Hace tres años, antes de las elecciones de 2011, escribimos un manifiesto titulado El consenso de los commodities. Allí decíamos: “2002 inicia el maridaje exitoso entre los criterios neo desarrollistas y las tendencias globales favorables. Y cada vez que emergieron niveles de crisis o de conflictividades virtualmente desestabilizadoras, el kirchnerismo introdujo medidas ciertamente audaces: el intento de aplicar retenciones móviles y la estatización de los fondos de pensión, ante la crisis global de 2008; la Asignación Universal por Hijo y el Plan de Cooperativas Argentina Trabaja, después de la derrota electoral de 2009 en el conurbano bonaerense.”
En este 2014, el camino se angostó. Por primera vez el kirchnerismo ha dejado de lado al kirchnerismo y ensaya una ortodoxia “light” o “ajuste compensado”, cuyo carácter recién se conocerá al cabo de la ronda de paritarias. El Ministerio de Economía aplica un cóctel de medidas que nunca quiso tomar: sube las tasas de interés en pesos para evitar la fuga al dólar, encareciendo el crédito; busca ponerle tope a las negociaciones salariales como receta contra la inflación; justo cuando el consumo, motorpsico de la economía en los años de la bonanza, inicia su declive.
El FMI felicita al gobierno. Estados Unidos saluda los acercamientos con el CIADI y el Club de París. Repsol recibió su indemnización por YPF. Y la oposición de todo pelaje se sienta a ver la película que esperaba hace más de una década. ¿Qué pasó en el verano para que tuviera lugar semejante cambio de frente?
La crisis, que el proyecto en curso había domesticado, ha vuelto mucho antes de lo que el gobierno y gran parte de la oposición esperaban. Tan materialista y fatal ella, como siempre. Y la memoria de traumas se activó entre los argentinos.
¿Fue a causa de los evidentes errores que cometió un gabinete económico deforme en los últimos dos años? ¿O estamos ante el agotamiento de un modelo que tenía como principal insumo y sustento a los dólares de la soja y que depende de la generosidad de un complejo agroexportador extranjerizado?
2015, la meta que se enuncia todos los días, queda a años luz, sin luz. Nadie sabe cómo será llegar. El modelo de posconvertibilidad entró en su etapa más ingrata y hace agua por todos lados. El atraso cambiario, la dinámica inflacionaria, el amesetamiento del consumo, expresan sus límites. La devaluación del 60 por ciento en un año llegó para despabilar a los desprevenidos y consumar una nueva trasferencia de ingresos y de riquezas, con beneficiarios repetidos.
Los condicionamientos estructurales que nunca fueron enfrentados con determinación, como si resultaran insuperables o naturales, recortan el campo de acción y encogen el horizonte de posibilidades. Una industria que genera 25 mil millones de dólares por año de déficit, la fuga de capitales que comandan las multinacionales, el desbalance energético que Vaca Muerta comenzará a mitigar en una o dos décadas, el extractivismo que se impuso con la condición única de las retenciones. El corset se estrecha todavía más por la apuesta fallida a una “burguesía nacional” sin vocación de serlo, que obliga a pactar gobernabilidad con los capitales más concentrados.
Los laburantes enfrentan su hora más difícil desde 2002. Los salarios que recuperaron el poder adquisitivo perdido durante la segunda parte de los noventa, corren el riesgo de una depresión prolongada. La conflictividad que se ha desatado será el round decisivo que librarán los trabajadores mejor pagos. Pero la situación de los sectores precarizados es delicada: empleados en negro (35 por ciento o más), cuentapropistas, tercerizados, estatales, jubilados.
Algunas de esas categorías ya fueron seleccionados por el gobierno como las “anclas” para combatir la inflación. El incremento del 11por ciento semestral para los jubilados y la oferta de recomposición salarial del 22 por ciento para los docentes, ambas claramente por debajo de la inflación, son su testimonio más palpable. Y no debería sorprendernos que sus estrategias para atravesar el río vayan tornándose cada vez más violentas.
En el otro extremo, como los ganadores del año, emergen las Policías de provincias, los federales y gendarmes, que lograron a punta de pistola un salariazo inédito. Una demostración de fuerza que ningún otro colectivo social es capaz de hacer dentro de las reglas de juego actuales.
El contraste entre ambas realidades refleja dos fenómenos novedosos de los tiempos que vendrán. Por un lado, el ejercicio del control social volverá a hacer uso de las herramientas represivas, para lo cuál resultaría imprescindible mejorar la situación material de las fuerzas de seguridad. Por otra parte, un fantasma comienza a propagarse a medida que avanza este 2014 inflacionario, bajo el manto de una certeza: ¡el que no llora no mama!
La crisis nunca es una experiencia puramente económica. Ni representa necesariamente una maldición. El desenlace depende del cariz que adquieran sus erupciones políticas. El presente venezolano, decisivo y angustioso, muestra hasta qué punto traducir la conflictividad social en términos de desestabilización o normalidad, de caos y control, obtura las salidas transformadoras y enturbia la verdadera radicalización.
En Argentina, el debate que se mantuvo aplazado durante los últimos diez años urge ahora en peores condiciones para los que pretenden una sociedad más justa. ¿Cómo se democratiza el poder real y se construyen bases sólidas que impidan el retroceso de las conquistas populares?
La autonomía para pensar estrategias propias y no recaer en la ortodoxia, aparece hoy como una necesidad básica insatisfecha. E impostergable.