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el colombiazo electoral
El domingo Colombia rompió su conservadora historia electoral y por primera vez triunfó una fuerza de izquierda. Tras las revueltas populares de 2020, la fórmula encabezada por Gustavo Petro y Francia Márquez logró expresar la mayoritaria voluntad popular de cambio, derrotando en toda la línea al uribismo. Luego de una campaña sucia plagada de operaciones, la pregunta es qué posibilidades hay de un cambio de rumbo real, en el enclave más preciado que los Estados Unidos posee en el continente.
21 de Junio de 2022

 

Las bocinas y banderas tomaron Bogotá. Lloviznaba, como suele ocurrir en la capital de Colombia. Al mismo tiempo, la calle quinta de Cali se transformó en una fiesta. Al igual que en Quibdó, sobre la tan golpeada y negra costa del Pacífico. O Bucaramanga, con una enorme caravana de autos. Las imágenes de celebración se multiplicaron toda la noche por ciudades y pueblos, al igual que a lo largo del día lo hicieron las fotografías de filas de personas en centros de votación, acudiendo a las urnas en chivas, camiones, caballos, a pie o con canoas en zonas alejadas y olvidadas del país.

El festejo por la victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez fue el de un grito contenido durante demasiado tiempo: dos siglos sin gobierno popular, setenta años de violencia política ininterrumpida, treinta de neoliberalismo y millones de víctimas. “Gracias a esa enorme fuerza que viene de antaño, que viene de atrás, generaciones que ya no están con nosotros, somos parte apenas de un acumulado de una resistencia que ya tiene cinco siglos diría Francia, somos la sumatoria de las resistencias de Colombia”, dijo Petro en su discurso ante el repleto estadio Movistar Arena, en Bogotá.

 

La alegría fue doble. Por la victoria presidencial de la coalición de izquierda con el 50.44% de votos. Y por el reconocimiento rápido de los actores principales: el presidente saliente Iván Duque, el perdedor en las urnas Rodolfo Hernández, el ya no todopoderoso Álvaro Uribe, y el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken (en ese orden). No hubo cuestionamiento, impugnación, denuncia de irregularidades, de fraude. Petro ganó, se subió al escenario junto a Francia -la flamante vicepresidenta-, fueron ovacionados, hablaron, y la noche terminó con una celebración en la Plaza de Bolívar, seguida de fiestas con salsa, reggaetón y madrugada sobre la ciudad al pie de los cerros orientales.

Colombia, acostumbrada siempre a resistir y contar tragedias, festejó. Se vivió en las calles, en las sonrisas, los fuegos artificiales, en las imágenes de tantos colombianos exiliados por un conflicto armado incesante, el video de un hombre negro gritando hasta las lágrimas “primera vicepresidenta negra, que viva Colombia hijueputa, que viva Francia”, en tantos mensajes en las redes sociales. Como si una maldición se hubiera roto y al fin, como sugiere Petro en diálogo con Gabriel García Márquez, las generaciones que vivieron cien años de soledad logaron una segunda oportunidad sobre la tierra.

 

campaña sucia

“Exguerrillero o ingeniero. Este domingo los colombianos decidirán quién será el próximo presidente: Gustavo Petro o Rodolfo Hernández”, tituló la revista Semana el día anterior a las elecciones. “Le comunico que soy economista”, respondió el candidato del Pacto Histórico en su cuenta de Twitter a la directora de Semana, Vicky Dávila, quien volvió a evidenciar su campaña contra Petro, como en el estallido social del año anterior cuando lo acusó por la violencia desatada en las calles.

Ligada al uribismo, Semana fue el artífice de la filtración de los llamados “petrovideos”, que divulgaron tramas del interior de la campaña del Pacto: reuniones del comité estratégico, de equipos de comunicación, audios de Verónica Alcacer (la esposa de Petro) con debates sobre cómo dividir al centro político, realizar una “campaña gris”, o lograr una reunión con el entonces embajador estadounidense en Colombia, Philip Goldberg.

