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se abrirán las grandes asambleas
Con la historia por delante pero también por detrás, ayer domingo la lingüista mapuche Elisa Loncón dio un discurso épico para inaugurar la Convención Constitucional en el país trasandino. Esta crónica cuenta el minuto a minuto de una jornada fervorosa que no dio respiro y que tuvo, en todo momento, escenas de tensión y de hambre de revolución.
05 de Julio de 2021

Crédito: AFP/Télam

 

Los perdedores llegaron temprano. Querían elegir un buen asiento desde el que asistir cómodamente a su irrelevancia. Y, también, tener ocasión de ser los primeros en dirigirse a los grandes medios de comunicación nacionales. Para demostrar su repudio del “populismo” opositor, buena parte de los miembros de la UDI (Unión Demócrata Independiente), la pata más conservadora de la coalición de centroderecha que todavía sigue gobernando Chile, llegaron envueltos cada uno en una bandera nacional, como si el país les perteneciera únicamente a ellos. Teresa Marinovic, famosa columnista declaradamente pinochetista, y ahora constituyente electa, fue de las primeras en caminar a paso firme hacia las cámaras y, fiel al espíritu que ha identificado a su sector, defendió su desconfianza en el proceso del que ahora forma parte (aunque votó y defendió el “Rechazo” a la nueva constitución”), y criticó a sus futuros colegas de cámara: “Veo en ellos mucho show, llegan pidiendo exigencias”. También señaló que se sentía “como en el primer día de escuela”. “Espero que mis compañeros se porten bien”, agregó.

Desde el centro de Santiago avanzaban numerosas comitivas de pueblos originarios, colectivos feministas, organizaciones de DDHH, agrupaciones de familiares de los presos de la revuelta, y también de las coaliciones políticas de izquierda o independientes. La más nutrida partió desde la Plaza de la Dignidad, una manera simbólica de marcar la irrupción en las instituciones de ese tejido popular que salió a invadir todas las capitales de provincia contra treinta años de abusos. Todas ellas convergieron en el recinto del ex Congreso Nacional de Santiago de Chile, lugar elegido para realizar la ceremonia de inauguración de la Convención Constitucional llamada a escribir la nueva Carta Magna y refundar así la nación neoliberal y autoritaria que fabricó la dictadura militar, y que tres décadas de bipartidismo democrático fueron incapaces de remover.

Un rato más tarde fueron arribando, cada una por su lado, las excelsas figuras de la progresía intelectual y ahora constituyentes, muchos de ellos habiendo entrado como independientes en las listas del Partido Socialista, el único que logró sobrevivir al descalabro de la ex Concertación. De no haber cedido esos cupos a independientes, puede que también los socialistas se encontrarían ahora mismo al borde de la extinción. El jurista y periodista Agustín Squella hizo un llamado al diálogo y la moderación, pero también destacó la importancia de descentralizar el país y avanzar hacia otro modelo presidencial. El escritor e historiador Jorge Baradit recordó que no era solo un día de alegría, sino también de reflexión, y mencionó a los mutilados oculares, a los detenidos, a los privados de libertad. Y recalcó la importancia de elegir como presidenta de la nueva cámara a una mujer, relacionada con pueblos originarios y de origen humilde: “Esos fueron los puntos que se levantaron el 18 de octubre. Son las razones por las que terminamos acá”.

Llegó luego Mauricio Daza, juez de la región magallánica que se presentó en lista independiente, y que se encuentra enfrascado en llevar a Sebastián Piñera ante la Corte Penal Internacional. Señaló que habría muchas cosas que negociar a lo largo de la convención, pero que la época de los acuerdos secretos “como entre cuñados” se había acabado.

Los miembros de la lista de Independientes No Neutrales (destinados a heredar potencialmente el voto demócrata-cristiano) desfilaron ante la prensa y algunos saludaron con curiosidad a los periodistas, hasta notar que muchos los ignoraban: la mayor parte de ellos eran desconocidos hasta ayer. A excepción, eso sí, de ciertas figuras destacadas, como Benito Baranda, conocido por su labor en el Hogar de Cristo y la organización América Solidaria.

