Suele decirse que las PASO son apenas una gran encuesta nacional, un simulacro costoso que debería eliminarse. Pero quizás sea ese carácter de consulta popular sin consecuencias institucionales inmediatas lo que permite captar con mayor nitidez el mensaje del soberano. Y por segunda ocasión consecutiva el pronunciamiento de la ciudadanía fue un sopapo inesperado e inequívoco a la autopercepción oficial, que altera los planes y modifica de cuajo el escenario.
En 2019 el repudio tuvo como destinatario a Juntos por el Cambio, que ya no pudo recuperarse del golpe y debió ceder el gobierno. En 2021 la desaprobación alcanzó a la otra fuerza mayoritaria, el peronismo, que había creído infalible su unidad aunque el correlato fuera una gestión torpe e ineficaz. Sendos rechazos quizás estén expresando algo más que un voto castigo o un cuestionamiento al oficialismo de turno.
Una hipótesis posible: ¿estamos asistiendo a un tipo de descontento que desconfía de la mera alternancia como herramienta para solucionar las demandas básicas cada vez más insatisfechas? De ser así, lo que se agota es el formato de representación surgido como respuesta a la crisis de 2001. Las dos fuerzas políticas que supieron interpretar, a su modo, las demandas y el aura aspiracional de aquel sismo en la gobernabilidad generan cada vez menos entusiasmo y carecen de horizontes superadores.
Al mismo tiempo, el electorado parece castigar los amagues de moderación de las coaliciones principales, por eso los votos fugan hacia los extremos o la desafección, mientras el centro se desfonda. La polarización persiste, ahora más lánguida, pero la grieta comienza a ceder protagonismo y en su lugar aparece algo indigerible para el sistema político: la fractura expuesta, resultado de una dinámica de precarización y desigualdad que se consolida desde hace cuatro décadas, inflamada por los malestares que generó la pandemia y por el estrés que provoca en la psiquis colectiva esta patente sensación de no futuro.
el remedio y la enfermedad
La emergencia de una narrativa reaccionaria que pone énfasis en lo estrictamente individual, concibe a la propiedad por encima de todo y utiliza la potencia del odio como artefacto de transversalidad tiene su causa en ese desborde anímico y material. Una lectura rápida y efectista de la elección asegura que la sociedad se derechizó. El sistema político se abraza así, ante la incertidumbre que inocula la crisis, al mantra del pragmatismo.
El Frente de Todos procesó el desafío de las urnas en septiembre explicitando sus diferencias internas y activó una solución conservadora, endogámica, orientada a conjurar el inminente desgarro. Las disputas en torno a la reorganización del gabinete se zanjaron con el ascenso del justicialismo territorial, encarnado en el nuevo hombre fuerte de la administración, el gobernador de Tucumán Juan Manzur, de envidiables vínculos con las corporaciones dominantes. Aquel cálculo de la expresidenta Cristina Fernández, principal referente del oficialismo, según el cual su fuerza no alcanzaba para ganar y menos para gobernar se revela como una profecía autocumplida, que no logra revertir la agonía. Y el remedio parece ser, a cada paso, peor que la enfermedad.
El resultado es un cambio de etapa que veremos desenvolverse luego de la elección general del 14 de noviembre. Lo relevante en el mientras tanto ya no es el desenlace de los comicios, sino la capacidad que tengan las distintas fuerzas en pugna para interpretar con lucidez el nuevo escenario. Mientras el macrismo deberá ordenar sus heterogéneas vertientes y prepararse para un eventual retorno a la Casa Rosada en 2023, La Libertad que Avanza intentará el sorpasso en la capital con el objetivo de desbancar al peronismo porteño. Pero el gran interrogante es si los movimientos de protesta que ocuparon la calle con gran dinamismo durante la década pasada podrán recuperar la rebeldía y el poder de articular antagonismos sociales, o continuarán apostando todo a un gobierno de transición que nadie sabe adónde se dirige.
ampliación del campo de batalla
El principal teatro de operaciones de la coyuntura argentina es el conflicto con el Fondo Monetario Internacional, para reestructurar la deuda impagable contraída por el gobierno cambiemita. De concretarse el acuerdo en los marcos que impone el FMI los frutos de la recuperación nacional no se los llevarán unos pocos vivos, porque quizás ni siquiera florezcan.
La fatalidad con la que las élites asumen que no hay alternativa es directamente proporcional a la comodidad con la que habitan esta democracia anestesiada. Que más temprano que tarde va a despertar.