mika etchebehere, una argentina en la trinchera de madrid | Revista Crisis
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mika etchebehere, una argentina en la trinchera de madrid
Estuvo al frente de una compañía prestigiosa en la Guerra Civil española, fue partisana marxista y dejó registro de sus batallas en su libro Mi guerra de España. Lo que sigue es la apasionante historia de Mika Etchebehere narrada por la escritora Elsa Osorio. En este texto publicado en la crisis #71, un perfil que habla del compromiso colectivo pero que además alumbra ese lugar en el que algunos revolucionarios trastabillaban cuando reproducían prácticas machistas sin siquiera registrarlas.
Fotografía: Jazmín Tesone
23 de Abril de 2021

 

 

¿Una argentina que comandó una de las compañías de mayor reputación en la Guerra Civil española? No podía creer Juan José Hernández que yo nunca hubiera oído hablar de esa mujer extraordinaria, Mika Etchebehere. Ella aún vive, en París. Así llegó a mis manos Ma guerre d'Espagne a moi: ''Este libro que nació tan despacio, porque dolía tanto", como le escribió Mika en la dedicatoria a Juan José. Un relato conmovedor sumido en un silencio nada casual, que merece ser conocido.

 

Madrid. 18 de julio de 1936. La milicia acaba de nacer, el pueblo olvida al gobierno y organiza por su cuenta esa batalla que habría de durar tres años. "Hombres y mujeres de todos los barrios llegan a la Puerta del Sol, se detienen un momento sorprendidos ante el Ministerio del Interior y escuchan el mensaje, mil veces repetido, que habla de orden, de calma, de legalidad; alzan los hombros y continúan su camino. Ya no es más hora de palabras."

Mika y su marido, Hipólito, van de sindicato en sindicato, de ateneo en ateneo en búsqueda de armas. Nadie les pregunta a qué agrupación pertenecen; por derecho revolucionario, el que quiere armarse, se arma. No importa si socialistas, anarquistas, trotskistas o comunistas, todas las tendencias borran los matices que las diferencian en un único y claro llamado a la lucha contra el fascismo.

Mientras esperan las armas en la casa del P.O.U.M. (1), Mika teme por la salud de Hipólito, le pide que descanse, pero cómo descansar justamente en ese momento. "Esta es la revolución, basta de esperas, vamos a combatir duro, muy duro", le dice. Es lo que él ha esperado desde aquel día, en Buenos Aires, en el que vio cómo reprimían brutalmente la huelga general organizada por la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos, aquella semana trágica del '19. Es lo que buscaron juntos cuando decidieron, en 1931, dejar la Argentina para consagrarse a la lucha revolucionaria, lo que los llevó a Alemania en el ´33, a Asturias en el '34. "Esta guerra es la encarnación de mis ideas. Lo que yo soñé desde mi infancia escuchando los revolucionarios rusos evadidos de las prisiones zaristas. Para servirla, Hipólito y yo dejamos los lagos de la Patagonia y los bosques incrustados en sus montañas, elegimos la pobreza y el deber, decidimos derramar la sangre que sea necesaria, la nuestra y la de otros", escribirá poco tiempo después. Sin embargo, en Sigüenza, el primer lugar adonde parte la columna motorizada del P.O.U.M. al mando de Hipólito, la sangre por el suelo impresiona a Mika, la muerte de los otros le es tan dolorosa como la de los suyos, pero no se atreve a decírselo a nadie. Sus primeros contactos con ese mundo que le resulta extraño, tan distintos los milicianos de sus camaradas revolucionarios a los que estaba acostumbrada, no son fáciles. Sus tareas son, en principio, secundarias: se ocupa de mantener el lugar y los hombres limpios, está cerca del médico. La noche antes del combate de Atienza tiene miedo, le pide a Hipólito que no se arriesgue tanto, que no se deje matar. "Para hacerse obedecer en España hay que ser temerario", le contesta.

