juan filloy: ¡Qué tanto jorobar con homenajearme! | Revista Crisis
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juan filloy: ¡Qué tanto jorobar con homenajearme!
Hace unos días se anunció la creación de una de las sedes de la Biblioteca Nacional fuera de Buenos Aires. Será en Córdoba y llevará el nombre de Juan Filloy. Un ”raro”, un escritor de los pocos que se le atrevió, entre otras cosas, al humor. En esta entrevista de Mónica Ambort, publicada en la crisis #61, el autor de Op Oloop habla entre otras cosas de su cruce con Freud y de la poca capacidad de los argentinos para el humor social.
Fotografía: Bibiana Fulchieri
16 de Julio de 2021

 

"¿Qué libros alegres tiene la literatura argentina?" se pregunta, como al pasar, este narrador cordobés para quien "el idioma es el vestuario del pensamiento" y la novela un arte de dosaje donde lo principal es "colocar una cosa detrás de otra". El autor de Op Oloop -texto que mereció el elogio de Sigmund Freud- y de Vil & Vil --censurada por la última dictadura-, es, como lo testimonia este reportaje, un chispeante conversador. Humor, erudición y una original sabiduría práctica sobre vida y literatura caracterizan a este viejo irreverente que pudo conservar su marca transgresora por encima de sus largos años en la cumbre del Poder Judicial.

De la lectura de algunos de sus textos podría inferirse que se trata de un veterano de la bohemia ciudadana. En sus años mozos, sin embargo, cuando en forma privada editaba sus primeros libros con historias de seres tortuosos y excéntricos unos, marginales, putañeros, semi delincuentes otros, Filloy era un juez de aspecto circunspecto, un hombre de disciplinada vida.

Este cordobés de 94 años alternó, en Río IV, la función judicial -llegó a ser presidente de la Cámara Civil- con una intensa militancia cultural y socio-deportiva, con un prolífico trabajo de crítica periodística y por supuesto, con la escritura de unos cuantos "cuadernos” que fue editando por su cuenta durante décadas. Entre éstas y las posteriores ediciones comerciales, sus libros publicados sumaban veintitrés hasta hace un año, mientras dieciocho esperaban todavía igual destino. Una revancha, tal vez, por las generaciones de antepasados analfabetos que le precedieron.

Algunos de sus títulos son Op Oloop (1934), esa jornada de un personaje obsesivo que desbordado por el amor de una joven virginal sólo halla alivio en la muerte. Historia que fue leída por el propio Sigmund Freud. Balumba (1933), donde alterna la apología del instinto maternal con temas prostibularios; Periplo (1931), impresiones de su primer viaje por Europa, Grecia y Egipto, La potra (1973), narración de una lujuria sexual entre dispares sociales o los más recientes Vil & Vil (1975), irónica reflexión sobre las castas militares de estos países, que precisamente fue secuestrado en 1976 y L' Ambigú (1977), unión matrimonial de dos críticos literarios increíbles.

 

¿Cómo fue el episodio de su libro Op Oloop y Freud?

-Él tenía su residencia en Viena. Desde aquí le mandé Op Oloop, porque era un tema freudiano que a él posiblemente le iba a interesar. Un estadígrafo que tomó la estadística casi con un criterio de locura sistemaníaca. Contabiliza todo y lo registra de acuerdo con su profesión morbosa. Mi sorpresa fue que a los tres o cuatro meses -en aquel tiempo la correspondencia era toda por vapor- recibí una carta lacónica, pero que para mí fue lo suficientemente halagüeña, en la que me decía, "He leído su libro con mucho gusto y apreciado la índole de su tema. Saludos, felicitaciones". Eso fue antes de que Hitler anunciara la anexión de Austria. Entonces Freud se escabulló porque temía que le pasara lo mismo que a su gran colega Magnus Hirschfeld, el director del Instituto de Sexología de Berlín, a quien la Gestapo le destruyó 250 mil análisis de sus pacientes. Quemaron el establecimiento, y él no sé qué vicisitudes tuvo. Freud entonces se instaló en Londres y al cumplir 80 años me mandó una tarjeta. Un periodista de la revista Gente que vino a hacerme una entrevista, en un repelús, cuando me levanté para ir al baño, me la robó. La primera carta en tanto, que estaba hecha en papel de receta de Freud, me la pidió el doctor Conrado Ferrer, antiguo vecino de esta ciudad, para exhibirla entre el elenco de profesionales que dirigía el Open Door de Oliva. Todos quedaron muy satisfechos de ver la carta de un líder mundial como Freud, pero la desgracia mía fue que Ferrer murió en 1941, siendo médico residente y yo no quise, en ese momento, averiguarle a la viuda.

