buzón y cuenta nueva | Revista Crisis
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buzón y cuenta nueva
Desde que una virulenta oleada de cacerolazos punitivistas frenó la salida de presos al inicio de la cuarentena, hubo motines, el virus hizo estragos en los pabellones, pero ya nadie escuchó a quienes pueblan las hacinadas cárceles argentinas. Tres internos y dos detenidas hacen un balance sobre cómo se vivió la reclusión en tiempos de pandemia.
15 de Marzo de 2021
crisis #46

 

Al buzón vas cuando te sancionan. Lo que hacían cuando uno tenía síntomas: te llevaban a buzones. Eso generó que los pibes si tenían síntomas ya no digan nada, mejor estar en el pabellón que por ahí algún pibe te da una mano, por ejemplo con un medicamento. En buzones quedás aislado, te vas a cagar gritando y ni bola. Imaginate enfermo. El pibe que murió en la [Unidad] 31 decían que fue por tuberculosis pero al final no sabés. En el pabellón mío había muchos pibes con síntomas. Yo también tuve síntomas. Pero no decíamos nada. Yo me la banqué en cama quince días. Y así un montón de chicos. Lo que pasa que los números los maneja el Servicio [Penitenciario]. Me acuerdo palabras del presidente: decía que como estábamos aislados de la sociedad, no había problema [se muerde los labios], pero acá el virus entró con el SPB. Si cuando empezó el aislamiento se cortaron las visitas, las salidas transitorias, se cortó todo. Y se cortaron las actividades: colegio, talleres. [Se frena]. Los que trabajan en la cocina siguieron trabajando pero porque eran los que repartían la comida en los pabellones. Ellos seguían. O los que laburan administrativamente con los cobani. Porque el laburo administrativo lo hacen los presos. Me refiero a lo que es internamente. Esos presos laburaban. Pero los que trabajan en visitas, colegio, en jardinería, en lugares no esenciales, digamos, se cortó. No se podía navegar. [Ríe fuerte]. O sea que ya no podías ir de un pabellón a otro. Yo, que estoy en el Centro de Estudiantes, por ejemplo, no podía ir desde pabellón universitario a otro para anotar a un pibe para que rinda un examen. La hacíamos por Whatsapp. Navegar es eso, es dar una vuelta por el penal. Te vas a la cancha, o si tenés un amigo te vas a tomar unos mates. Esas cosas también se cortaron. Ya no podía navegar nadie. Cuando empezó la protesta de octubre yo estaba ahí. Fue medio qué se yo, medio raro todo. [Se frena]. Los usaron a los pibes, nos usaron. Las represalias fueron terribles. Estuvimos muchos meses sin visitas. Primero dieron las visitas en [el sistema carcelario] Federal y lo que se corría hacia adentro es que iban a dar acá también. Pero eso nunca pasó. Los pibes se iban alterando cada vez más. Hubo una asamblea con los referentes de pabellones y los jefes de Unidad. Vamos a la reunión y nos dicen: “No se sabe nada, es una decisión de arriba”. Al otro día nos llaman y nos dicen que van a haber visitas. Imaginate, los pibes estaban recontentos. Estuvimos todo el año sin visitas, sin contacto de nada, sin ver profesores, familia, nada. Muchos empezaron a organizar porque armar una visita es todo un ritual. Entre los pibes que se preparan adentro y las familias que se preparan afuera. Juntar la plata que se necesita para los bagayos [bolsas con mercadería]. Una re movida. Eso fue un miércoles. Pasó el jueves, el viernes, y nos avisan desde [el Penal de] Olmos que se cortó la visita. Pasó todo el día. Como no nos decían nada los cobani, seguimos organizando. Tipo 7 de la noche, mandan a llamar a los referentes de los pabellones para decirnos que no iba a ver visitas. Lo evaluamos como una manipulación discursiva del Servicio [Penitenciario] porque nos dijeron que la gobernación no querían dar pero que ellos sí las iban a garantizar igual. Al otro día, todo para atrás. Nos dicen que la gobernación no habilita las visitas. Vos al preso lo podés verduguear con un montón de cosas [endurece el tono], pero no le toqués la familia porque se pudre. Ahí es cuando muchos pibes empezaron a decir que había que hacer algo. Subir a los techos. Y al otro día, fue lo que pasó: empezaron a desengomarse [salir de las celdas] y subir a los techos. Del Servicio nos decían que nos apoyaban con el reclamo pero se fue todo de las manos. Se fueron prendieron un par de cárceles más. Estuvimos días enteros con el penal tomado hasta que vinieron a reprimir. Muy heavy. [Hace una pausa]. Eso fue un sábado a la mañana y el domingo entraron a reprimir con todo. Nos cagaron a palos. Yo salí de traslado a Bolívar cagado a palos, estaba desfigurado, el dedo me quedo mal, la pierna quebrada de los palazos.