A continuación, fueron ingresando junto a la plaza del interior del recinto los constituyentes de los pueblos originarios, tras realizar su propia ceremonia en el cerro Huelén (oficialmente cerro Santa Lucía): Adolfo Millabur, el primer alcalde mapuche de Chile; Elisa Loncón, maestra, académica de la Universidad de Santiago de Chile, defensora de los derechos lingüísticos de los pueblos originarios, y una de las figuras que participó en el diseño de la actual bandera mapuche; Natividad Llanquileo, abogada y defensora de derechos humanos que fuera hace una década la vocera de la huelga de hambre de 2010 de los presos políticos mapuches. Y un nombre más fundamental que destacar: la “machi” (figura de gran importancia espiritual en la comunidad mapuche) Francisca Linconao, la primera persona que logró torcerle la mano al Estado de Chile para que aplicara el convenio 169 de la OIT, y cuya lucha social le valió ser criminalizada, perseguida y encarcelada injustamente. Dos veces encerrada, dos veces absuelta. A su llegada, no olvidó recordar a los peñi y lamien todavía hoy presos, al igual que a los presos de la reciente revuelta. Dejó claro su compromiso por lograr que se avance en el respeto a la nación y pueblo mapuche, y también “que se devuelva el agua”, ese bien tan preciado y básico que la constitución del 80 le entregó al sector privado “a perpetuidad”.

Ninguna de estas figuras son recién llegadas, sino luchadoras sociales estrechamente vinculadas a su territorio y con un largo recorrido de activismo. Ellas ya estaban aquí; quienes no estaban con ellas, hasta hoy, eran las instituciones de Chile.

Crédito: Lucas Aguayo

Mientras las marchas que recorrían con cacerolas, tambores y bailes las calles del centro se iban acercando, un grupo de mujeres marcó una diferencia de tono respecto a la separación por bancadas expresada hasta el momento. Aunque pertenecientes a distintas listas y coaliciones (como la periodista y escritora Patricia Politzer, de Independientes No Neutrales, Carolina Vilches, de Modatima, o la abogada y activista feminista Bárbara Sepúlveda, del Partido Comunista), desplegaron conjuntamente un lienzo con el mensaje “Desde hoy, siempre con nosotras”, reforzando otro de los hitos logrados para esta convención gracias a la poderosa ola feminista del Chile de los últimos años.

Sobre la hora, solo quedaba un grupo por llegar. Humildes pero aguerridos, y con un carisma incomprensible para las elites santiaguinas: los constituyentes independientes de la Lista del Pueblo (LDP), la gran sorpresa de las últimas elecciones. Entre ellos, Rodrigo Rojas “el Pelao” Vade, joven paciente con leucemia que, desde octubre de 2019, entre sesión y sesión de quimioterapia, marchaba hacia la plaza de la Dignidad a pecho descubierto, escribiendo en su cuerpo mensajes que denunciaban el mercantilismo de la sanidad. Lo mismo hacía Alejandra Pérez, “Ale la Pía”, mujer sobreviviente a un cáncer de mamas que lucía con orgullo sus cicatrices como forma de reivindicación. Y por supuesto, la Tía Pikachu, antigua conductora de furgón escolar e ícono vivo de las protestas de Santiago y de la resiliencia popular. Ella recorrió las protestas de todo el país a bordo de una caravana, buscando llevar alegría con sus bailes a manifestantes o vecinos. Llegaron marchando desde la plaza de la Dignidad, después de homenajear a los heridos y fallecidos que dejó la represión estatal.

Antes de ingresar al recinto, los constituyentes de la LDP se dirigieron a los manifestantes y a los miembros de la prensa independiente. Estos últimos, fundamentales desde el estallido de octubre para informar sobre las protestas, y para dar a conocer a los candidatos independientes. A la gran mayoría se les negó la acreditación oficial para poder cubrir la Convención, porque los organizadores seguían dependiendo de una secretaría formada por el gobierno de Piñera. De hecho, un tema clave durante las semanas previas fueron las desavenencias entre los independientes y el secretario ejecutivo de la Convención. Además de no responder a las solicitudes de traductores o rechazar las propuestas de cambios al protocolo, la decisión más sonada fue la licitación de 500 millones de pesos para seguridad, otorgada a una empresa dirigida por un ex miembro de la guardia presidencial de Pinochet

Ninguna de estas figuras son recién llegadas, sino luchadoras sociales estrechamente vinculadas a su territorio y con un largo recorrido de activismo en favor de la causa mapuche. Ellas ya estaban aquí; quien no estaba con ellas, hasta hoy, eran las instituciones de Chile.

