el diablo está en los detalles | Revista Crisis
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el diablo está en los detalles
El crimen de Marito Salto en 2016 conmocionó a Santiago del Estero porque en sí mismo fue atroz y porque alrededor de él proliferaron relatos que llegaron a involucrar al Demonio. Mientras el juicio contra los acusados transita sus últimos momentos, esta crónica quimilense reconstruye cómo el Poder Judicial decidió recurrir a la magia para intentar darle alguna explicación a las más terrenales violencias contemporáneas.
Ilustraciones: Panchopepe
01 de Agosto de 2022
crisis #53

Quimilí es una ciudad de quince mil habitantes, en el centro este de Santiago del Estero; si uno siguiera, ahí nomás está el Chaco. Haber llegado a la categoría de urbe no le ha quitado los rasgos de pueblo rural clásico de esa zona. Calor, monte. Aquí convergen rutas, incluida una nacional: por Quimilí se pasa. La rodean pueblitos pequeños, como Weisburd, donde alguna vez funcionó la fábrica de tanino, que se extraía del quebracho colorado. Esta actividad cesó a principios de la década de 1960, cuando después de haber desmontado cientos de miles de árboles, la empresa británica La Forestal decidió comenzar a extraer el tanino de las mimosas que había en las colonias africanas.

Para ir a Weisburd desde Quimilí hay que tomar la Ruta Provincial 116. Donde termina la mancha urbana está Alomo, un barrio de apenas 22 familias. El paisaje ya es más rural: algarrobos, tuscas, mistoles o piquillines, la vegetación típica -la que sobrevive– del monte santiagueño. Alomo es conocido por la represa de “El desagüe” y por otra que fue construida para evitar inundaciones. Allí se va a pasar el rato, dar una vuelta en moto, una escapada. Para un changuito de un pueblo rural y seco como Quimilí, cualquier espejo de agua es una aventura. Hasta allí habría ido Mario Agustín Salto, Marito, el 31 de mayo de 2016, alahoradelasiesta, con su bici, un balde y una tanza con anzuelo para pescar. Fue lo último que se supo de él antes del horror. Tenía 11 años.

 

el cuerpo

Es el invierno de 2017, estoy en Quimilí, donde crecí.

-¿Quieres ir? –me dice F.

-¿A dónde?

-Ahí, donde lo han encontrado al Marito.

-Mmm, bueno, meta.

Cenamos con unos amigos y de madrugada vamos a donde fue hallado el cuerpo sin vida de Marito Salto. Había pasado poco más de un año y el crimen resonaba en las calles del pueblo. Recuerdo un stencil que pedía #JusticiaxMarito y que por la tarde noche los familiares y vecines se congregaban en un sitio céntrico y marchaban en ronda. Una imagen que evocaba a otras rondas de víctimas que reclaman en todo el país, pero en Quimilí era algo inédito.

Era de noche y no se veía más allá de lo que iluminaban los faroles del auto. Recuerdo la intemperie y la revelación de que esas leyendas con las que nos amenazaban cuando éramos niñes para que durmiéramos la siesta podían ser mucho más que fantasías. Allí, Marito Salto fue encontrado sin vida el 2 de junio de 2016 -dos días después de su desaparición-, cerca de un camino vecinal bastante transitado y de un antiguo basural, a ciento cincuenta metros de la Ruta Provincial 6 y a seis kilómetros de la represa. Al amanecer, un productor rural había visto unos perros cargando lo que parecía un cuerpo y le pidió a alguien que circulaba con su vehículo que avisara a la policía que llegó minutos después. Marito había sido desmembrado y su cuerpo, repartido en bolsas: cabeza y pierna por un lado, el torso y los brazos por otro. La policía forense que fue al lugar no encontró los testículos ni el pene, lo que luego daría lugar a muchas teorías. En un rastrillaje posterior hallaron la otra pierna. La autopsia revelaría que Marito fue víctima de abuso sexual, extrangulado con un cable, o un elemento similar, y que murió desangrado por los cortes que sufrió al ser descuartizado.

 

la investigación

No hay en Quimilí antecedentes de semejante brutalidad contra un niño. Quizás por eso, la investigación judicial y el accionar policial fueron erráticos. Tampoco existe claridad sobre qué debe hacer el Estado cuando alguien desaparece.

