industria del libro: la recesión y el próximo capitulo | Revista Crisis
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industria del libro: la recesión y el próximo capitulo
Ante una nueva edición de la Feria del Libro porteña y entre las hojas secas de la industria editorial, despuntan estrategias de comercialización y búsqueda de mercados externos que posibiliten remontar la caída en las ventas, que el año pasado fue del treinta por ciento. La circulación de textos por canales no tradicionales y los mitos que giran en tomo a la relación entre editores y autores son también motivo de esta entrega.
17 de Junio de 2022

 

Corría el primer día de abril de 1943 y el entonces presidente de la Cámara Argentina del Libro, Guillermo Kraft, inflamaba su verbo: “¡Hondo significado provoca en los anales de nuestra cultura esta fiesta que el arte viste con belleza y el espíritu ilumina con luz resplandeciente! ¡Feliz el pueblo al que es dado ofrecer un espectáculo donde la mente halle tan singular cabida!

Con retórica elocuencia se inauguraba la primera Feria del Libro en la avenida 9 de Julio. En sólo cinco días un aluvión de dos millones de personas recorrería los stands. Una sola editorial –Anaconda- vendería 65 mil ejemplares. El boletín diario que registraba el acontecimiento se exaltaba: “El libro argentino, la edición argentina de producciones nacionales o universales, llega a todos los mercados, en los que se alaba su presentación y seriedad. Por otra parte, el precio de los libros que se editan en el país los hace asequibles a todos”.

Hoy, ante una nueva versión de la feria, sería imposible que alguien hinche su pecho con tanto adjetivo. Un cruce de cuestiones culturales de ardua comprobación y de puntuales problemas industriales y comerciales, transforman al mundo del libro en un coro de letanías que retumban en la cabeza de quien recorra casas editoras: crisis de lectura, avance de la cultura de la imagen, el libro sospechado como agente de cambio, altos índices de analfabetismo, desculturización, modelos sociales (deportistas, artistas de televisión) alejados de la literatura, principio hedónico del menor esfuerzo, postergación de la ley del libro, impuestos al papel, a los insumos, perdida de mercados externos, falta de poder adquisitivo, fuerte competencia de la industria española, desaparición del librero vocacional. Nada de luces resplandecientes ni de felices pueblos, ni de libros para todos, sí mucho de “Elegía para una industria editorial que alguna vez fue próspera'".

Sin embargo ahí están. La Cámara del Libro tiene registradas 1.273 editoriales en el país, no hay un índice significativo de quiebras, aunque sí pronósticos agoreros sobre el destino de las empresas chicas y medianas. Aunque no se disponen de cifras sobre 1987 se calcula que se editaron unos 5.800 títulos, aproximadamente quince millones de ejemplares contra los veintiún millones de 1980 o los casi cincuenta millones de 1974. La cantidad de títulos que salen al mercado mayormente no varía, pero sí se ha reducido al promedio del tiraje. El año pasado se exportó por un valor de trece millones de dólares, un diez por ciento más que en 1986.

Y los editores están todos de acuerdo: hay que hacer algo. Para Norberto Pou, gerente de la Cámara lo que hay que hacer es reducir el arancel que pesa sobre el papel importado que hoy es del 53 por ciento. El papel de industria nacional está al mismo precio que el extranjero gravado y en libros sólo se emplea del dos al tres por ciento de la producción total. Sin embargo, el monopolio talla y las gestiones para reducir el arancel mueren en la Secretaría de Comercio a pesar de las promesas presidenciales.

La trajinada feria del libro -como la del disco o la de cine- arranca bufidos de hartazgo entre los editores que colaboraron proyectos que sólo acumularon polvo de olvido. Pou, sin embargo, maneja para este año alguna expectativa de que se reflote contemplando estos puntos básicos: exención de impuestos por diez años; liberación de aranceles a la maquinaria gráfica y al papel destinado al libro con control de destino; líneas de crédito y financiación. En el marco de la norma legal se estudia también la posibilidad de implementar un Centro Recaudador de Derechos Reprográficos, un mecanismo para controlar el fotocopiado y obtener réditos de esta modalidad de vinculación que fundamentalmente los estudiantes universitarios tienen con los textos a consecuencia de encarecimiento.