Cuando usted creó a su personaje Optimus Oloop, ¿ya había leído a Freud?

-Ah... claro... yo le he mostrado a usted ese estante central, donde tengo obras de todo lo que atañe a la psicopatología delictual y normal. Ya tenía una versación no propiamente freudiana, pero algo... las anticipaciones de Freud.

 

¿Su experiencia como funcionario judicial tuvo gran influencia en la forma en que usted fue seleccionando sus personajes?

-Claro, la primera novela mía es ¡Estafen!, un estafador habilísimo que cae bajo nuestra jurisdicción: sutil, sagaz y experto, pero que en una mala transa cae preso. Después, la misma vida judicial, el contacto permanente con delincuentes y con personas que tienen delirio judicial. Con abogados, aves negras, eso le crea a uno una mentalidad especial para pescar psicologías fuera de lo común.

Desde la marginalidad, muchos de sus personajes aparecen censurando y poniendo en evidencia las lacras de la sociedad, ¿no?

-Evidentemente. Una novela es siempre un ideograma, vale decir, una visión, no del personaje protagónico, sino de todo el entorno. De modo que quiera o no quiera, al pintar al delincuente, usted pinta a los carceleros, al medio que lo condena. El escritor, se ha dicho, es el escribano público que anota con detalles meticulosos la vida, la  etología .. La palabra novela en términos perceptivos se llama etopeya, que concierne al ethos, es decir, la parte moral.

Usted dice siempre que la principal misión de quien escribe es hacerlo bien.

-Eso dice Koremblit.

Pero de acuerdo a lo que señalaba recién, ¿se trataría además de hacerlo desde una moral, desde una ética?

-Claro, cada escritor tiene una moral. Que coincida con la de la generalidad o no, es cosa aparte, pero cada escritor tiene un compromiso. El principal es consigo mismo, de ser veraz, certero en sus apreciaciones, en sus juicios, en su visión del mundo colectivo. Ahora, el escritor comprometido, como lo entienden los hombres de izquierda, es un escritor que está comprometido pura y exclusivamente con la exaltación de los motivos de izquierda. Yo soy un hombre de izquierda pero no tengo por qué constituirme en difusor sistemático de las ideas que profeso. El literato no tiene por qué sujetarse a ninguna coerción de esa naturaleza. Las ideas se las dejo a los líderes políticos, a los sociólogos.

¿Qué reacción tuvo cuando durante la dictadura le secuestraron Vil & Vil?

-Una vez que salta el libro, no me interesa, y pertenece a otro. Ahora claro, me afectó el secuestro de Vil & Vil porque a mí me tuvieron día y noche bajo una inquisición militar que usted no puede ficcionarse. Venían acá tipos con ametralladoras a citarme para que fuera a la base de Holmberg o a Las Higueras y ahí me sometían a una verdadera inquisición. "Cómo usted ha escrito este libro", "Y cómo no lo voy a escribir si soy escritor". "Pero mire lo que dice acá..." "Y, lo dice el personaje, coronel. Son ideas de él..." "Pero usted le presta ideas". "Yo no le presto ideas... ". Eso era mentira porque habitualmente el escritor presta ideas a los personajes, pero es una mala táctica. El escritor no debe prestar ideas al personaje. Y yo me salvé con eso.