A las siete de la tarde del 31 de mayo, Gladys Ramos, la mamá de Marito, salió a buscarlo junto con otros familiares. Fueron a la represa de Alomo y encontraron solo rastros: la bici cross y las cosas para pescar. Hizo la denuncia en una comisaría. La policía y los bomberos voluntarios fueron al dique. Se hizo un rastrillaje. Luego, la búsqueda se extendió a otras represas y espejos de agua, hasta “El Canal”, el viaducto que trae agua desde el Río Salado. No se cerró el perímetro de acceso a la ciudad.

La policía recogió testimonios de les habitantes de Alomo y del barrio San Francisco donde vive la familia del niño. No alcanzaron para saber qué pasó exactamente durante las horas previas a la desaparición. Una mujer del barrio Tres Rosas declaró que Marito estuvo jugando con su sobrino hasta eso de las tres de la tarde y que luego se fue solo a pescar. Un joven de 28 años que pasó por la represa dijo que había visto a un niño solo con su bici y en las cercanías un auto negro. Pero vio la escena desde la orilla opuesta, mientras circulaba.

El abuso sexual puso en el foco de la investigación a personas con antecedentes en este delito. También se dijo que los cortes en el cuerpo tenían la precisión propia de un experto en el manejo de cuchillas y sierras. Esto no era un gran dato, porque Quimilí es un pueblo campero donde muches aprenden desde chicos a matar y carnear animales. Como otras cuestiones, el supuesto profesionalismo de los cortes también sería relativizado más adelante, pero en ese momento fue suficiente para que los mataderos y las carnicerías estuvieran en la mira.

El 4 de junio se produjeron las primeras detenciones. Un diario de la capital santiagueña publicó en tapa: “cuatro drogadictos confesaron haber matado y violado a Marito”. Entre los detenidos, dos eran carniceros. Los hermanos Daniel y Ramón Ocaranza fueron apresados porque una persona con retraso madurativo dijo que los había visto violarlo en la represa. Más adelante, los carniceros fueron liberados y los Ocaranza también porque su defensa reconstruyó con decenas de testimonios lo que estaban haciendo en el momento de la desaparición, pero fueron imputados por el encubrimiento de los responsables materiales del crimen.

Varios años después, el juicio, que se realiza en la capital santiagueña desde diciembre de 2021, revelaría cómo fue en realidad la investigación que debía haber esclarecido la desaparición y asesinato de Marito Salto.

 

para arrancar, una vidente

“Nos juntamos en la departamental nueva a barajar nombres”, dijo Miguel Jiménez en diciembre de 2017 frente a Rosa Falco, jueza de instrucción de la causa. Jiménez tiene 62 años y es una presencia fuerte en Quimilí, una de esas personas a quien recurrir. Hoy, devenido empresario del agro, se dedica a la compraventa de campos. Su biografía está ligada al cinco veces gobernador de Santiago del Estero Arturo Juárez, un justicialista de rasgos caudillescos y liderazgo autoritario que logró montar una red de personas claves en los pueblos -de la cual Jiménez fue parte-, que le reportaba y que le permitía un control territorial fuerte. Con el ocaso de Juárez -luego de los crímenes de Leyla Bshier Nazar y Patricia Villalba que derivaron en la intervención de la provincia en 2004-, Jiménez se reconvirtió a partir de un activo clave para su futuro rol como benefactor: los contactos con jueces, políticos, empresarios y policías.

Así llegamos a 2016, cuando Jiménez tuvo un rol relevante en la investigación del crimen de Marito. Una tía del chico le pidió prestada una lancha para buscarlo en las primeras horas. Un tío policía también le pidió colaboración. Con la anuencia de los comisarios locales, Jiménez fue entrevistando y recabando información junto a la policía. Entre los aportes de Jiménez está haber contratado a una vidente, traída de Córdoba con fondos de la investigación, a quien él conocía gracias a un cordobés también dedicado a la compraventa de campos. La mujer hizo “oraciones” en los lugares donde Marito había sido visto por última vez para que se “eleve el alma del angelito”, y recorrió en el vehículo particular de Jiménez sitios que, en realidad, Jiménez y la policía ya tenían fichados.

Así, luego de 15 días de trabajo de campo, identificaron a un grupo de personas que tenían en común haber estado en la zona de la desaparición: Ramón “Burra” Rodríguez, empleado de una ladrillería cercana a la represa; Rodolfo “Rody” Sequeira, del barrio Cooperativa y socio de Rodríguez; Daniel “Chicho” Sosa, concubino de Rodríguez y vecino de los Ocaranza; José “Nano” Ledesma y, al menos, un varón más. La vidente “sintió vibraciones” más de una vez en presencia de alguno de ellos y no dudó.