 

la muerte de hipólito

El viejo miliciano Quintín se acerca para darle la noticia. "Yo repito con él: muerto, muerto, y dentro de mí, en mi cabeza, en mis entrañas todo grita: él está muerto, entonces yo también debo morir, no sobrevivirlo un instante. No lloro, pero tiemblo tanto que no alcanzo a tomar su revólver". El revólver con que quiere matarse y que pasa de una mano a otra; siente posarse sobre ella la severa mirada de Hipólito: "¿Qué haces con nuestros principios? Ya resolverás tu pequeño destino individual después de la revolución si consigues no hacerte matar. No es el momento de morir por sí mismo". Pero no será sencillo para Mika convivir e imponerse a esos hombres con los que debe compartir su vida, revolucionarios, sí, pero tan machistas como cualquier español. Ellos no quieren barrer, ni limpiar el cuarto ni enrollar sus colchones y ella los enfrenta. Alguien se anima a decirle que ésa es la única compañía en la que los hombres deben realizar tareas domésticas, que en la de la Pasionaria... Mika lo interrumpe: "¿Crees que soy yo la que debo lavar tus calzones?" “No, tú no...". "Ni las otras tampoco, las chicas que están combatiendo aquí son milicianas, no domésticas. Luchamos por la revolución, todos, hombres y mujeres, de igual a igual. Jamás deben olvidar esto".

Y de esta manera va ganando su confianza, preocupándose por su salud, por su alimento, alentándolos cuando desfallecen, explicándoles lo que ella misma va aprendiendo, luchando con ellos. Después de Atienza, el combate de Vaides, el de Imón, la orden inexplicable de abandonar las colinas para dormir en los camiones, los milicianos que la rechazan porque no quieren obedecer sin que les den explicaciones, la ciudad de Sigüenza donde están representadas las cuatro agrupaciones principales: U.H.P., C.N.T.-F.A.I., (2) batallón Pasionaria y P.O.U.M., los puestos enemigos cada día más cerca, la noche en que el comandante ordena la resistencia entre los muros de la Catedral. Esos diez infernales días en la Catedral donde los combatientes conviven con los hombres, mujeres y niños que han ido a refugiarse allí, la resistencia sin tregua que ofrecen con pocas armas, escaso alimento, esperanzados en los refuerzos que nunca llegarán, porque ese es un combate perdido de antemano.

El comandante fascista envía un mensajero exigiendo la rendición, Mika, asumiendo ya ese lugar de jefa que se había impuesto naturalmente, le exige que lleve las condiciones por escrito y firmadas. Por él se entera que ellos buscan a la mujer que comanda el P.O.U.M., que han encontrado los papeles que ella ha escrito sobre la guerra y que la hacen responsable de la muerte de una falangista que Mika supo desenmascarar cuando se filtró entre los suyos. Difícil huir cuando sus hombres quieren seguir combatiendo, resistir hasta la muerte. Y después, esa huida, un grupo de milicianos y una mujer que les sirve de guía, a quien Mika trata con toda la dureza que es necesaria cuando se asusta: "Dices sólo lo que ves o te vuelo la cabeza de un tiro". "¿Cuál camino conduce a la vida, ¿cuál a la muerte? El bosque no termina nunca, mudo, amenazante, cerrado hasta la eternidad, y nosotros dentro, condenados para siempre a caminar, la cabeza vacía, los pies pesados, mirando a la izquierda, a la derecha, sin poder jamás bajar los ojos".

 

desde madrid

Pero logran salir y llegar a Madrid. En el P.O.U.M. escucha por primera vez hablar de las Brigadas Internacionales, de las armas que Rusia enviará. Sus amigos en París le reprochan no estar al corriente de las presiones políticas que los comunistas empiezan a ejercer con sordina. Mika les explica que, en el frente, su principal preocupación no es la política. Sin embargo, no está lejos el día en que, estando en Madrid, deberá enfrentar a aquellos jóvenes de la J.S.U. (3) influidos por el comunismo, que pretenden alejarse de su compañía porque "el P.O.U.M. es trotskista y Trotsky es un contrarrevolucionario, enemigo del proletariado". Ella trata de hacerlos razonar, pero no les basta con decir aquello que a Mika la llena de cólera, pretenden llevarla con ellos, (sus superiores están de acuerdo) y mantenerle el grado de capitana, ya que lo merece. Se niega rotundamente y les muestra su soberbia.

