligó una y otra vez a mentir. La joven detalló que ante cada oportunidad de decir la verdad –en el hospital Urrutia, en la comisaría de Unquillo, en el Rawson– la implacable presencia de José Luis, su madre o algún otro miembro de la familia se lo impedía. Como una telaraña cada vez más densa. Al contar que se enteró por el televisor de la sala de internación del Rawson del hallazgo de su beba sin vida, Dahyana se detiene, baja la cabeza y llora para adentro. El semblante de los jurados es inescrutable, pero en la mirada de los jueces parece brillar el “Dahyana yo te creo”.
Le alcanzan un vaso con agua, respira y finaliza su testimonio: “Ahí me di cuenta de todo. Ahora me doy cuenta, pero antes no podía, porque vivía situaciones de violencia con mis padres, y con él también. Y no me daba cuenta. Ahora tomo mis propias decisiones, ahora yo decido. Nadie me manda, nadie me tiene a los golpes, nadie me discrimina… Ahora es otra cosa. Antes no podía ir al colegio y ahora sí. Ahora soy más independiente que antes. Con todo lo que me pasó, dos hijos perdí, porque tampoco lo tengo al otro. Todo lo que me pasó y ahora me doy cuenta de que era manipulada todo el tiempo. Hoy me doy cuenta”.
Los jueces disponen un cuarto intermedio antes de la declaración que Oroná desistirá, igual que en la siguiente jornada los demás miembros de la familia, incluso Jesús. Dahyana sale de la sala y un grupo de chicas con los ojos llenos de lágrimas la rodea. Después se funde en un largo abrazo con su hermana y su hermano. Al finalizar la audiencia, otros abrazos la esperan en la calle y la foto de Dahyana Gorosito es la opuesta a la del día en que escapó del hospital.