 

No basta con aprobar

Una vez que todos estuvieron en el patio de butacas al interior del recinto, donde solo las cámaras de la propia Convención podían acceder, comenzó el evento. Carmen Gloria Valladares, presidenta del Tribunal Calificador de Elecciones (TriCEl), había sido elegida para presidir temporalmente la sesión inaugural hasta que la propia Cámara definiera a un presidente o presidenta. La razón de su elección para este rol era sencilla: muchos constituyentes dejaron claro que la presencia de Piñera o de cualquier figura del gobierno era impensable. Pero también se rechazó al presidente de la Corte Suprema, considerando su responsabilidad en la situación judicial de numerosos detenidos de las protestas. Lo mejor, concluyeron, era que quien abriera la ceremonia no representara a ningún otro órgano del Estado, sino que fuera una funcionaria técnica, como Valladares.

Pero mientras ella intentaba dar comienzo a la sesión, circularon entre los celulares fotos y videos de las escenas de represión que la policía había empezado a desplegar en los alrededores. Como siempre, esto incluía detenidos, heridos y reporteros gaseados en pleno rostro. Una dirigente social, Soledad Mella (que había sido candidata de la LDP), acabó en el hospital tras un impacto en un ojo, repitiendo esa imagen funesta de la violencia estatal enquistada en Chile desde que empezara la explosión social.

En las semanas anteriores, los independientes de La Lista del Pueblo junto con varios de los constituyentes de pueblos originarios e independientes de otras listas de corte popular, habían empezado a firmar declaraciones conjuntas como “Vocería de los Pueblos”, llegando incluso a considerarlo como una plataforma colaborativa de cara al futuro. Tras invitar a todos los constituyentes a una serie de reuniones vía Zoom, lograron que la Convención Constitucional, en términos efectivos, comenzara ya a rodar antes de la inauguración, dado que las últimas sesiones reunieron a casi 90 constituyentes de los 155 totales. En dichos comunicados y encuentros online, subrayaron que no permitirían que se produjera la sesión inaugural si se reprimían las manifestaciones sociales en el exterior. La idea fue apoyada ampliamente por el resto de grupos de la centroizquierda.

Dicho y hecho. Mientras varias constituyentes increpaban a Valladares para que interrumpiera la ceremonia, y muchos otros coreaban “No más represión”, la banda musical empezó de golpe a tocar el himno nacional. Los constituyentes de la bancada conservadora cantaban la letra, sacudiendo sus banderas; y los otros respondían con el grito de “Liberar a los presos por luchar”. Un inicio caótico, delirante y de máxima polarización, que pudo haber hecho saltar por los aires a todo el proceso. Aunque quizá sea la imagen que mejor retrate los convulsos años que Chile está viviendo.

Constituyentes del Frente Amplio y del Partido Socialista intentaron ponerse en contacto con el ministro del Interior y con los oficiales que dirigían el operativo policial. Daniel Stingo, abogado y personalidad televisiva, fundador de La Voz de los que Sobran, independiente en lista del Frente Amplio, les dijo a los periodistas: “Chile cambió, y eso implica que no podemos hacernos los locos acá dentro mientras afuera están reprimiendo a la gente”.

En medio del alboroto, varios miembros de la Lista del Pueblo salían a toda velocidad para plantarse frente a un carro lanza-aguas y proteger a los manifestantes. El vehículo, en la misma entrada de la Convención, pretendía reunirse con el contingente de carabineros que, a solo una cuadra, gaseaba a la marcha que intentaba llegar a la convención para rodearla. Con las manos en alto en señal de paz, los constituyentes intentaron entorpecer al enorme acorazado, pero no bastó. La tensión fue en aumento hasta que se produjo un forcejeo con la policía, que acabó con más de un constituyente agredido. El carro lanza-aguas retrocedía y avanzaba sin miramientos, empujando a los manifestantes, hasta que logró hacerlos ceder por miedo a ser aplastados.

Crédito: Facundo Ortiz

Al interior de la sede del ex Congreso de Chile, la ceremonia finalmente se suspendió de forma oficial, primero por unos minutos, y luego hasta mediodía. Cerca de la salida, donde algunos fotógrafos intentaban captar el conflicto, una documentalista se aupó a la verja protectora, desplegó un lienzo que rezaba “El Estado chileno viola, mata y tortura”, y lanzó un contundente discurso. “Este es el problema”, dijo. “Cambiar la Constitución de nada valdrá si el Estado sigue violando los derechos humanos, torturando y matando”, y dirigiéndose a sus mismos compañeros de prensa, añadió: “Por favor, colegas, informen, no sean cómplices, los pueblos de Chile los necesitan”. En aquel instante, los grandes medios nacionales como CNN, Mega o 24 Horas entrevistaban, en cambio, a los representantes de la coalición de derecha, que criticaban a los que les habían abucheado por cantar el himno. Había 155 constituyentes entre los que elegir y un violento caos en la calle, pero el espacio televisivo nacional seguía dándole cabida a los de siempre, acompañando los despachos con escenas de jóvenes tirando piedras a la policía buscando justificar la respuesta armada estatal. “Gracias a los brigadistas, a los jóvenes”, siguió exclamando la periodista subida a la verja de la entrada, “a todos los que defienden su justo derecho a manifestarse”.

