“Hasta Macri tiene ideología”, dice Beatriz Sarlo en un diálogo que publicamos en esta edición. La ironía apunta al baúl de los recuerdos conceptuales que dan coherencia al gobierno diario de Cambiemos, y al horizonte de posibilidades en el que inscribe su imagen del éxito. Para tomar nota de los contenidos latentes del imaginario macrista hay que prestar atención a los postulados que el prestigioso diario La Nación inocula en pequeñas y punzantes dosis, a través de sus sinceros editoriales.
Desde el lunes 23 de noviembre pasado, “un día después de que la ciudadanía votara al nuevo gobierno”, cuando exigió la liberación (“ha llegado la hora de poner las cosas en su lugar”) de los militares acusados de imponer el terror estatal hace cuarenta años; hasta la proclama del penúltimo día de julio, que convocaba a los radicales descontentos por el decurso oficialista a que recuerden “las diferencias que llevaron en noviembre de 1956 a un cisma que fulminó la posibilidad de una restauración republicana plena, después de la dictadura, originada en el voto popular, del general Juan Perón”.
Hay quienes aconsejan no magnificar estas voces que emanarían de viejos carcamanes sin influencia real en la polis mediatizada. Sin embargo, en los estrados que realmente importan, los propios funcionarios estrella confirman el rumbo señalado por las plumas mitristas, como el tucumano Prat-Gay ante los ministros de los siete países más poderosos del planeta en materia política, económica y militar (G7), cuando afirmó: “El mundo está amenazado por el proteccionismo y el populismo. Y a Macri lo votaron para emancipar a la Argentina de esos males”. Una definición dogmática que ubica en la vereda de los enemigos doctrinarios nada menos que al representante de la bondad en la tierra, el mismísimo papa peronista.
el barro de la historia
Mientras tanto, la arquitectura parlamentaria de la república dejó afónicos a quienes intentaron discutir las catacumbas de la política. Un nuevo pacto de gobernabilidad se firmó entre el oficialismo y la (ponele) oposición, al decidir de modo espúreo el futuro de los servicios de inteligencia estatales. La razón que hizo posible este “consenso de los pinchados” es el nuevo poder extorsionador que atormenta a los demócratas posmodernos: la andanada de carpetazos y ataques judiciales que se trenzan en esa telaraña de espías, operadores tribunalicios y medios de comunicación que es hoy el sistema político.
Con la repatriación de Stiuso y la vuelta a los primeros planos de players como el “Coti” Nosiglia y José Luis Manzano, la ex SIDE logró tapiar el ventiluz de la tardía reforma kirchnerista. Al binomio Arribas-Majdalani le bastó con argumentar que el espionaje debe ser secreto en la era de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo internacional, para que el Congreso los avale como jefes máximos del viejo aparato de vigilancia y apriete. El gobierno que ganó con la promesa de sanear las instituciones y apela al respeto de las reglas (“mas allá de los contenidos”) como bisagra de la reorganización nacional, despliega su performance suscribiendo la creencia de que es mejor domesticar a la hidra, y usarla mientras se pueda, en lugar de suprimir su influencia en la vida política. Vale preguntarse si podría haber sido de otro modo o si cualquier vocación transformadora constituye una ingenuidad voluntarista en estas lides, donde el sistema institucional descubre su propio límite interior y naufragan las últimas reminicencias de soberanía popular. Si hasta los flecos del kirchnerismo senatorial prestaron consentimiento.
ancho de basto
En pocos meses el PRO fue artífice de un deterioro en la situación económica contante y sonante para la mayoría de la población; y se sacó de encima la veleidad de construir una nueva derecha más allá de los valores tradicionales del conservadurismo liberal, para desesperación de sus aliados “progresistas”. Sin inversiones genuinas a la vista que estimulen un ciclo virtuoso de crecimiento, ni imaginación suficiente para encarar innovaciones institucionales de fuste, la gobernabilidad tiende a respaldarse en los atributos más elementales del poder. Por ahora prima la zanahoria, pero el déficit fiscal no podrá sostenerse en valores récord por mucho tiempo. El reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia que obstruye el cuadro tarifario propuesto por el Ejecutivo, en su afán por recomponer la rentabilidad de las empresas energéticas, agudiza la encerrona.
Frente a la emergencia de una conflictividad social más vehemente, el mando suele mostrarse en su patética desnudez. No hace falta recordar el cándido protocolo antipiquete que yace cómodamente en la papelera de reciclaje. El fracaso del intento por detener a Hebe de Bonafini, el mismo día que por vez 1999 iba a caminar alrededor de la pirámide de mayo, mostró lo disruptivo que suele ser un simple gesto de desobediencia civil. Como un naipe que, si se retira con astucia, provoca la caída de todo el castillo, porque pone en duda la racionalidad del conjunto.
Llegado el caso no debemos subestimar, otra vez no, el gusto de la élite argentina por las soluciones represivas. El intento de agitar el espectro del terrorismo, vinculando las luchas revolucionarias del siglo veinte con el fantasma islamista, es un botón de muestra tan berreta como alarmante. Sin miedo ni moderación, pero con extrema prudencia, es tiempo de afilar las armas de la crítica para despertar del letargo a una democracia sin otro horizonte que la defensa de los privilegios adquiridos, aunque con emoticones coloridos.