juntos y revueltos | Revista Crisis
elecciones 2021 / cierre de listas / oposición cambiemita
juntos y revueltos
La principal coalición opositora tuvo su primer cierre de listas luego de la debacle electoral de 2019. La pérdida del liderazgo único que encarnaba Mauricio Macri se procesó con internas en casi todos los distritos. Las primarias serán un tenso plebiscito para saber si la estrategia pasa por ensanchar las bases de sustentación, apostando al centro, o si la derechización polarizante es el camino para enfrentar al peronismo en 2023.
Fotografía: Télam
25 de Julio de 2021

 

El cierre de listas para las Primarias Abiertas y Obligatorias de las legislativas de 2021 tiene para Juntos por el Cambio (de aquí en más: Juntos) algunos condimentos que lo vuelven complejo e intrigante. En principio, es la revancha después de la primera derrota electoral que tuvo ese espacio desde su creación. Hasta 2019 la única caída había sido exclusivamente del PRO en la segunda vuelta de la contienda entre Macri e Ibarra en la ciudad de Buenos Aires en 2003. En segundo lugar, fue la única vez que el PRO cerró listas sin que existiera un primus inter pares que ordenara el proceso. Esto impacta no solamente en ese partido sino también en sus socios, hasta ahora subordinados en el diseño de la estrategia electoral y en el armado de las listas de la coalición de centro-derecha que logró reagrupar el voto no peronista y conducirlo de manera más o menos coherente hacia la defensa de una propuesta pro-mercado abierta y desinhibida.

La salida de Mauricio Macri del poder, junto con  la apertura de la disputa por la sucesión al interior de PRO, creó una situación deliberativa hasta ahora desconocida. Es cierto que sobrevivir a su fundador es un desafío fundamental para cualquier organización. Desde Max Weber hasta acá sabemos que los líderes son bienes escasos y que su ausencia puede llevar a un partido a extinguirse. PRO nos da así la oportunidad de asistir a ese proceso aun abierto en el que un partido exitoso en la arena electoral debe darse una fórmula de poder interno que le permita perdurar.

 

la nueva normalidad

Hasta las últimas elecciones nacionales, PRO había funcionado como un partido sumamente informal en sus instancias de toma decisiones y sumamente centralizado en la figura del líder (Macri) y su círculo íntimo. De esa mesa chica entraron y salieron algunas figuras partidarias que ranquearon alto por un momento y luego cayeron más o menos ruidosamente, pero siempre estuvo dominada por Macri y sus compañeros de clase, a quienes se agregaron pronto Horacio Rodríguez Larreta, Marcos Peña y algunos de los estrategas de los que se valió PRO para construir poder (en el ámbito judicial, Angelici et al; en el ámbito electoral, Durán Barba y sus socios) y que fueron determinantes en algunas decisiones de estrategia partidaria. Macri y su círculo íntimo se reservaban el derecho a definir candidaturas en las listas de todos los distritos del país, a definir las alianzas y el discurso electoral. Algunos dirigentes del noroeste argentino me comentaron alguna vez su sorpresa cuando recibieron desde Capital Federal un kit electoral llave en mano en el que tenían tan poco margen de creatividad como tiene una franquicia de una cadena de restaurantes de comida rápida. Son conocidos los manuales partidarios generados por el equipo de comunicación comandado por Marcos Peña, que permitían preparar a militantes –voluntarios- con baja familiaridad con la política en las lides del proselitismo cara a cara. También ahí PRO fue un laboratorio a cielo abierto que nos permitió aprehender cómo se hace de un joven despolitizado un militante partidario, de un CEO exitoso en el mundo de los negocios un jefe de fiscales en el noroeste argentino, pero también de un militante barrial popular un joven emprendedor ejemplo de autosuperación.

La unificación de un mensaje, una narrativa y una estética PRO fue un trabajo centralizado y crítico para un partido que está hecho de políticos de larga data que provenían de otras fuerzas –peronistas, radicales, liberales, conservadores- y de nuevos políticos sin experiencia en esas lides. Encontró su paroxismo en la gestión presidencial de Macri en 2019, cuando desde diferentes dependencias de la jefatura de Gabinete de Ministros se elaboraron newsletters –“Qué estamos diciendo”-, manuales y tecnología –apps- que buscaban coordinar el mensaje desde la cima de la gestión hasta el último “defensor del cambio”.