Darío. Unidad Penitenciaria 31, Florencio Varela, Buenos Aires.

 

los inmunes

El 16 de marzo empezó el aislamiento acá adentro, se cortaron las visitas y las salidas transitorias. Pero los del Servicio iban y venían. Hacían sus tres guardias diarias. Los casos empezaron por gente del Servicio. Aparecieron casos en los distintos pabellones. Algunos tomaron la decisión de autoaislarse. Toda la población se contagió. El espacio de sanidad no existía, te daban un Paracetamol y nada más. Y los síntomas eran todos: pérdida del gusto, fiebre. Cuando empezó a venir gente del pabellón 9 que tuvo Covid, me contaban: “La quedé como tres días. te duele todo el cuerpo, no podés respirar”. Personas que hacen deportes todo el día para subsistir, como forma de darle utilidad al tiempo en la prisión para que el día no sea de cuarenta y ocho horas en vez de veinticuatro, y aún así la quedaron todos. La pasaron así, como la pasamos un montón de veces en Sierra Chica en un buzón cagados a palos, con fiebre, con vómitos. Yo lo que pienso es que somos inmunes. No te olvides que en el penal en donde estamos nosotros todas las napas están contaminadas. La cárcel está arriba de la basura. Yo pienso que ya somos inmunes. Acá estamos al lado del Riachuelo. No hay mosquitos, ¡hay un tsunami de mosquitos! [ríe apenas]. Tendríamos que estar infectados con Dengue. Y nada. Sabemos que hubo tres muertes, mayores de 50. Supuestamente por problemas respiratorios y no por Covid. Pero no sabemos por qué el Poder Judicial no atendió más a nadie. La cárcel pasó a ser un depósito del virus. Quedamos aislados. Se entendía por la incertidumbre y la paranoia, pero nadie, de ningún organismo de ningún tipo, vino por el miedo. Ahora sí. Y mirá que nos cansamos de llamar. ¿Sabés los muertos que habrá habido? La burocracia administrativa los pasa por peleas, problemas respiratorios, pero no por Covid. Así que no sabemos. Es una realidad la prisión cuando vienen las autoridades y otra muy diferente cuando se apagan las luces. [Se frena]. Nosotros hicimos un registro propio con datos sobre el tema de la salud para brindar toda la información para el afuera. De adentro para afuera. Los pibes en plena pandemia se tomaron todo el laburo. Eso nos sirvió para hacer el reclamo un 31 de octubre. Onda: en 10 meses pasó esto. El vaso colapsa por una falta de respeto de la jerarquía penitenciaria al resto de la población. Un mandato ante 60 almas que iban a ver a su familia y un día antes le decís que no porque no había aval. Cada decisión que se toma repercute, pero la pena se mete adentro de la familia. Nunca hubo visitas, recién ahora y por goteo. Prometieron que iba a venir la familia. Y nosotros no hicimos un puto quilombo, cerramos el culo. El Poder Judicial cortó toda las transitorias, no atendían a nadie. ¿De qué violencia me están hablando? [Levanta el tono] ¡Las personas quedaron depositadas! Yo me iba los domingos de transitoria a ver a mi familia y no lo hice más. La pandemia fue volver a caer en cana, literalmente.