¿No hay que prestarle ideas al personaje para evitar hacer autobiografías en la novela?

-Claro, por eso los críticos muchas veces dicen “esta novela parece autobiográfica”. Cuando escribí ¡Estafen! yo era fiscal de Cámara y me pinté en la novela. Muchos me lo recriminaron. Con razón... "Vos te has pintado bien"... pero al estafador lo había pintado como a un fallutelli.

¿Cuándo vino de juez a Río Cuarto?

-Vine por dos meses…

¿Por qué vino?

-A tentar. Yo estaba ejerciendo bien la profesión en Córdoba. Mamá me dice: "andate, salí de la falda. Andá a probar fortuna por ahí", Hay un refrán francés que dice "Rien que le provisoire qui dure":  "Nada más que lo provisorio dura". Vine por dos meses y ya van sesenta y seis años

¿Y por qué decidió quedarse?

-Me gustaba el ambiente; inmediatamente engrané en el diario El Pueblo, donde trabajé sesenta años gratis. Tenía una sección de glosa del día, de crítica teatral, cinematográfica también…

¿Y de haber vivido en Buenos Aires?

-Si hubiera vivido en Buenos Aires sería un best-seller. Op Oloop ni bien salió allá fue best­ seller. Pero yo prefiero las ciudades chicas. Usted vive consigo mismo.

¿Las ciudades chicas no tienen otros problemas...?

-Tienen el problema ése, que usted debe hacerse un hombre solitario. ¿Qué otro recurso le queda que leer constantemente? ¿Con quién quiere que hable de Paul Valery, de René Char, de Eluard? ¿Con quién quiere que hable de la nueva, de la novísima poesía francesa? Yo estoy al tanto, compro los libros, pero he pasado cincuenta, sesenta años sin hablar. Por ahí daba una conferencia. En el año '58 fundamos la SADE y durante los primeros cinco años indefectiblemente todas las semanas llegaba un escritor de Buenos Aires. Eso fue para nosotros un alivio, teníamos cenas con escritores, mi mujer dirigía muy bien la cocina, por acá han pasado escritores que usted no puede imaginarse.

 

Existen en la Argentina dos literaturas: una que se hace en Buenos Aires y goza de mayores posibilidades de difusión y otra que…

-No... Yo hago literatura argentina. Pero cómo quería que fuera a Buenos Aires a morirme de hambre si aquí tenía un puesto judicial muy importante; terminé siendo presidente de la Cámara de Apelaciones. Tenía esta casa y un trabajo cómodo que yo conservaba al día y que incluso me permitía trabajar allí. Hay muchos capítulos que he escrito en tribunales en papel oficial. Claro que mis lanzamientos tenían que ser limitados.

¿Por qué?

-Por la índole de los libros, Op Oloop, Balumba, que tiene algunos poemas coproláricos, no pornográficos. Coproláricos, crudos. Todos los libros míos tienen esa particularidad, y yo era nada menos que el juez. Fiscal, camarista. No podía lanzar libros que fueran inculpados por transgresión al artículo 208 del Código Penal. Mi actitud era congruente, tenía que hacer ediciones privadas porque si no mis libros iban a ser secuestrados.

¿Tanto?