Tal perfeccionamiento no debería llamar la atención porque PRO se construyó también desde la gestión de gobierno. Su pronta llegada al poder en la CABA en 2007 le permitió ampliar los recursos para incorporar dirigentes huérfanos o bien desplazados de sus partidos de origen –de esos años data el ingreso de Emilio Monzó-, fortalecer la marca política asociada a “un partido de gestión” y terminar de disciplinar a una coalición heterogénea que aceptó con el tiempo que el sol calentaba únicamente al abrigo de Macri.

¿Qué sucede cuando el centro de debilita, se rompe, sin que emerja rápidamente otro? Ese es el espectáculo que presenciamos en los últimos meses: PRO súbitamente dejó de ser un espacio político disciplinado detrás de un proyecto personal como el de Macri, que coincidía con un proyecto histórico –tener, por fin, un partido de centro-derecha competitivo-, para volverse un campo de batalla entre pequeñas apetencias, ambiciones desmedidas y voces altisonantes que reclamaban orden al tiempo que contribuían pícaramente al caos. Quizá esto nos hable de una normalización de PRO, de una entrada en las generales de la ley de las fuerzas políticas en Argentina, que funcionan como conglomerados de pequeños o grandes grupos, movimientos, bandas. O quizá sea el preludio de una normalización à la PRO, que vuelva al cauce de un partido centralizado y altamente coordinado en virtud de las órdenes impartidas por ese centro. Algunos dirigentes históricamente relegados en la proyección provincial o nacional al interior de PRO, como Jorge Macri, lograron subirse el precio en este contexto de desorden, pero luego terminaron por negociar con el más fuerte (Horacio Rodríguez Larreta) una rendición con condiciones.

La supervivencia del espacio parece un incentivo suficientemente fuerte para que todos los jugadores busquen una nueva normalidad. No está claro cuanto falta para eso –¿llegará antes de 2023?- ni cuantas apetencias quedarán en el camino. El –aún reversible pero eminente- debilitamiento del gobierno nacional del Frente de Todos crea una sensación de posibilidad de volver al poder que probablemente juegue a favor de esos incentivos para el orden y el progreso.

¿Qué sucede cuando el centro de debilita, se rompe, sin que emerja rápidamente otro? Ese es el espectáculo que presenciamos en los últimos meses: PRO súbitamente dejó de ser un espacio político disciplinado detrás de un proyecto personal como el de Macri, que coincidía con un proyecto histórico –un partido de centro-derecha competitivo-, para volverse un campo de batalla entre pequeñas apetencias, ambiciones desmedidas y voces altisonantes.

 

la presidenta

El primero que sembró algo de caos en el partido fue el propio Mauricio Macri al designar a Patricia Bullrich como presidenta de PRO. Bullrich se había afiliado formalmente en 2017 luego de la unificación de su espacio con el macrismo. Su ascenso meteórico no solo auguraba un trabajo consecuente para solidificar la organización partidaria sino también un contrapeso a la figura de Horacio Rodríguez Larreta que le asegurara a Macri que sus desafiantes no la tendrían tan fácil para hacerse con el control del partido. No está claro qué será del futuro político del ex presidente, aunque sus allegados se engolosinan con imágenes de estadista que planea la política desde arriba y da lecciones a sus sucesores. Lo cierto es que con la jugada Bullrich dio indicios de querer, al menos, un poco de tiempo hasta anunciar la salida de juego. Después de todo, en Argentina nunca se sabe.

Hasta 2019, PRO era conducido siempre por una figura de segunda o tercera línea, cuyo rol estaba subordinado a la mesa chica macrista y a la gestión de gobierno en Capital Federal, que después de todo sigue siendo el bastión partidario, su Matanza infranqueable. Desde la llegada de Bullrich, el partido se autonomizó de la gestión porteña y la dirigente se volvió una referente de un sector importante de los votantes macristas, que encontraron en su falta de moderación un sinónimo de coraje y en su derechización abierta una muestra de convicciones fuertes. La vitalidad de Bullrich, además, se volvió directamente proporcional a los titubeos del gobierno del Frente de Todos, que deja amplios flancos abiertos en marchas y contramarchas para las críticas furibundas de quienes reproducen su poder a través de un micrófono o una cuenta de twitter.  