Diego. Unidad Penitenciaria 48, San Martín, Buenos Aires.

 

wendy producciones

No tuvimos contacto pero sí hubo personas infectadas con Covid en otros pabellones. Por eso no salimos a otros pabellones. Dejamos de circular por una cuestión sanitaria y de seguridad. Hay chicas que son pacientes de riesgo. Dejamos de salir a las áreas recreativas y demás. Se prohibió la visita. No tuvimos visitas durante 8 meses casi. Recién ahora se activó. De a solo una visita por interna de cada pabellón. Con barbijo y sin compartir mate. La familia entra con control de temperatura, fiebre, y para salir lo mismo. Acá donde estoy yo somos 29 internas que hacemos la fajina. Pero los del Servicio nos dan solo una lavandina por pabellón, que es bastante grande. Hacemos la fajina por donde pasó el Servicio a hacer la requisa después de cada ronda y ni los elementos de limpieza nos traen. Yo tengo 39 años y una enfermedad crónica, tuberculosis. Otras chicas trans también con enfermedades complicadas pedimos arresto domiciliario porque el Covid es pulmonar también. Pero el juzgado nos dijo que no. Siempre reclamamos cosas al centro médico. La atención es pésima. A personas con VIH no les dan atención. Dudan. Recién cuando te ven botando sangre, ahí te atienden. Reclamamos por la vía legal, presentamos habeas corpus, y el Servicio se mueve mal diciendo que no hay lugar. Ellos mismos firman nuestras boletas diciendo que no queremos ser atendidas. ¡La misma policía te firma la negativa! Para salir a cualquier lugar tienes que tener una boleta, viste, a una audiencia o lo que sea, siempre con una boleta. La requisa nos firma la negativa pero sin que nosotras lo sepamos. [Vuelve a levantar el tono] Y eso no es solo conmigo. Las chicas golpean la reja, a veces hay que reclamar más bruscamente. Yo tengo redes sociales, era como una activista antes de acá. Publicaba todo lo que pasa en el mundo trans. Me encuentran como wendy producciones. Muchas veces publiqué ahí denuncias de como el Servicio te tratan de hombre cuando te quieren hacer sentir mal. Hace siete meses que no veo a mi familia. Tengo un hijo de siete años. La madre de mi niño viene a verme ahora. Fue criado de mutuo acuerdo. Lo vi solo dos veces a mi niño: para mi cumpleaños y en navidad. No es fácil verlo porque el protocolo para visitas es muy restringido. Esos siete meses sin visita la pasé mal. Encerrada es un problema. Y encerrada enferma, doble problema. Tener Covid acá es como morirte. Vi muchas noticias, que la gente moría, se contagiaba; vi que muchas compañeras fueron botadas de sus casas por no poder pagar el alquiler. Por el aislamiento obligatorio ya no pudieron pagar. Muchas fueron echadas de su casas. Lo más importante es un techo donde vivir, donde estar. Muchas de ellas no consiguen estudiar. Acá somos 6 chicas trans, pero en Varela hay 32. En total 5 chicas ya fallecieron, pero no por Covid. La última fue Rafaela, murió en Batán por falta de tratamiento. Falleció porque no le llegó su medicación. Murió en el hospital regional de Mar del Plata. También murió Pamela en la 32, del pabellón 2. La Shirley bombón también falleció. Y la Angie. Ellas murieron en Varela. La Shirley bombón murió por falta de insulina, era diabética.

Wendy, Complejo Penitenciario Federal 4 de Mujeres, Ezeiza, Buenos Aires.

