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el prócer ilusionado
Las más importantes plumas del liberalismo nacional lo llaman “el Maestro”. Sus columnas mensuales en el diario de Bartolomé Mitre destilan una aguda crítica de la democracia, debido al fracaso de los protocolos de gobernanza republicanos por los que bregó a lo largo de su trayectoria como historiador y politólogo. Reconoce que los partidos son formas obsoletas, cuestiona el federalismo realmente existente, pero se entusiasma con la promesa posmoderna del ingeniero desarrollista. Una conversación con Natalio Botana, sobre el régimen político que se avecina.
Fotografía: Márcos López
25 de Octubre de 2018
crisis #23

Natalio R. Botana, politólogo e historiador, cultiva una imagen límpida, intelectual y honesta. Hijo del fundador del diario Crítica, estudioso de precursores como Alberdi y Sarmiento, y miembro del selecto club de los defensores de La República (así con mayúsculas), es en cierto modo el espejo donde le gustaría mirarse a un macrismo irregular y polimórfico, si se anima a la dura batalla de construir un nuevo régimen político en el país peronista.

Pero Botana no hizo un MBA en Estados Unidos ni anhela regentear una franquicia de Kentucky Fried Chicken. No tuvo un paso errático como gestor en ninguna multinacional. Es más bien un miembro de la vieja clase dirigente modernizadora, democrática y paternalista, un verdadero rara avis que eligió refugiarse en el mundo académico, siempre a la vera del poder político. Austero y perspicaz analista del orden conservador que desde 1880 dejó su marca en la corporación política argentina (su libro de 1974 es un clásico), cercano a jubilarse en la Universidad Di Tella donde trabaja, este hombre de 78 años recibió a crisis con cierta desconfianza.

Quisiéramos empezar preguntándole por La Nación, específicamente sobre la editorial del lunes posterior al balotaje, que trató la cuestión de los juicios de lesa humanidad.

—No, de eso no me interesa hablar. Me dijeron que era una entrevista general. Ni leí el editorial ese. No sé.

 

decretismo republicano

De a poco, sin embargo, la distancia fue girando en afabilidad. Quizás el haberle entregado un ejemplar impreso de la revista haya influido en ese trueque. Ojeó con absorta curiosidad el papel opaco, posó sus dedos en la tinta como si leyera en braille y pareció transportarse a viejas épocas, cuando el lenguaje sobre lo político conservaba cierto peso y no se le negaba una idea a nadie.

¿Cómo interpreta usted la victoria de Cambiemos? ¿La había previsto?

—Bueno, las encuestas habían creado una expectativa de una victoria de 8 o 10 puntos que obviamente no se produjo. Esto no es argentino. Los errores que están cometiendo las encuestas en los países centrales son manifiestos también. De modo tal que sí, yo preveía el triunfo. Pero lo que no preví es el efecto que tuvo la candidatura de Cambiemos en la primera vuelta. Yo calculé efectivamente que íbamos a segunda vuelta pero no me imaginé que iba a ser tan pobre el rendimiento de Scioli. Argentina es un país, desde el punto de vista político, con una capacidad muy fuerte para desarrollar lo que he denominado un pluralismo negativo. Es una sociedad con una capacidad extraordinaria para decir que “no”, y una capacidad mucho más débil para decir que “sí”, para por lo menos echar las bases de lo que yo llamo un pluralismo constructivo. Es decir, la capacidad no solo de desalojar un gobierno, sino la capacidad de poner en marcha una alternativa rigurosamente democrática, y que ponga al país en la vía de la alternancia republicana. Desde ese punto de vista, el desafío ahora es poner en marcha otra de las debilidades grandes de la política argentina en comparación con la política uruguaya, y sobre todo con la política chilena, que es el arte de armar coaliciones políticas. Es un arte muy difícil, con problemas serios que hoy están a la vista en Brasil, pero yo creo que es la única posibilidad para sacar a la Argentina de esta polarización muy destructiva que ha tenido, entre hegemonía y fragmentación.

¿Estamos ante un fenómeno de alternancia dentro del mismo formato, o usted prevé un cambio de régimen político, donde el peronismo perderá el lugar clave que ocupó desde su fundación?

—Sí, va haber un cambio muy importante en ese sentido. Lo que es posible que se produzca, y yo deseo fervientemente, es un cambio en el componente republicano de la democracia. Salir de este régimen de carácter hegemónico, centrado en la supremacía del poder ejecutivo y el intento de subordinar tanto al poder legislativo como al poder judicial. A lo cual se sumó la pretensión de controlar los medios de comunicación y armar paralelamente un sistema de propaganda oficial con medios adictos, tanto públicos como privados. Creo que vamos a un régimen mucho más plural, por la sencilla razón de que necesariamente el presidente Macri va a tener que conciliar sus políticas en un Congreso donde no tiene mayoría, sobre todo en el Senado que es un punto muy delicado. Hasta el 10 de diciembre predominó un espíritu agonal, de confrontación e imposición. Ahora evidentemente hay que ir hacia un espíritu de diálogo, de concertación y de mayor comunicación horizontal entre el gobierno y la opinión pública argentina. Pero creo que esa demanda de cambio se superpone a otra exigencia también muy importante: sin desarrollo, sin un contenido material de progreso que lleve a la sociedad al ascenso social, el republicanismo es para los argentinos apenas una cáscara vacía. De modo tal que aquí hay una demanda muy grande debido al fracaso estrepitoso de las políticas populistas, que evidentemente no han resuelto ninguno de los problemas estructurales que tiene la sociedad argentina. Entre ellos, el residuo espantoso de pobreza.

¿Usted cree que este progreso material puede ser desplegado con un estilo de conducción política republicano, o Macri tendrá que recurrir a cierto decretismo?