 

banda ancha

El conflicto por la definición de la mejor estrategia discursiva ocupó buena parte de las energías de PRO y sus aliados hasta hace pocas semanas. Halcones y palomas. Radicales y moderados. Unos creen que PRO debe construir su identidad alimentando a su núcleo duro, dando claras muestras de posicionamiento ideológico, diferenciándose intensamente del oficialismo peronista y agitando el fantasma del kirchnerismo chavizante a cada paso. Este grupo, que tiene al propio Macri como portavoz, cree que el centro político se gana en períodos electorales pero entremedio se trata de alimentar a la tropa propia, sostener la mística partidaria que le da sustento y profundizar la diferenciación con el otro, en un espacio político crecientemente polarizado sobre la base de identidades políticas antes que sobre la base de programas. Esto es consistente con un partido que tuvo un gran impulso en las identidades negativas –el antikirchnerismo-, así como en el temor al otro político –otra vez el kirchnerismo o, mejor, el cristinismo-, y que encontró en el fantasma de la venezuelización un combustible  para “meterse en política” para CEOS y voluntarios.

La posición opuesta, sostenida por Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y otros, considera que es necesario construir desde el centro político para ampliar la base de sustentación del espacio opositor al Frente de Todos. Y que solo con esa base ancha se puede tener chances de ganar las presidenciales de 2023 y fundamentalmente de gobernar el país en una eventual segunda oportunidad para el centro-derecha. Para esta posición, el núcleo duro macrista y el extremo más radical de sus potenciales votantes –la derecha de la derecha-, terminarán alineándose si la suya se demuestra como la mejor estrategia para derrotar al gran fantasma del cristinismo. 

Estas diferencias en la estrategia de posicionamiento no deben ocultar las similitudes programáticas que son parte de los factores que mantienen unidos a los pedazos hoy autonomizados de PRO. En la etapa formativa del partido, los sectores más doctrinarios habían perdido la batalla en manos de los sectores más pragmáticos que preferían un discurso poco anclado en cuestiones económicas y en marcas ideológicas para crecer electoralmente en un partido en el que la derecha siempre había quedado confinada a nichos electorales poco competitivos. Cuando Esteban Bullrich le ganó la interna a Ricardo López Murphy para quedarse con el partido Recrear y llevarlo derechito a la fusión con PRO, decretó el fin de la estrategia ideológica. Las vueltas de la vida política argentina quieren que hoy López Murphy exprese en su lista que competirá en la interna  en CABA la promesa de que las voces más doctrinarias de la derecha argentina vuelvan a tener su espacio en Juntos.

¿Qué pasó en el medio? Triunfos y fracasos del macrismo. Triunfos al demostrar que el peronismo podía ser derrotado nuevamente en las urnas y que un presidente no peronista podía gobernar Argentina. Fracasos al dar cuenta de los límites de un proyecto pro-mercado en un país con fuerzas sociales movilizadas y burguesías poco coordinadas. La lección como siempre no es unívoca. Para la derecha de la derecha el macrismo fue débil y timorato. De tanto evitar llamar las cosas por su nombre y avanzar en reformas “cueste lo que cueste” se transformó en un kirchnerismo de buenos modales Espert dixit. Al darle un lugar en las listas, aunque sea a través de las internas, Rodríguez Larreta reconoce que esa posición tiene algún peso y que el partido ya no puede prescindir de ella en su vocación de ensanchamiento de la base. Está por verse cuánta derecha de la derecha queda por fuera -en términos de votos- de esta jugada de incorporación.

En medio del desorden de PRO, el radicalismo creció en visibilidad pública. Abandonó la estrategia de subordinación programática y estratégica porque ya no había centro al cual rendirse, se hizo más fuerte en los distritos que gobierna -como Mendoza-, en los que alguna vez gobernó, como Córdoba y Santa Fe, y se animó a plantear internas en distritos en los que antes aceptaba cabizbajo su rol secundario. El más resonante es la provincia de Buenos Aires.