 

exilio interior

No todas las unidades son violentas pero los presos se cansan. En algún momento te va a explotar, la cárcel. En las mesas de negociación [tras un motín en octubre pasado], les dijimos: “Ustedes gobiernan la cárcel porque hay un consenso para que la gobiernen”. Nosotros investigamos cuántos son ellos [del Servicio] adentro de la cárcel: son 16.400 en total. Pero la cantidad de detenidos son 42.000. Y en esta Unidad éramos 1000 presos y los que estaban cuidando el penal eran 30. Y nadie encaró el muro para fugarse o generó una situación de fuga. ¿Esto qué quiere decir? Que el tipo que está en cana hoy por hoy, no piensa en fugarse. Si hubiera una cantidad de bandas delictivas organizadas, que te venden como si fuésemos Brasil o Colombia, sí, quizás había una situación de fuga. Pero eso no ocurre acá. Ocurren cuando le pagás a la policía si te querés ir y te vas. ¿Entendés? [Baja el tono]. Ellos te venden el verso de la seguridad, el marco asegurativo y demás, pero después la situación termina en violar los derechos constitucionales, en violar leyes de ejecución penal, etcétera. La verdad que la única medida acertada que hubo del Ministerio [de Justicia de la provincia de Buenos Aires] fue habilitar los teléfonos celulares. Porque se legalizó una situación que era un secreto a voces. Y la verdad que el teléfono a fulanito le permitió conocer a su hijo el día que nació, o contener a su mamá el día que murió su padre, o rendir un examen del colegio. [Vuelve a levantar el tono]. Acá todos tuvimos. No podemos cuantificar la cantidad de casos porque no están registrados. No hay atención médica en la unidad penitenciaria. El Servicio no puede brindar atención a nadie, reconocido por ellos. La cuestión sanitaria dentro de la cárcel con la pandemia quedó súper expuesta. Ya era grave antes del Covid. Nosotros hicimos un relevamiento propio de la cuestión procesal. La mitad de la población está en condiciones de ir a su casa con domiciliaria. Teníamos una persona –Miguelito– sin el noventa por ciento de la visión, los brazos todos deformados, una pierna más corta que la otra, ¡y lo tenían en cana! Eso es la Justicia. Una cárcel es violenta cuando se la hace violenta. Desde pavadas. No brindar laburo, que no son pavadas, son derechos. O que tu familia viene una vez al mes y te quiere dejar diez paquetes de fideos y la requisa te diga “no, cinco, señora”. O que te traten mal porque usás una bermuda. Empezamos a relevar la cuestión de sanidad cuando vimos que se moría gente por pavadas. Si tenías un dolor de vesícula probablemente terminabas muerto. Nos empezamos a organizar. Nos tomamos la presión, conseguimos un medidor de oxígeno, nos capacitamos minimamente. Pero el Covid entró con el SPB [Servicio Penintenciario Bonaerense]. Y cuando entró el virus no había lugar para aislar a la gente. Así que decidimos autoaislarnos nosotros durante quince días porque todos tuvimos síntomas. Tuvimos falta de gusto, de olfato. Aunque no tuvimos casos graves. Si hubo fallecidos, yo no sé si lo cargan como fallecido por Covid. A la hora del cierre, para cuidarnos no dejábamos entrar a toda la policía. A cerrar la puerta, entraba uno solo. Hacíamos todo nosotros y el vigilante que quedaba cerraba la puerta, ponía los candados y se iba, pero no entraban todos. Automáticamente después del que pasaba de ellos a tomar lista, pasábamos lavandina en la celda y en el piso. Nos cuidamos entre nosotros.

Abel. Unidad Penitenciaria 48, San Martín, Buenos Aires.