-Claro, claro. Por eso varios escritores lo sostienen y muchos críticos lo repiten, que yo soy el primero que evolucionó la literatura argentina en el sentido ése de que se dice lo que se quiere decir. Y yo nunca he querido editar en Buenos Aires, para no someterme al triple ludibrio de la prensa, la moral ciudadana y la Iglesia. Hay una novela de Carlos Noel donde dice que un paisano lo mandó al otro al estiércol, porque no se podía decir "lo mandó a la mierda”. En la República Argentina basta el año '30 había una literatura castrada, llena de eufemismos. Y bueno, en libros de Benito Lynch, de Noel y de Güiraldes aparecen paisanos refinados que por poco no hablan en francés. Hay alguno que dice "váyase al estiércol”. Pero dejá de joder, en vez de mandarlo a la gran puta que lo parió, como cualquier criollo lo dice. Se denigra al personaje haciéndolo hablar con purismo, se lo degenera, desnaturaliza. En mi Balumba, hay un capítulo que se llama "Meretrices", y las putas hablan como lo hacen las putas. ¿Cómo qué quiere que hable? ¿Cómo una pri­mera dama de teatro? No es posible.

Pero su forma de escribir también es bastante erudita. ¿Por qué ese afán, que lo hace difícil de comprender a tanta gente que no está habituada a leerlo? Usted mismo señala que para entender sus obras hay que tener el diccionario al lado.

-Muchos me lo dicen también. A mí me gusta la erudición. Hay dos clases de erudición; una que se luce de manera exclusiva y otra que se usa como un resumen de lecturas de conocimientos que se van adquiriendo a lo largo del tiempo. Usted no habla como lo hacía cuando tenía 15 años, evidentemente.

¿No piensa que con su escritura tan erudita, reduce el número de lectores que pueden acceder a su obra?

-No me interesa el número de lectores. A mí lo que me interesa es la riqueza del idioma. Si tenemos un idioma de 70 mil palabras, ¿por qué vamos a hablar con solamente 800? El idioma es el vestuario del pensamiento. ¿Por qué teniendo un vestuario para cada circunstancia, rico, vamos a andar permanentemente en pijama, en camiseta?

¿Recuerda la polémica entre Florida y Boedo?

-Claro que sí... Por lo pronto soy de los pocos que tiene la revista Martín Fierro. La dirigía un señor Evar Méndez. A mí me gustaban los dos grupos. Tenía amigos en los dos.

Allí se planteaba la discusión acerca del compromiso del escritor.

-Claro, porque el grupo de Boedo era un grupo popular, que dirigían Elías Castelnuovo y Leónidas Barletta. Hacían literatura popular y tenían una revista, Campana de Palo, con temas proletarios, obreros, contestatarios. Los otros eran el grupo refinado, snob, que estaba al tanto de la literatura europea. Yo no he tenido militancia en ninguno. En cuanto a calidades estéticas era más nutrido el grupo de Florida, pero Boedo, dentro de su ángulo de acción era un grupo muy positivo. Entre los dos han forjado una literatura de gran mérito que después ha enraizado en la literatura argentina. En Boedo había figuras como Olivari, Barletta. Castelnuovo, figuras de rigurosa actualidad. En el otro estaba Borges, por más que Borges era un hombre ambiguo. Borges no ha sido muy tirano con sus ideas. Él no trataba de imponer, más bien trataba de ser coincidente.

¿Cree que la polémica de entonces es aún vigente?

-No... en absoluto, aunque ahora hay autores populistas y está lleno de escritores estetizantes, por no decir aristocratizantes. Yo mismo, me considero un escritor estetizante, pero sin renunciar a lo popular ni mucho menos.

Cuando usted estaba terminando su carrera de abogado, se produjo la reforma del '18.

-Claro. No fui uno de los dirigentes máximos pero fui dirigente activo. Hombre, yo estaba por arrancar el retrato de Trejo y Sanabria del salón de actos el día de la rebelión universitaria, el 15 de junio del año '18, y me grita Saúl Alejandro Taborda: "che, no seas bárbaro, déjenlo al fraile ése ahí”.  Pensaba arrancarlo y quemarlo (ríe). La rebelión fue muy linda, se invadió la rectoría y se tiraron todos los muebles a la calle, por la ventana. Los profesores corrían. Después quisimos tirar la estatua de Trejo y Sanabria que está en el patio central, ¿conoce? Le pusimos cables pero no pudimos porque estaba abulonada. Al día siguiente arrancamos la de un profesor universitario, el doctor García Montaño, que estaba al frente en la plazuela.