Ése es el Chile de hoy, no hay lugar donde esconderse o quedarse a medias tintas: vaya donde uno vaya, habrá alguien esperándolo para recordarle que debe elegir con quién está, si con los de arriba o los de abajo, con los de dentro o los de afuera, con el pueblo en la calle o con los poderosos que siguen saqueando el país desde las poltronas de Vitacura, Las Condes o sus palcos privados, controlando los resortes económicos, políticos y mediáticos que creían inexpugnables.

En la puerta, algunos manifestantes que habían logrado reagruparse, seguían exclamando a voz en grito los nombres de los compañeros caídos: Romario Veloz, Abel Acuña, Kevin Gómez, Mauricio Fredes y tantos más, acompañando cada uno del grito de “¡Presente!”. Y no solo nombres de asesinados recientes, sino de antes, incluso de mucho antes. El día anterior se cumplían 45 años del cruel y salvaje asesinato de Rodrigo Rojas de Negri, el fotógrafo quemado vivo por una patrulla militar durante la dictadura. 45 años sin que esa historia siga llegando a las escuelas, donde ni tan siquiera hay obligación de hablar de “dictadura”, donde incluso hoy la vieja maquinaria constitucional impide que se prohíba negar los crímenes y las violaciones a los derechos humanos del régimen de Pinochet. Ese es el viejo Chile que está muriendo y que no desaparecerá mientras le quede un solo aliento con el que llevarse a todos los que pueda con él, torbellino abajo.

 

marichiweu

Y aun así, la imagen que culminaría la siguiente parte de la jornada reforzó la sensación de que hasta la batalla más imposible puede ganarse, cuando es impulsada por una voluntad colectiva decidida a no aflojar.

Los constituyentes de Chile Vamos intentaban reanudar la sesión a pesar de que varios constituyentes siguieran en el exterior. Sin embargo, se impuso el criterio de Valladares, que solo retomó la ceremonia cuando todos los delegados lograron regresar a su asiento. Su actitud conciliadora y templada a lo largo de la jornada le valió incluso una salva de aplausos general.

Comenzó, ahora sí, a pasar lista. Ante cada nombre mapuche, sus compañeros de pueblos originarios lanzaban un grito de apoyo. Otros constituyentes se alzaban tapándose un ojo de la cara en homenaje a las víctimas de trauma ocular. En cambio, Marcela Cubillos, ex ministra de Educación y actual constituyente, quien había sido defensora del “Sí” a la continuidad de Pinochet en el referéndum del 88, recibió un abucheo. En el ínterin, los gritos al otro lado de la verja continuaban, y ya no solo en favor de los presos. Unas mujeres se agarraron a los barrotes maldiciendo a la prensa burguesa por registrar lo que pasaba adentro pero no lo que pasaba afuera, donde la represión continuaría aún durante algunas horas en plaza de la Dignidad y calles aledañas.

Crédito: AFP/Télam

Llegaba un momento decisivo. Los constituyentes debían asumir su nuevo cargo institucional. La última treta del Gobierno de Piñera señalaba que las nuevas autoridades deberían asumir su cargo jurando sobre la actual constitución, la del 80, precisamente la que se busca destruir. La negativa era total por parte de muchos constituyentes, que fueron planteando otras fórmulas, todas ellas rechazadas por la derecha. Finalmente, saltándose lo estipulado, la presidente del TriCEl encontró una muy eficiente resolución: les formuló a todos, de una sola vez, una pregunta. “¿Aceptan asumir y ejercer el cargo de convencional constituyente para redactar y aprobar una propuesta de texto de una nueva constitución para Chile? ¿Aceptan?”. Todos gritaron que sí. Y con eso terminó la juramentación. “Han dejado de ser convencionales constituyentes electos. Ahora son convencionales constituyentes. Felicitaciones”. Aplausos. Y un cántico: “Y va a caer, y va a caer, la constitución de Pinochet”.