La trinchera de Moncloa ocupa un lugar clave. Días de lluvia y de duro combate donde Mika no deja de estar presente un solo instante. Se acuesta en el barro, anda en cuatro patas por la trinchera y anima a esos hombres que combaten con bombas caseras, mal abrigados, enfermos, contra un ejército mucho mejor equipado. Una bomba estalla sobre ella. "Nada más que tierra por todos lados. Ni un grito es posible. Mi boca se abre en la tierra, mis manos están en la tierra. Morir por no respirar, morir un día de batalla, morir en la negritud, en el frío, mi cabeza llena de tierra... ¿cuánto tiempo resiste un minero bloqueado en la mina? ¿Cuántas horas, cuántos minutos? Mi cabeza comienza a girar... Siento que me arrancan las piernas. Mi cabeza deja de pensar. Cuando me despierto escucho: 'Caven con las manos, despacio, quizás ella no está muerta"'.

Es allí, en Moncloa también, cuando la mirada de Antonio Guerrero la descubre de pronto mujer y ella piensa si algo en la inflexión de su voz, en su actitud, mostró una debilidad: "Yo trato de pensar cuál es mi relación con los hombres que me rodean desde el comienzo de la guerra. ¿Quién soy para ellos? Probablemente ni mujer, ni hombre, un ser híbrido a quien se obedece ahora sin ningún esfuerzo, una mujer que vivía a la sombra de su marido, que lo reemplazó en el mando de la columna en circunstancias dramáticas, que no ha flaqueado, que los ha sostenido siempre. Yo soy para ellos una mujer, su mujer, excepcional, pura y dura, a quien se le perdona su sexo en la medida en que no lo use, a quien se admira tanto por su coraje como por su castidad, su actitud, su conducta. ¿Puedo arriesgarme a faltar a ese pacto tácito, hacer el amor y que ellos lo sepan, y mantener su confianza, su respeto, esa suerte de admiración que ellos me tienen? Y bien, no."

Poco importa su ignorancia en materia militar, todo lo puede suplir su preocupación constante por sus hombres, esa manera de combatir y darles el jarabe para la tos, de escucharles sus historias, de animarlos y comprenderlos. Debe convencer a sus hombres de que es necesario pedir el relevo, ellos no quieren abandonar la lucha aunque están enfermos y heridos. Está extenuada, entre las ráfagas de ametralladora y las bombas aún puede preparar un patético festejo de Navidad que sus milicianos le piden. Vuelven a Madrid. Debe animar a sus milicianos, desmoralizados por la campaña que la prensa comunista ha desatado contra el P.O.U.M. a seguir en la lucha. Y de allí a la colina de Águila, donde organiza una escuela y una biblioteca mientras esperan el último combate. Ese asesinato que los manda al asalto sin protección donde Mika ve morir a tantos de sus hombres. Está llorando cuando se acerca Cipriano Vera, aquel hombre a quien tanto admira porque representa el anarquismo intransigente y austero a dar la orden de que interrumpan el ataque porque el enemigo estaba sobre aviso.

"Vamos pequeña, la frase me golpeó como un látigo. Levanto la cabeza tratando de calmarme, buscando una respuesta: 'Es verdad, mujer, después de todo, y tú, con todo tu anarquismo, hombre después de todo, podrido en prejuicios como cualquier macho'. Y me voy, rumiando mi cólera que me distrae un poco de mi pena, esa pena que me cierra el corazón al enfrentarme a mis hombres que me reciben en silencio."

 

(1) P.O.U.M. Partido Obrero de Unificación Marxista, nacido de la fusión del Bloque Obrero y Campesino de Cataluña con la izquierda comunista.

(2) U.H.P. Unión Hermanos Proletarios, nacido en Asturias en 1934, en el momento de la lucha revolucionaria de los mineros; C.N.T. Confederación Nacional de Trabajo, cuyos principios son sostenidos por la F.A.I., Federación Anarquista Ibérica.

(3) Jóvenes Socialistas Unidos.

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