¿Y mientras tanto qué? El año pasado, con respecto a 1986, se registró una caída en las ventas del orden del treinta por ciento. En un mercado que en más del cincuenta por ciento se mueve con el libro de texto para los niveles primario, secundario y universitario, se calculaba que en el arranque de la temporada comercial las ventas disminuirán en otro quince por ciento. Mientras tanto las editoriales se reubican con un espectro de actitudes que va desde la adecuación resignada a la búsqueda de propuestas que permitan dar vuelta la página a este marco recesivo.

 

libro de quejas y propuestas

El editor está condenado a seleccionar los títulos, a ir a la edición de venta segura. Imprimir afuera es también una posibilidad de abaratar costos. Fundamentalmente creo que hay que repensar los canales de venta: quiosco, supermercado, venta domiciliaria, círculo de lectores, libro del mes por correo como implementó Emecé, los ómnibus de promoción de Salvat y Sudamericana, carpas en la vía pública corro las de Eudeba. Por otro lado, los editores pequeños y medianos debieran juntarse para trazar líneas de acción conjunta: comprar papel en común, ofrecer libros en común adonde no llegan. (Horacio García y Norberto Pérez, Catálogos editora y distribuidora).

El libro tiene una ventaja en su modo de producción: la editorial es un centro intelectual donde se toman decisiones con una flexibilidad que le permite acomodarse a un mercado interno cada vez más chico y a un mercado externo peligroso por la capacidad de pago de los países. Sin embargo, en el terreno de las exportaciones hay algunas expectativas de funcionar mejor por la revaluación de la peseta que encarece el libro español en Latinoamérica y por los serios problemas de pago libros que hay en nuestros países. (Jaime Rodríguez, Sudamericana).

No sé si hay tácticas para repechar la crisis, lo que si se es que cada vez nos fijamos más en lo que vamos a editar. El riesgo de no vender hace que el editor se tire cada vez más a los consagrados. La disminución de los tirajes es generalizada. Hoy no sacamos tres mil ejemplares de todos. Preferimos reeditarlo a dejarlo ahí, haciendo pilas. (Rubén Durán, Legasa).

El mercado interno se está precisando cada vez más. Hay lectores específicos: de psicología, medios de comunicación, teatro, literatura, educación. Se trata entonces de estudiar bien las tiradas y hacer la edición dirigida sin dejar de apelar al mercado masivo. En el terreno de la distribución tengo la teoría de que al librero hay que consignarle todo el material: mandar el libro, retirar a los sesenta días y renovar con el precio actualizado. El riesgo queda para el editor, pero las cosas podrían caminar porque cl gran drama es la escasa capacidad de inversión del librero que hace que muchos títulos falten. En cuanto al exterior, hay un mercado para nuestros libros pero hace falta cierta audacia que nuestra burguesía no tiene por su carencia de proyecto. Podemos aspirar cuidando la edición y aprovechando al auge del castellano, que se verifica en los países no hispanos, donde nuestro idioma ocupa cada vez más el lugar de una segunda lengua. (Luis Fuks, puntosur).

Verificamos un cambio en el lector: hoy está más predispuesto a comprar un libro cuando viene amparado por la modernidad del estilo español de edición. Se acepta el halo de prestigio de Tusquets o Anagrama aunque las traducciones sean pésimas; la crítica objeta esas traducciones pero su opinión no incide, esos libros se venden rápido y los medios a veces les dedican páginas enteras aun a textos de los que ni siquiera se han comprado los derechos en castellano. Creo que hay cierto cholulismo y frivolidad. Si, como se dice, la importación se complica para España es interesante plantearse qué va a pasar, si podremos o no comprar derechos como compran ellos. (Juan Forn, Emecé).

Hay que afinar el lápiz, pensar más antes de editar. Con el achicamiento del mercado la competencia es mayor y por lo tanto hay que buscar aquellos libros que tengan una respuesta comercial inmediata, dirigirse al lector ocasional, con libros que aborden la contingencia política o con el libro de autoayuda que ha funcionado muy bien. Es necesario pensar en nuevas estrategias comerciales y nuevos sistemas de promoción e información que repercutan en el lector. Aunque aquí el proceso es más lento también cabe la búsqueda de nuevos puntos de venta como se hizo, con éxito, en los supermercados. Estamos implementando círculos de ahorro para las grandes enciclopedias; ahorro previo para comprar libros, esa sí que es una expresión de la crisis. (Arturo Infante, Planeta).