Era el momento de votar al presidente o presidenta de la nueva cámara. El formato fue sencillo y clásico: cada uno escribía el nombre de su candidato y a medida que Valladares pasaba lista, lo echaban en un recipiente antes del recuento. Cuando Valladares leyó el nombre de la machi Francisca Linconao, el grueso de los constituyentes, así como la mitad de la sala de prensa que veía la transmisión en otro salón, estalló en un rotundo aplauso. Muchas fueron las voces que la habían señalado como potencial presidenta de la cámara, pero fue ella misma quien rechazó la propuesta en una entrevista televisada y optó, con otros constituyentes de pueblos originarios, por proponer a Elisa Loncón.

No se logró en la primera votación, pero sí en la segunda. Elisa Loncón, con una amplia mayoría de 96 votos, se convertía así en la presidenta de la Convención Constitucional de los pueblos de Chile. Por primera vez, una persona mapuche alcanzaba un cargo de máxima autoridad institucional. Además, mujer, activa defensora de su lengua y cultura (comenzó su discurso en mapuzungun) y activista social. No olvidó mencionarlos a todos, a todas, a lo diverso, lo plural del nuevo país hacia el que caminar, incluso a los niños indígenas hallados en tumbas sin nombre en Canadá. Chile inscribía para siempre en su historia un episodio memorable e irrepetible.

Hace dos años, nadie en este país hubiera creído posible que se redactaría una nueva Constitución, menos aún que sería con paridad de género, menos aún con independientes y, menos que menos aún, con una presidenta mapuche. Claro, apenas hubo receso en estos 24 meses de lucha popular, política y callejera sin cuartel, sin pasos atrás y, hasta hace poco, sin líderes claros. La represión, los muertos, los heridos, la pandemia y más muertos, la cesantía, la remilitarización del Walmapu… cada vez que el movimiento social parecía desfallecer, cada vez que los conservadores creían haber encontrado una fórmula para dividirlo o apretar con más fuerza las tuercas, la reacción popular transgredió las visiones posibilista y dio una asonada mayor.

“¡Marichiweu!”, gritó hasta en tres ocasiones Elisa Loncón al término de su estremecedor mensaje luego de asumir su nuevo cargo. Este grito de resistencia del pueblo mapuche, curtido en siglos de injusticias, y que ya ha impregnado a toda la revuelta chilena, tiene un significado que se amplía cada vez que se repite. Mencionado en tres ocasiones, se traduce como: “Diez veces venceremos. Cien veces venceremos. ¡Mil veces venceremos!”.

“¡Marichiweu!”, gritó hasta en tres ocasiones Elisa Loncón al término de su estremecedor mensaje luego de asumir su nuevo cargo. Repetido así, se traduciría: “Diez veces venceremos. Cien veces venceremos. ¡Mil veces venceremos!”.

 

Con todo si no pa qué

La elección del vicepresidente requirió en cambio tres votaciones. Jaime Bassa, abogado constitucionalista sumamente crítico desde hace años con la constitución del 80, se puso a disposición de Loncón y recordó, esta vez desde su rol de autoridad institucional a los presos de la revuelta. Su situación será de hecho el primer tema que abordará la convención en su próxima sesión (hoy mismo). No importa cuánto hayan intentado demonizar a los cabros presos e ignorar el dolor de sus familiares: Chile no está dispuesto a repetir lo sucedido en la transición. “Liberar a los presos por luchar” resuena ya incluso en este nuevo órgano del Estado destinado a redactar la ley fundamental. Finalmente, la extenuante jornada se saldó con la imagen de las nuevas constituyentes coreando la ya internacional consigna: “Abajo el patriarcado que va a caer, arriba el feminismo que va a vencer”.

La suma de estas dos votaciones, para presidente y vicepresidente, reveló a su vez la posible dinámica que podría tener la constitución: hay asuntos sobre las que no habrá dudas, y se lograrán a la primera o a la segunda. Otros serán más difíciles y requerirán tanteos, prueba y error, ajustar definiciones, ya que nada está regalado, pues los matices anidan incluso entre los que se parecen. Pero los números dan para buscar una forma de reencontrarse en lo plural, y auguran una Constitución que debería parecerse fuertemente a ese nuevo Chile que las multitudes han exigido para sí y para sus hijos, esos chicos y chicas de secundaria que saltaron los torniquetes y desencadenaron un tsunami que está lejos de agotarse.