El ahora presidente denunció que los nueve meses de grabaciones de la intimidad del Pacto provenían del espionaje ilegal, una práctica que en Colombia fue llevada adelante en varias oportunidades por altos mandos de las Fuerzas Militares. Las filtraciones fueron el principal ataque descargado contra la campaña de Petro, quien enfrentaba a un candidato que parecía difícil de vencer, pero que evidenció demasiadas limitaciones, en particular durante los últimos días.

 

Hernández tenía fortalezas: lenguaje directo, estilo popular, disruptividad, discurso anti-corrupción, de cambio y contra políticos tradicionales. Proyectó la imagen de empresario exitoso, millonario, hombre fuerte y duro -capaz de golpear a un concejal-, en un país donde ese tipo de liderazgo tiene arraigo en varias regiones, como la suya, Santander. El ingeniero conectó con una demanda de cambio y al mismo tiempo expresó al uribismo cultural.

Su campaña construyó una red nacional de Whatsapp como parte de la estrategia digital, dimensión central ante sus deficiencias como la falta de preparación en varios temas, limitaciones de discurso o declaraciones equivocadas. El candidato dio pasos en falso en las últimas horas, en particular su negativa a debatir con Petro que se tradujo en la tendencia #RodolfoCobarde, sumado a un video filtrado de su participación en una fiesta en un yate en Miami junto a varias chicas en traje de baño, su hijo acusado en la causa de corrupción en la cual él mismo ha sido imputado por la Fiscalía, y empresarios presuntamente de la farmacéutica Pfizer.

¿Cuántos puntos le costaron los errores y el video? Hernández encontró dificultad para convencer a votantes de centro, sumar electorados heterogéneos provenientes de la demanda de cambio, así como del uribismo, que le dio su apoyo desde que ingresó al balotaje. Su resultado fue alto: 10.580.412 votos. Petro, a quien se le auguraba un límite de crecimiento difícil de romper, logró 11.281.013 votos, es decir, 2.75 millones más de votos que en la primera vuelta, con una participación de 58.09%, tres puntos más que en el mes de mayo, convirtiéndose en el presidente más votado de la historia de Colombia

Gentileza campaña Francia Márquez

 

revolución Francia

“En este pueblo hay que ver mucho y no decir nada”, dice un conductor camino a Suárez, el pueblo donde Francia nació, en el departamento del Cauca. El lugar está rodeado por montañas, mucho verde, conectado por rutas pequeñas y en mal estado que cruzan pueblos pobres, con gente en las calles, jóvenes en moto, la mayoría afrocolombianos, algunos comercios, y un aire espeso, de balas siempre cerca. En la región se produce coca, se la procesa y traslada por los corredores hacia el Pacífico: una combinación perfecta para la disputa de territorios entre grupos armados y negocios millonarios.

Francia Márquez se formó allí como lidereza social. Comenzó con 13 años para defender su río y en el 2018 recibió el premio internacional medioambiental Goldman. Entre tanto fue madre adolescente, trabajó de servicio doméstico, estudio abogacía, sufrió amenazas de muerte, desplazamiento, un atentado en el 2019. “Haber sobrevivido en este pueblo como líder social es un verdadero milagro”, dice un compañero mientras estamos en Suárez con la candidata bajo un dispositivo policial y militar, ante las amenazas recrudecidas en el último tramo de campaña, en particular en vista de la explosión de una motobomba dos días antes en el pueblo.

Gentileza campaña Francia Márquez

La figura de Francia fue una revelación durante la consulta del Pacto en marzo al lograr 800.000 votos, lo que le aseguró el lugar en la fórmula presidencial contra resistencias internas. Resultó central en el proceso de acercamiento de movimientos, organizaciones, sectores movilizados durante el estallido, zonas históricamente relegadas del país, mujeres, así como en puentes con actores de centro que apoyaron al Pacto en el balotaje. Los resultados en los departamentos donde concentró su campaña de segunda vuelta evidenciaron su popularidad: 63.85% a favor en el Valle del Cauca, 74.5% en el Cauca, 80.91 en Nariño, 81.94% en Chocó, territorios que de conjunto sumaron 22.56% al resultado final.