 

esperanza blanca

Pasan los párrafos y casi no hablamos de los principales socios de PRO desde 2015. En especial de los radicales. La UCR tuvo su gran encrucijada histórica en 2015, en la convención en Gualeguaychú, cuando la mayoría aceptó ir por el camino de la subordinación programática y electoral al macrismo a cambio de una cierta garantía de supervivencia histórica. Proliferan las historias de humillación de radicales en la campaña de las presidenciales de ese año, cuando luego de la victoria de Macri en las PASO quisieron unificar equipos de gobierno de cara a las generales. Ese ninguneo fue una pequeña dosis de lo que recibirían en los cuatro años subsiguientes de gestión de la coalición que habían ayudado a construir y a la que le habían dado consistencia nacional. Al día siguiente de la convención de Gualeguaychú, Macri avisó que el de Cambiemos no sería un gobierno de coalición. Fue una de las promesas que, sin duda, cumplió a rajatabla a lo largo de su mandato.

Durante los años de macrismo en alza, la UCR sufrió robo de dirigentes y de votantes. Una vez que aceptaron la cruel realidad y se subieron al barco que los llevaría al triunfo, tuvieron que consentir que solo algunos de los pasajeros radicales viajaran en primera clase. Y que esos pasajeros-dirigentes iban a ser elegidos por la mesa chica de PRO y no por el propio partido. A cambio recibieron muchos boletos para ese barco pero en camarotes sin ventana. El radicalismo sobrevivió a su crisis, aunque la subordinación generara una espina difícil de tramitar. Algunos radicales se volvieron a su casa. Otros se aliaron con el peronismo o solidificaron esa alianza. La mayoría, los que persistieron en Cambiemos, no resignó la secreta esperanza de que 2015 fuera el inicio de la recuperación del partido centenario. Cada desplante fue así un nuevo golpe que soportar. La herida abierta se profundizó cuando la debacle del gobierno de Macri era evidente y seguían sin convocar a dirigentes con experiencia para fortalecer una gestión sin rumbo.

La derrota de 2019 abrió una esperanza de que las relaciones de fuerza al interior de la coalición volvieran a equilibrarse. Es cierto que fue una derrota con épica y que eso dejó a PRO y a Macri relativamente bien parados como hegemónicos en Cambiemos. Sin embargo, expertos en internas, los radicales sabían que el PRO no la tendría fácil en la construcción de una transición al post-macrismo.

En medio del desorden de PRO, el radicalismo creció en visibilidad pública. Abandonó la estrategia de subordinación programática y estratégica porque ya no había centro al cual rendirse, se hizo más fuerte en los distritos que gobierna -como Mendoza-, en los que alguna vez gobernó, como Córdoba y Santa Fe, y se animó a plantear internas en distritos en los que antes aceptaba cabizbajo su rol secundario. El más resonante es la provincia de Buenos Aires. La figura de Facundo Manes parece ser la solución al gran mal del radicalismo de estos tiempos: la falta de candidatos que enamoren a votantes dispuestos a escucharlos. También le permitió al radicalismo meterse en la interna de PRO, acordar con dirigentes que -como Monzó- estaban distanciados de Macri y fichar algunas figuras locales como sucedió en San Isidro con Ramón Lanús. Una pequeña venganza de tantos años.

En la CABA, por el contrario, los sectores que dirigen el radicalismo local acordaron con Rodríguez Larreta y prolongaron la guerra fría por la sucesión en el gobierno local en 2023, que se agudiza con el regreso de Vidal como primera candidata del distrito. Allí fueron los radicales que en sus orígenes más habían pujado por formar la coalición Cambiemos los que armaron su propia lista. Es claramente la que menos posibilidades tiene de competir con el PRO.

Sin dudas, la esperanza (boina) blanca está cifrada en la provincia de Buenos Aires, donde Manes aparece como un anhelado Armendáriz de medio término que podría convertirse, de tener éxito, en el primer presidenciable radical luego de la debacle de la Alianza en 2001. Se entiende así el tamaño de la ilusión de políticos y comunicadores afines al radicalismo. Es cierto que su electorado se corrió a la derecha y que la lógica de polarización favorece otro tipo de estrategias. Pero las ilusiones son todavía el combustible de la vida política.

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