¿Decidió estudiar Derecho como una buena forma de ganarse la vida, o tenía ideales justicieros?

-Nada, nada. Para ganarme la  vida no más. Si no iba a tener que seguir como mis hermanos, vendiendo azúcar, yerba y fideos atrás del mostrador en el boliche que teníamos en barrio General Paz. Mi afición a los libros viene porque a una cuadra de casa, en la avenida Vélez Sársfìeld, había una biblioteca. Bueno, yo iba todos los días. Para mí los estudios universitarios fueron muy sencillos, me defendía muy bien. Jamás he sido aplazado, ni en el Colegio Nacional ni en la Universidad No sacaba clasificaciones brillantes pero pasaba cómodamente.

¿Por qué iba a la biblioteca, en vez de jugar a la pelota con los chicos del barrio?

-Es una vocación. Tal vez por compensación, porque mi mamá era analfabeta y mi papá aprendió a leer debajo de las carretas fletadoras de Tandil y Temperley. Yo he estado en los parajes natales de mis padres y he visto la vida realmente humilde, casi primitiva, de Galicia y el sur de Francia. Toda esta vocación literaria mía, parece una especie de revancha de los siglos, una revancha de mis antepasados. Como si me hubieran dicho "esto nos va compensar un poco a todos del analfabetismo que viene circulando desde tiempos tribales".

¿Sus padres lo alentaron a escribir?

-En absoluto. En absoluto. Jamás he tenido un estímulo en casa. Acá veo a mis nietos, sacan un ocho, un diez, ya le compran un juguete. Yo no recibí en mi vida un juguete, nunca he ido a fiestas. No sé bailar, no he tenido contacto con nadie. He llevado siempre una vida recoleta, solitaria, leyendo, acá hay 18 mil libros.

¿Cuándo escribió sus primeros textos?

-En el Colegio Nacional, hacía Aleluyas. Aleluya era un capítulo que publicaba Caras y Caretas, que era la única revista que se compraba en casa porque circulaba en el negocio: en el despacho de bebidas todo el mundo se reía de las caricaturas de Cao, de Mayoli. En el colegio yo no solamente escribía versos humorísticos contra los profesores, sino que hacía caricaturas políticas que publicaba en La Voz del Interior. Recuerdo una que fue muy festejada, de Teodoro  Roosevelt, cuando visitó Córdoba en el año '12. A mí me gustaban los chistes que hacían los muchachos en clase. Una vez se descubrió que era yo y me castigaron. Los profesores de literatura me tenían un odio bárbaro. A uno le hice una parodia al Mío Cid, cachándolo al tipo, ¿no? Me puso un cero, pero un compañero lo falsificó y le hizo un nueve, y eso me salvó del único aplazo que hubiera tenido en mi vida. Cero en literatura.

 

Hablando de humor... uno de los invitados al banquete de su Optimus Oloop, dice “he notado que los argentinos en general son propensos a la sorna, pero carecen todavía de humorismo, se mofan de todo en particular, pero se aburren nacionalmente en conjunto".

-En nuestro medio, ¿usted conoce un personaje ocurrente, gracioso? Entre sus amigos, sus adalides, ¿algún muchacho jodón, dicharachero, alegre?     

Sí.

-Ah, bueno, es la excepción. Para mí el único tipo alegre que hay acá es Ficco (un animador de Río Cuarto), la gente es aburrida en la Argentina. Los descendientes de andaluces podrían ser dicharacheros. Los descendientes de italianos, que son la mayoría acá, podrían ser cantores. ¿Pero cuál es el hijo de italiano que no se abochorna cantando en público? ¿Me quiere decir? Todos son solemnes, propensos a la sorna que es un humor hipócrita. Sonríe, le toma el pelo al otro, pero no lo profiere, no lo dice en voz alta, no lo transforma en chiste. ¿Qué libros alegres tiene la literatura argentina? ¿Quiere una cosa más aburrida que el Don Segundo?