 

irregularidades policiales y judiciales

En torno a ese grupo de varones la policía y el poder judicial construyeron la teoría del caso que la fiscalía debía probar en el juicio. Sin embargo, en las audiencias las cosas se complicaron bastante.

Las fuentes de la investigación, además de la vidente, fueron: un adolescente, testigo de identidad reservada, que dijo que alguien le había dicho que vio a Sequeira y a Sosa secuestrar a Marito; otro testigo de identidad reservada que contó que había visto a Sosa “cavando un pozo” con Sequeira en la casa de Rodríguez, al día siguiente de la desaparición, y un hombre que estuvo preso junto con Sequeira que dijo que este había confesado que le había pedido a Sosa que “levantara” a Marito.

A los quince días del crimen, Sosa fue detenido. Ahora, en el juicio, denunció que mientras estuvo preso los policías lo golpearon una y otra vez, en ocasiones cubriéndole la cabeza con una bolsa de nylon. Y relató que lo llevaron desde Quimilí a la ciudad de La Banda en un auto sin identificación, a una casa también sin identificar donde fue torturado: los policías le dijeron que iban a parar si denunciaba a Sequeira. Estuvo un mes en ese lugar, hasta que lo trasladaron a un penal de la capital santiagueña. Recién entonces declaró frente al primer juez de instrucción que tuvo la causa, Miguel Moreno.

Mientras Sosa estuvo detenido, coincidió con Ledesma que enfrentaba un periplo similar. Ambos escucharon que el otro recibía castigos. A los dos por separado les decían que confesaran porque el otro ya había “cantado”. Durante el juicio, a Ledesma lo procesaron por falso testimonio: había dicho que vio a Sequeira empujar a Marito dentro de un auto; en el juicio se desdijo y confesó que había declarado de esa manera por presión de la policía.

En el penal donde estuvieron Ledesma y Sosa también estuvo Sequeira. Sequeira denunció en su descargo que fue sometido a torturas y apremios, que un médico llegó a constatar las lesiones, pero cuando recomendó su internación un policía conocido como “Atilio” se opuso porque “se hacía el enfermo”.

Hasta aquí podría tratarse de imputados defendiéndose en un juicio por un hecho gravísimo. Pero hay más.

El testigo de identidad reservada que había presenciado que cavaban un pozo tampoco sostuvo su testimonio en el juicio. Dijo que había declarado eso porque su madre estaba amenazada de muerte. Esta persona había dicho dos veces en la comisaría de Quimilí, y había ido modificando sus declaraciones hasta que fue llevada a declarar frente a la jueza. Llegó al juicio desconociendo su condición de testigo de identidad reservada. Durante el debate oral, lo acusaron de falso testimonio, lo detuvieron y lo condenaron en tiempo récord mediante un juicio abreviado. A otros dos testigos que se desdijeron les pasó lo mismo.

Durante el juicio declararon el padrastro de Marito y Gladys, su mamá. Les preguntaron si confirmaban haber reconocido a Marito arriba de una moto con otra persona, en una imagen fija tomada de una cámara de vigilancia. Respondieron que no, que la imagen era difusa. Pero antes, cuando habían declarado en sede policial, habían dicho que sí lo reconocían. La pareja de la mamá de Marito contó que en ese momento les habían insistido para que afirmaran que sí se trataba del niño.

Alguien con veteranía en el periodismo de los tribunales santiagueños, consultado para esta nota, dijo: nunca vi algo semejante. También consideró inédito que haya un tribunal tan urgido por confirmar la teoría de un caso.

 

meter el perro

Luego de las detenciones del grupo de varones, la causa entró en un impasse porque no se podía probar que alguno de ellos fuera el autor material del crimen. Los rastros de ADN encontrados en el cuerpo de Marito no coincidían. Pasado el año y medio del crimen, la segunda jueza de instrucción le pidió auxilio a la Policía Federal que elaboró informes y perfiles criminales. Y también recomendó la colaboración de Marcos Herrero, un instructor de perros que ya había intervenido en otras desapariciones resonantes.