Buena señal de ello son las alianzas que se han ido produciendo en las últimas semanas. Si la irrupción de la Lista del Pueblo fue algo que sorprendió incluso a los partidos de izquierda, más inquietante resultaría para los partidos lo que vendría después. En solo unas semanas, la “Vocería de los Pueblos”, unión de la Lista del Pueblo con varios constituyentes de pueblos originarios, así como constituyentes de Modatima (el partido ambientalista del nuevo gobernador de Valparaíso) e independientes de otras listas va aumentando su número de escaños, y superan a todas las demás coaliciones, lo que los convierte ya en la primera fuerza política del país. Sus integrantes fueron los que impulsaron las primeras reuniones telemáticas entre constituyentes. Son también los que están logrando convertirse en voceros de las demandas sociales más urgentes: “libertad, verdad y justicia, reparación, desmilitarización del Walmapu, fin a las expulsiones de inmigrantes y soberanía”. El techo al que pueden llegar es algo que desconocemos, y nada apunta a que lo hayan alcanzado.

La suma de las votaciones para presidente y vice reveló la posible dinámica que podría tener la constitución: hay asuntos sobre las que no habrá dudas. Otros serán más difíciles y requerirán tanteos, prueba y error.

 

A diferencia de los demás, no se presentan como partido y quieren mantener su formato de plataforma de independientes que, aseguran, no se comportará como una bancada al uso (ni siquiera en la inauguración votaron todos igual). Pero ya han establecido que se presentarán a las elecciones parlamentarias siguiendo el formato de alianzas de la “Vocería de los Pueblos”, y buscarán levantar una candidatura presidencial. Por invisibilizadas que estén en los grandes medios, sus campañas, de una capacidad emotiva innegable, llegan más lejos que los noticieros, gracias al boca a boca, a la colaboración de la marea de medios independientes que la revuelta dio a luz y a un sentimiento que derriba estatuas de colonizadores al tiempo que ensalza a figuras humildes con las que la mayoría se puede identificar. Todos estos aspectos les permiten desmarcarse de las demás fuerzas políticas. Son “la excepción”. Son “lo nuevo”. Y son, también, “los de abajo”.

Son, por último, los únicos que disponen de un as en la manga para el cual no tienen rival: la capacidad de ilusionar y dar esperanza, algo que este pueblo tan dolorido y harto de vejámenes necesita con ardor. Es muy posible que el futuro presidente (o más seguramente, presidenta) de Chile, ni siquiera se haya hecho presente todavía en los debates que estos días vemos desplegarse entre los presidenciables que están en campaña para las primarias. Cabe la posibilidad de que una nueva figura irrumpa de aquí a noviembre, en cualquier momento, para dejar nuevamente a toda la clase política chilena descolocada y aterrada.

Toda esa masa de “vándalos”, de “resentidos”, de “feminazis”, como los y las calificaban, de sectores empobrecidos, o endeudados y/o engañados por un sistema que se vendió como la panacea, al que los chilenos se entregaron pensando que podrían correr más rápido olvidando al de al lado, hundió al país en un derrotismo gris, hasta que las protestas estudiantiles de hace una década comenzaron a sacudir la parálisis. Cada nueva generación ha ido sumándose a la anterior hasta devenir en lo que hemos visto en estos meses, en esas masas que, con un pensar común pero descoordinadas, obtuvieron nada menos que un plebiscito para cambiar la constitución. Ahora, ese magma popular creativo y explosivo está alcanzando otro nivel: se está organizando completamente al margen de los viejos partidos que pretendieron constituirse como líderes. Todos los líderes les fallaron. Ahora quieren que sus representantes cumplan lo acordado en reuniones públicas y participativas. Las asambleas, les artistas, les comunicadores, les brigadistas, les diseñadores, la primera línea, los grafiteros, el feminismo, las disidencias, los ambientalistas, todos, todas, están logrando conocerse, colaborar y construir sin silenciar al de al lado. No hay por el momento ningún deseo de romper el sueño y caer en una clásica estructura piramidal. Quién sabe qué más nos puede deparar este eterno sueño del pueblo chileno, que por fin parece estar al alcance.

Primero lo llamaron “estallido”. El propio movimiento social peleó la terminología, la narrativa y sus símbolos, y en apenas año y medio ha logrado instalar en el debate público una variante más evocadora: “la revuelta”. Quizá deba florecer algo más para que emerja esa otra palabra que algunos consideraban derrotada y que Chile está encontrando cómo reinventar a su manera: hay que reconocer que el histórico proceso que estamos viviendo se parece mucho a lo que siempre hemos entendido como revolución.

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