 

poder mediático

Es muy diferente cómo viven los hombres a cómo vivimos las mujeres. Ellos tienen acceso a otra calidad de vida. A nosotras se nos prohíbe la televisión, se nos prohíben los perfumes. ¿Y por qué? [Levanta el tono]. Si son cosas que nos hacen bien. Es una cuestión patriarcal. Lo bueno de esta crisis es que vino el diálogo. Creo que al Servicio le tocó la parte humana. Era impensado que viniera el teléfono celular para quedarse. Un mensaje te puede cambiar el día. [Hace una pausa]. Al principio de la pandemia empezó a salir gente porque era grupo de riesgo, o porque tenía VIH, Epoc, y otras enfermedades complicadas. Todos los días se iban 5, 6 de cada pabellón. Se llegaron a ir 51 personas de acá, con arresto [domiciliario], con pulsera. Pero con el transcurso de los meses se cortó todo. Había la mejor predisposición pero desde más arriba vino un cambio. El poder mediático influyó sobre la decisión de los jueces. El amarillismo nos mató. Ahí empezaron las restricciones y el encierro se potenció. Nosotras nos empezamos a juntar. Yo este año me recibo de comunicadora social, me faltan algunos exámenes pero pude avanzar en mi carrera. El centro de estudiantes era un lugar de encuentro pero se perdió la presencialidad. Se sentía la falta de cariño, el abrazo, acostumbrarse al barbijo. Todo esto nos sensibiliza. Lo más difícil fue que se cortaron las actividades y la visita. Empezamos a pelear por nuestros derechos y ahí fue cuando los compañeros se subieron a los techos. Fue la gota que rebalsó el vaso. Acá las chicas ya les habían avisado a sus familias. Igual intentamos mantener la calma y apostar al diálogo. Porque sabemos cómo es la cosa: te reprimen y te mandan a no sé dónde. Pero la que sufre es la familia. Nos reunimos, nos agrupamos, nos organizamos. Se pidió un hábeas corpus colectivo que fue rechazado, peleamos por un pronto despacho en la Corte Suprema y no tuvimos respuestas. Ahora hay un acampe de familiares. Conseguimos que las visitas empiecen a habilitarse aunque de forma limitada. Con protocolo. Solo un día de la semana puede venir la visita. Nos vamos rotando por pabellones y así. Para reducir la cantidad de gente que circula y evitar contagios. Ahora lo último que logramos fue discutir un protocolo para volver al Centro. Y este 8 de marzo vamos a inaugurar el Pabellón Universitario de Mujeres. Es un gran logro. [Frena y cambia de tema] Todos tienen sus problemas afuera. Sus realidades. Gente que perdió a sus familiares, por ejemplo. Hace poco se murió la mamá de una compañera y no se pudo despedir. La mujer es una persona mayor, tenía el informe social; yo hablé con la trabajadora social, estaba el permiso, todo, y el juzgado no lo autorizó. Se potencian dolores. En este momento tengo a mi mamá en coma, así que yo tengo que fortalecer a mi hermana. [Llora]. Es un dolor. Yo si pasa algo no quiero despedirla. Me quedo con el recuerdo de la última vez que me visitó. Y ahora que no podemos ni juntarnos en el patio a tomar mate, cuesta más. Hay gente que entró y no pudimos conocerla. [Calla de golpe] ¿Qué pasa? A muchas de mis compañeras, y las entiendo porque es un proceso, el encierro ¿qué potencia?: las adicciones. Porque muchas compañeras ya venían con ese problema desde afuera. Y el encierro provoca que tengas más adicciones hasta que termina a veces con el suicidio. Es una realidad. Yo hace 12 años y 8 meses que estoy detenida y con esto veo un estancamiento. Empezaron a haber divisiones internas porque muchas se querían ir pero el problema era que no estaban centradas. Ahí es cuando aparece la cuestión de salud. Faltan medicinas para abordar distintas patologías, pero psicofármacos hay de todo; total, si lo que sirve es planchar a la gente para dormir el alma y no sentir dolor. Pero al otro día, los problemas siguen, la ansiedad, la angustia, lo que sea.

Viviana. Unidad Penitenciaria 8, Los Hornos, La Plata.

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