Algunos narradores contemporáneos. Por ejemplo, Isidoro Blaisten, el mismo Koremblit aunque a usted no le gusta...

-Bueno, pero eso no es humor argentino, es humor judío. ¿No ve que son bien judíos los dos? En literatura argentina usted no encuentra más que los libros de Payró, que son amables, alegres. Ahora, periodistas en crónica lo tiene a Fray Mocho, a Félix Luna, a Alberto Vacarezza en teatro pero en literatura libresca, no encuentro otros libros que los de Payró. Por eso la crítica más certera que me han hecho sobre mi obra Los Ochoa es que pertenece a la picaresca argentina. Usted ve que todos los tipos son unos perdularios, unos sinvergüenzones…

Su propio Op Oloop tiene ribetes humorísticos.

Sí, pero también es un poco solemne, aunque a la solemnidad la execro de todas las formas. El único libro mío que tiene más solemnidad es Vil & Vil en la parte que atañe al sector militar, porque todos los militares son solemnes, soberbios. Tienen el pecado metafísico peor que hay, que es la soberbia. Todos tienen prosopopeya, alcurnia. Mis libros no pueden ser solemnes porque la mía es la literatura del dosaje, que dicho sea de paso, para el novelista es la principal cosa, saber dosar una novela, saber colocar una cosa detrás de otra. Son los consejos básicos de todo novelista. Usted no puede ser serio permanentemente porque hace una novela aburrida. Yo no digo que he leído a Dostoievski, yo digo que me he aburrido con son Dostoievski. No puede tampoco hacer un texto chispeante de punta a punta porque hace un texto insoportable. "No hay peor desaire que el mucho donaire", dice el refrán de Baltasar Gracián. Tiene que matizar, dosar, ir dándole al lector periodos de recapacitamiento, periodos de alegría, tirarle de vez en cuando un caramelo después de un trago amargo.

Acerca de Op Oloop hay una historia popular en Río Cuarto, según la cual usted después de escribirlo, envió los originales a Marechal.

-No lo conozco a Marechal, no es cierto. Conozco la historia que circula de que él se ha inspirado en el banquete de Op Oloop para hacer el banquete de Severo. He oído eso de mucha gente. A mí el libro que me gusta es Adán Buenosayres.

Para su Elvirus de L'Ambigú, Sarmiento y Hemández son lo más significativo de la literatura argentina del siglo XIX. ¿Y para usted, en el siglo XX?

-Lugones, Almafuerte, son notas capitales, pilares. Borges también. Y después tiene usted una cantidad de elementos satélites. de real mérito, como por ejemplo, Pedro Miguel Obligado, Canal Feijóo, está el viejo Korn también. Otro que vale es el sanjuanino Juan Pablo Echagüe, Angel Estrada hijo.

¿Y Roberto Arlt?

-No, no me agrada... lo he leído poco.

¿Julio Cortázar?

-Ah, Cortázar, claro, claro.

¿Coincide con quienes sostienen que marca un hito en la cuentística argentina, y que la misma debe considerarse antes y después de él?

-Es buen escritor, pero no tanto. No es una piedra liminar como Lugones, ni como Payró o Benito Lynch.

Cuando a usted le hacen homenajes, parece quejarse. Por ejemplo en la Feria del Libro de Córdoba, al leer su discurso, le decía a sus anfitriones que “se aprovechan de un pobre anciano, apabullándolo con actos emotivos de los cuales no puede defenderse”...

-Claro... eso es una joda. ¡Qué tanto jorobarme con homenajes!

Fotos al ejemplar de la revista original: Jazmín Tesone.

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