Editar con empresas o con el sistema de promoción del Fondo Nacional de las Artes, que compra quinientos ejemplares de la edición de los libros que premia, es para nosotros una manera de seguir en el mercado. Hoy, salir a vender libros al librero es equiparable a querer venderle una heladera a un esquimal, pareciera que se enojan si uno pone un nuevo título en el mercado. De todos modos los entiendo, antes con tres días de venta pagaban el alquiler del local y hoy necesitan mucho más. Entonces, ¿Qué hace si no puede dejar de pagar alquiler, luz, sueldos?: Compra menos libros. Nos podremos mantener en la crisis porque la relación stock-venta hace que tengamos libros para quince años. No vamos a liquidar lo que tenemos en depósito por una cuestión de principios y porque la liquidación de stock es una de las cosas que están hundiendo al libro de catálogo. Un ejemplo claro es lo que pasa en la costa atlántica durante el verano. La gente compra tres libros por veinte australes y se gasta lo que podría gastar en un libro de catálogo en pulóveres o alfajores. Esto hace mal a la industria del libro (Andrés Valle, Torres, Agüero).

 

el editor y yo

En un tiempo, cuando intentaba publicar mis primeras cosas, había llegado a la conclusión de que los editores eran una raza extraña y enemiga, perteneciente a otro planeta, que se paseaban por este mundo cargados siempre de oscuras intenciones. Con el paso de los años, mirándolos de cerca, fui descubriendo que caminaban, hablaban y reían igual que uno; almorzaban, cenaban, tomaban whisky y, en algunos casos, hasta fumaban. Por lo tanto fui reconsiderando aquel concepto inicial y comencé a pensar que, en realidad, eran seres humanos bastante parecidos a todas los demás. Ese cambio mío evidentemente contribuyó para que la relación mejorara y ahora puedo decir, sin temor a exagerar, que nos llevamos bastante bien. Más aún, en las escasas oportunidades en que logro arrancarles alguna suma en concepto de derecho de autor, siento que nace en mí, hacia ellos, un sentimiento muy parecido al amor.

Antonio Dal Massetto

 

Están los editores humanos, gente de carne y hueso que maneja personalmente, y busca con pasión, la tarea de editar libros. Y están esos modernos editores, de origen cuasi-divino, las Grandes Empresas Editoriales, cuyos designios últimos pueden ser tan susceptibles de discutirse como un chaparroncito o la peste. Con los primeros mi relación es muy cordial; fue el caso de ya mítico Jorge Álvarez que publicó mi primer libro, Los que vieron la zarza; o es el caso de Rubén Durán, de que acaba de editar Zona de clivaje. Con las grandes empresas, en cambio, mi relación es decididamente kafkiana, como no puede dejar de serlo la despareja vinculación entre cualquier ser humano, sea escritor o no, y una poderosa y ajena entelequia.

Liliana Heker

 

Me arrepiento, Dios mío, de haber tratado mal a ciertos editores con los que tropecé en mi vida, al no reconocer el altruismo de esas personas. Me arrepiento, si. Ello me llevó a practicar el feo género epistolar de las cartas documento, para reclamar el pago del derecho de autor. O a la tontería de creer que la mano de obra de un manuscrito vale tanto como la calidad del papel, error que derivó en discusiones estériles y pugilatos. Pero eso fue antes, cuando era joven. Cuando me indignaba porque Paco, responsable de una gran editorial, en vez de leer mis textos, los tiraba en un sillón poblado de manuscritos, hasta que, sabiamente, los sacaba de allí, al cabo de unos meses, y los publicaba sin leer. ¿Por qué me enojaba? ¿No era ese un acto de fe? Al fin, de malentendidos como­ este, nace la amistad entre un escritor y su editor.

Pedro Orgambide

 

Los otros circuitos

El libro antiguo, el libro usado, el libro robado

La crisis editorial podría hacer creer que, en primera instancia, se corresponde con un auge del libro usado, del libro de segunda mano, del libro de saldo. Pero no sucede así. En los últimos diez o quince años asistimos a una verdadera decadencia de las “librerías de viejo'' y de las ferias de libros. También ellos sufrieron su crisis y su transfiguración.

Hoy se asiste a la decadencia de las viejas ferias de libros porteñas. Aquellas ferias dominicales, reunidas espontáneamente, donde cualquier particular ofrecía en venta o en canje los libros que había descartado de su biblioteca, fueron considerados en los años de la dictadura, fuentes de infección y suciedad, centros de reunión de vagos y malentendidos. La Municipalidad, apoyada oportunamente por la Policía, llegó para cuadricular estos “espacios libres", y redistribuirlos entre "libreros" semiprofesionalizados, previamente inscriptos en sus oficinas y munidos de su correspondiente certificado de buena conducta. En aquellos años incluso, los cerebros municipales llegaron a confeccionar un cuestionario al que se sometía a los aspirantes a librero: “¿Quién es el autor del Quijote?"; "Nombre una obra importante de José Hernández”... La feria dominical de Parque Rivadavia ha demostrado ser una obstinada sobreviviente a los sucesivos asedios municipales y policiales.