La llegada de Herrero y sus canes Duke y Halcón a Quimilí produjo un giro espectacular en la investigación. Los perros fueron llevados a la represa de Alomo junto con una prenda de Marito y, a partir de supuestas técnicas de odorología forense, hallaron un trozo de madera con tanza, que los familiares de Marito reconocieron. A metros de donde apareció la madera con tanza también encontraron una billetera que adentro tenía un papel manuscrito en el que se veía el número 666 y un triángulo con un ojo dentro similar al de la serie animada Gravity Falls. El papel también tenía escrito “Marito” y lo que parecía la descripción del plan para secuestrarlo y ofrendar su vida. A partir del olor de la billetera y de una prenda del niño, los perros marcaron más lugares. Así se allanó la casa de la hermana de Sequeira: encontraron una horqueta con la letra “M”, reconocida por los familiares. Por la labor de los perros fueron detenidas tres personas que no habían sido investigadas antes: Pablo Ramírez, Daniel “Tati” Hernández y María Eugenia Montes. En sus viviendas aparecieron papeles escritos que los enlazaban con el resto.

En el manuscrito encontrado en la billetera figuraban los ya acusados Sequeira y Sosa, asociados a símbolos de dinero y los Ocaranza. Y algo más: también estaba escrito “Miguel Jiménez”, que pasó de investigador a investigado. Los medios comenzaron a llamarlo “El Brujo”. ¿Por qué los perros fueron llevados directamente a la casa de Jiménez un día de finales de noviembre de 2017? Por ahora no hay explicación. En su vivienda se encontró un santuario dedicado a San La Muerte y otro manuscrito que profundiza los vínculos de Jiménez con el resto del grupo y lo coloca como el líder de una secta, cuyo objetivo era ofrendar la vida del niño para hacerse de un poder sobrenatural.

Con el impulso de estos hallazgos se tomaron nuevas muestras de ADN, esta vez de manera extendida. Cerca de 3400 varones de Quimilí fueron sometidos a exámenes de ADN pero ninguno matcheó con los rastros biológicos que se encontraron en el cuerpo de Marito. Durante el juicio, las defensas cuestionaron los hallazgos de Herrero en lugares que ya habían sido rastrillados con brigadas caninas y en domicilios que habían sido ya allanados. En los registros de los operativos se ve a Herrero solo, tomando la delantera, sin compañía de otras personas. Un perito experto ofrecido por las defensas cuestionó la validez científica de pruebas encontradas luego de tanto tiempo precisando los alcances que tiene la odorología. Herrero se defendió y aclaró que no siempre hacía odorología sino una técnica que aprendió de antepasados tehuelches. De todas formas, el mayor problema que enfrenta Herrero es que está detenido en Mendoza acusado de plantar huesos y cartas apócrifas en la investigación de la desaparición de Viviana Luna en 2016. Apenas antes del inicio del juicio en Santiago del Estero, el poder judicial pudo comprobar que los restos óseos que Herrero había encontrado en Mendoza y los que encontró en la investigación de la desaparición de Marcela López en Santa Cruz pertenecían a la misma persona, un varón.

El otro pilar de la hipótesis del crimen ritual es el aporte a la causa del antropólogo José Miceli, quien también participó en la investigación del asesinato del niño Ramón Ignacio González, en Mercedes, Corrientes. Allí también se construyó la hipótesis de que Ramoncito fue captado por una secta y sacrificado, a partir del testimonio de una testigo de identidad reservada y menor de edad, a quien la policía de Quimilí entrevistó en la investigación sobre Marito.

El rol de Miceli es organizar el sentido de los hallazgos de Herrero. Según el antropólogo, el crimen de Marito es de “alta complejidad simbólica” y tiene las características de un “crimen ritual de culto satanista y del Señor/San La Muerte a manos de un grupo sectario”. Así, los hallazgos de los perros confirman “por sí mismo el crimen” ya que los escritos “en sí mismos poseen un valor mágico”. El triángulo con el ojo dentro similar al de Gravity Falls, “establece un paralelismo con el proceso ritual realizado, donde el niño protagonista de la serie se ve envuelto en un mundo sobrenatural y a la vez es presentado como ingenuo y fácil de engañar”. Miceli encuentra indicios de un crimen ritual por todas partes. En la casa de los hermanos Ocaranza los perros hallaron una bolsita con seis escarabajos negros que representarían a Belcebú. En otros pasajes de su análisis, la llorona o la dama de blanco y otras leyendas clásicas del monte santiagueño son usadas para explicar el comportamiento de los acusados.