El siete de agosto, una mujer afrocolombiana, parte del país más excluido y golpeado por el conflicto armado, asumirá la vicepresidencia del primer gobierno progresista de la historia de Colombia. Un desafío al statu quo mantenido muchas veces con plomo por unas de las élites más conservadoras y violentas del continente, acostumbradas a gobernar Colombia como si se tratara de su finca.

 

gran acuerdo nacional

Petro transmite la imagen de un dirigente preparado, de un político-intelectual. Militó en el M-19 desmovilizado en 1990 con un acuerdo de paz que dio lugar a la Constitución del 91, tuvo experiencia como senador marcado por sus denuncias contra la parapolítica y la corrupción, fue alcalde de Bogotá. Uno de sus objetivos en la campaña consistió en convencer sobre el horizonte de estabilidad de su gobierno, contener impactos de la campaña acusatoria sobre una supuesta orientación “castro-chavista” con objetivos de eternizarse en el poder y llevar al país a “ser como Venezuela”.

Para eso una de sus apuestas post-primera vuelta fue convocar a un gran acuerdo nacional. Logró la fotografía dos días antes de las elecciones en una reunión donde acudieron dirigentes del centro político, actores con recorrido institucional o social. Esa necesidad de alcanzar un acuerdo fue uno de los puntos repetidos en su discurso la noche del triunfo. Petro llamó al encuentro a un país dividido: el mapa de votos de Petro y Hernández mantuvo, por ejemplo, los patrones de votación de los acuerdos de paz en el 2016, con las costas, parte del sur y Bogotá a favor del acuerdo de paz y ahora con Petro; lo mismo en Antioquia, con el centro, parte del sur y oriente en contra y mayoría apoyando a Hernández.

Un gran acuerdo nacional, con traducción legislativa y probables condicionantes y cuotas, puede ser importante ante lo que serán desafíos tales como modificar políticas neoliberales en torno a jubilaciones, propiedad de la tierra o avanzar en una transición a energías renovables, algo sobre lo cual hizo particular hincapié. También para un asunto medular como la paz, que significa negociaciones con actores armados, modificar doctrinas, prácticas militares y policiales –regidas por la concepción de enemigo interno-, y dar respuestas a desigualdades que alimentan el poder de los grupos armados. ¿Cuánto podrá ante una fuerza militar conectada muchas veces con las economías ilegales, formada en gran parte por el uribismo y Estados Unidos?

La distancia entre las promesas de cambio y las posibilidades de ejecutarlas será, seguramente, parte de las tensiones que transitará el nuevo gobierno. Los tiempos recientes en América Latina muestran dificultades en varios procesos progresistas para llevar adelante reformas que modifiquen el statu quo luego de haber ganado las elecciones. Petro tendrá cuatro años sin reelección para sus pretenciones de reformas.

 

¿Cómo se moverá Washington ante el nuevo gobierno de un país de relevancia mayor para su geopolítica continental? Puede suponerse que un sector adoptará una política agresiva, expresada por el gobernador de La Florida, Ron De Santis, que calificó el lunes a Petro de “ex narco terrorista marxista” de “ideología totalitaria de izquierda”. Otro sector, en cambio, podría tener mayor cercanía, como puede verse en la carta de seis congresistas demócratas pidiendo al presidente Joe Biden investigar si la corrupción por la que es acusado Hernández se conecta con sus propiedades en La Florida. O la reacción de Gregory Meeks, presidente del comité de relaciones exteriores de la Cámara de Representantes, que felicitó a Petro y Francia Márquez, a quien había recibido semanas atrás.

Colombia tendrá un presidente y una vicepresidenta que fueron amenazados de muerte en reiteradas ocasiones y se salvaron de atentados. Sobrevivientes de una larga lista recordada la noche de la victoria, como los tres candidatos presidenciales asesinados en la elección de 1990: Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo.

El 7 de agosto comenzará una etapa nueva, impedida durante décadas por las élites que aplicaron todos los métodos para mantener sus privilegios. Esta vez no pudieron, la mayoría votó un cambio, en un país que finalmente festejó a lo grande. 

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