Pero lo que llama la atención en ferias y librerías de Buenos Aires es la virtual desaparición del libro antiguo (no del libro usado, o de saldo sino del libro propiamente antiguo). El efecto es asombroso si recordamos su abundancia todavía en los primeros setenta, o si lo comparamos con cualquier librería de Montevideo o de su mítica feria de Tristán Narvaja. Es que las actuales ferias de libros, así como muchas de las nuevas librerías que han desplazado a las de viejo tipo, se han convertido en verdaderos circuitos alternativos del libro robado. Aclaremos que no se trata del robo romántico del estudiante sin recursos que sustrae un libro para uso propio, ni del robo lumpen, del que roba en la librería para "reducir" en la feria (¡y viceversa!). No, se trata de un círculo de comercialización en gran escala, donde el "proovedor” cobra un tercio del valor de tapa, el vendedor obtiene otro tercio y el tercio final es el que se descuenta al comprador. Una prueba para incrédulos: ir a las ferias de Plaza Italia o Plaza Lavalle, por ejemplo, pedir El habla de mi tierra o La crencha engrasada, o El hombre mediocre y corroborar la indiferencia negativa de los quiosqueros, pedir, inmediatamente, un volumen de las obras de Freud de editorial Amorrortu, o cualquier novedad de librería, y los quiosqueros lo atenderán solícitos, disputándose el cliente con el ofrecimiento del descuento.

En efecto, el libro robado desplazó, en ferias y librerías de usado, al libro antiguo. ¿Pero cuál es el destino del libro antiguo? Los institutos y las universidades europeas y americanas. Su comercialización es un negocio sencillo, que no necesita grandes inversiones de capital (ni siquiera el alquiler de un local), y que deja grandes márgenes de ganancia. El libro antiguo, aquel que fue el orgullo de quiosquero de Plaza Lavalle o del librero de Corrientes, hoy es comprado para su reventa en el exterior, a valor dólar, mediante el envío regular de pulcros catálogos en que se la, clasifica según autor y materia El Instituto de Historia Social de Ámsterdam o la Biblioteca de Nueva York pueden pagarlos mejor que cualquier compatriota Para ello, dichas instituciones poseen en el país una auténtica legión de rastreadores de "incunables", que están a la pesca de remates de viejas bibliotecas, o de los preciosos y escasos ejemplares que todavía aparecen en ferias y librerías para los madrugadores. Si a esto le sumamos el abandono en que se encuentran nuestros archivos, bibliotecas y hemerotecas, no estará lejano el día en que, para estudiar la historia del gaucho, del obelisco o del du1ce de leche, haya que trasladarse a París, Ámsterdam o Nueva York.

Horacio Tarcus

 

mitos de ida y vuelta

Quienes producen libros no deben haber conocido denuesto mayor que aquel que les propinara Emilio Salgari: “Los editores son los únicos piratas que conozco”, sentenció. En verdad, el ácido murmullo sobre los editores es un capitulo obligado de una charla entre escritores y ya hay acuñadas frases obvias y míticas que incluyen a las siguientes:

-Me rechazó la novela sin leerla. Los editores son brutos.

-Los editores no se dan cuenta de que tengo el best seller de este año.

-Dice que tiró tres mil ejemplares, pero tiró cinco mil.

-Las liquidaciones semanales son una vergüenza.

-La editorial no me respalda. Promocionaron mejor al libro de Fulano que lanzaron el mes pasado.

-Me distribuyen mal. Estoy seguro que tienen toda la edición en el sótano.

-Mandó la edición afuera sin avisarme.

-Antes de presentar un libro en la editorial hay que registrarla. Si no te afanan la idea.

Por supuesto que los editores también tienen que decir sobre quienes ponen la materia prima de la escritura. Cuando se juntan se los puede escuchar:

-Los escritores son vagos, depresivos, susceptibles.

-Escriben sobre temas que a nadie le interesa.

-Fulano se cree que es el único autor de este sello.

- ¿Y este quién se cree que es? ¿Borges?

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