El culto a San La Muerte en Quimilí es bastante extendido y nada extraño. Como Jiménez, muchas personas le rinden culto y tienen un altar en algún lugar de la casa. En una edición anterior de crisis, Ximena Tordini señalaba que “la relación entre el santo y quienes cometieron delitos contribuye al estigma del culto” y que “en la última década, una nueva narrativa amenaza con imponerse a través de las crónicas policiales: son delincuentes porque son devotos de San la Muerte. Así, a partir de dos o tres casos, investigados con distintos grados de rigurosidad y, sobre todo, de un puñado de imágenes atemorizantes apareció en escena la teoría del ‘crimen ritual’”.

Así las cosas, a juicio llegaron Miguel Jiménez, acusado de autor intelectual del secuestro, abuso sexual y homicidio; Rodolfo Sequeira, Ramón Rodríguez y Daniel Sosa, por haber participado; Daniel y Ramón Ocaranza, María Eugenia Montes, Daniel Hernández y Pablo Ramírez, por encubrir el secuestro, abuso sexual y homicidio. Durante el juicio la fiscalía pidió agravar la acusación a Sequeira y a Jiménez como autores materiales.

 

fantasmas y demonios

En las últimas décadas Quimilí se complejizó. La provincia experimentó una serie de cambios socioeconómicos desde mediados de la década del noventa gracias a que tierras que antes eran periféricas para la producción agroindustrial se valorizaron a partir de la difusión del monocultivo de soja modificada genéticamente para ser cultivable en suelos menos fértiles. El reverso de semejante impacto económico es la conflictividad rural que se expresa en distintas formas de violencia estatal y no estatal hacia quienes defienden sus tierras. Una sociedad que progresa pero que concentra cada vez más la propiedad y la riqueza, mientras se amplía la desigualdad.

También empezaron a circular otros formatos de violencia cargados de opacidad, más difusos o difíciles de asir. Al inicio de la investigación había otra teoría del crimen de Marito: la venta de drogas. Al mes, el entonces intendente Omar Fantoni dijo:  “Por la forma que lo mataron, en especial la saña, a uno no le queda otra que pensar que por ahí es un ajuste de cuentas. Es una venganza. Una cosa así. Y siempre está la droga dando vueltas…”. Y siguió:  “Quimilí es una zona de paso. Sobre una ruta que une el Mercosur. También hay seis rutas que cruzan la ciudad. Ello conlleva hoy al inequívoco flagelo de las drogas”. Durante el juicio quedó resonando el testimonio de una testigo de identidad reservada que también había apuntado a la venta de drogas al señalar la relación entre un policía de Quimilí que pertenecía al entorno de la familia paterna de Marito y uno de los acusados. La testigo también fue detenida por falso testimonio.

La teoría del crimen ritual y la espectacularización dejaron a un lado las otras líneas de investigación, que lejos de los demonios y las apariciones involucraban tramas más concretas y terrenales.

El crimen de Marito ocurre en los pliegues de una sociedad santiagueña que mira con desconfianza. Los acusados no tienen características que despierten solidaridad: Jiménez es más temido que amado, Sequeira se ganó su fama de matón, el resto son gente “de la orilla”. Sean declarados culpables o inocentes, lo relevante es señalar cómo el sistema de justicia resuelve las investigaciones: con testimonios manipulados y peritos cuestionables. Hace poco el Tribunal de Casación Penal de la provincia de Buenos Aires anuló la condena a prisión perpetua a Marcos Bazán por el femicidio de Anahí Benítez y ordenó la realización de un nuevo juicio, en buena medida por la debilidad de la investigación forense que se usó en contra de Bazán. Para Manuel Tufró y Fabio Vallarelli del CELS este tipo de casos “deja en evidencia los graves problemas y limitaciones que pesan sobre fiscales, jueces, policías y peritos al momento de tener que enfrentar causas con cierta complejidad, y cómo muchas veces se busca subsanar estos problemas dirigiendo las investigaciones contra personas inocentes o con pruebas muy débiles en su contra”. El caso de Marito podría sumarse a una larga lista de procesos similares. Los efectos de una investigación judicial que no está a la altura no solo atentan contra la búsqueda de justicia de la familia sino que dejan de lado los procesos sociales como variable explicativa de las tramas territoriales que albergan un crimen tan aberrante. Porque lejos de fantasmas y demonios, la amenaza es real.

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