—Bueno, en todos los países donde la situación de mayoría parlamentaria no es muy segura, se suele recurrir a políticas de decreto. Yo tengo la impresión que van a recurrir a los decretos de entrada. Pero lo que deseo fervientemente es que el Congreso responda, para que la Argentina pueda encarrilarse más por la vía de la ley que por la vía del decreto. Si han estudiado nuestra tradición constitucional sabrán muy bien que el Presidente tiene recursos muy grandes. El Congreso no va a poder imponerse al Presidente porque este tiene en sus manos el recurso clásico del veto. Eso puede dar lugar a un estancamiento en el proceso legislativo que yo no deseo bajo ningún punto de vista. Es un campo de incertidumbre que habrá que ir viendo cómo se resuelve en el camino.

 

marche un tocqueville

Piso octavo de un espacioso y señorial edificio en el corazón de la Recoleta. Los mullidos sillones de un estudio ordenado, sumado al estilo tenue de la iluminación, recuerdan a los entrevistadores el emplazamiento de un intelectual clásico, poseedor de un sistema de ideas signado por el aplomo y la precisión. Como el 79,54 por ciento de sus vecinos (que votaron a Cambiemos en la segunda vuelta presidencial), Botana está muy entusiasmado con las perspectivas del nuevo gobierno, a quien ubica en la tradición desarrollista, el sueño eterno y siempre trunco de la industrialización argentina.

Si tuviera que ubicar al PRO dentro de la tradición política nacional, teniendo en cuenta que se trata según sus propios dichos de un partido del siglo XXI y sin ataduras con el pasado: ¿dónde lo situaría?

—Cada vez es más difícil, en el mundo contemporáneo, ubicar a los partidos en el continuo derecha-izquierda. El PRO es un partido muy endeble todavía, que se ha extendido de la Ciudad de Buenos Aires hacia la Provincia, pero todavía en el resto del país es más fuerte el radicalismo. Entonces, tiene el gran desafío de ampliar su implantación territorial. Desde el punto de vista ideológico es muy claro que busca arraigo, no en la tradición liberal sino en la tradición desarrollista. Yo creo que es una perspectiva más bien anclada en una tradición que tal vez haya comenzado en la segunda presidencia de Perón, cuando Perón abre el camino hacia la inversión extranjera en materia de industria pesada y demás, pero que se acentuó muy fuertemente en la década del sesenta, sobre todo con la presidencia de Frondizi, pero también con la presidencia de Illia. El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que ya lleva ocho años, ha desarrollado una fuerte inversión pública. No es un Gobierno en ese sentido proclive a llevar a adelante políticas de privatizaciones.

¿Y en Onganía no?

—Sí, pero me refería más bien a los aspectos de gobiernos civiles constitucionales. Es cierto que Onganía en el plano de la inversión pública prosiguió algo. En relación a Macri, si se compara todo el espectro de la inversión pública en la Ciudad de Buenos Aires en contraste con los ocho años de Scioli, realmente las diferencias son muy pronunciadas a favor de la Ciudad de Buenos Aires. Eso explica en parte también la derrota de Scioli. Junto con haber elegido a un candidato a gobernador no muy atractivo que digamos.

Uno podría decir que el peronismo fue un partido posmoderno avant la lettre. ¿Usted cree que de pronto quedó obsoleto?

—Es que todos los partidos son antiguos, ese es el problema. Es antiguo Hollande en este momento en Francia. Hay un problema, hay un problema realmente. Yo no lo voy a vivir, porque uno felizmente no vive muchos años pero hay un problema para la generación de ustedes: el desfase entre los procesos de revolución cientí ca, tecnológica y el desarrollo de las ideas políticas. Vivimos, los demócratas republicanos como es mi caso, a la sombra de ideas que fueron pensadas y creadas a nes del siglo XVIII. Lo que uno desearía es tener ahora una revolución en el pensamiento político como tuvimos en aquella época. Lo que decía Tocqueville, “es necesario una nueva ciencia política para una nueva época”.

Con respecto al peronismo, desde el año 1983 en adelante atravesó dos grandes transformaciones. La primera, que yo miré con mucha esperanza les con eso, fue la renovación peronista que lideró Antonio Cafiero. Esa transformación desembocó en el menemismo, la primera versión hegemónica del peronismo volcada a la derecha. La otra transformación es el kirchnerismo. Creo que ahora avanzan hacia una tercera transformación. Y veo al peronismo hoy dividido en varios sectores, por lo menos cinco, lo cual nos está dando algo bastante parecido a un archipiélago. Está el sector de los gobernadores, que es el que provee el mayor número de legisladores del Frente Para la Victoria, sobre todo en el Senado.

Están los residuos del Peronismo Federal, que es un tipo de dirigencia ya envejecido: Rodríguez Saá, Reutemann, De La Sota, Romero, con identidades un poquito gastadas. Luego, dentro de los gobernadores existe una potencia renovadora muy grande. Yo veo ahí gente muy interesante, veo a Uturbey en Salta, veo a Perotti que fue intendente de Rafaela e hizo una excelente elección en Santa Fe. Tendríamos también otro impulso renovador con Massa, que es un hombre muy joven que ha demostrado una capacidad de resistencia electoral extraordinaria porque terció en un país que tiende naturalmente a la polarización. Y como último componente hay una base de legisladores provenientes de la Cámpora que procurarán mantener, sobre todo en el Congreso porque van a perder las posiciones en el Estado, el legado kirchnerista.

De modo tal que hoy el peronismo es una cantera sin líderes. Perdón, una cantera con líderes pero sin un liderazgo uni cador. De una situación de hegemonía pasamos a una situación de fragmentación muy complicada, porque hay fragmentación dentro de Cambiemos y también hay fragmentación en ese magma tan vasto que es el peronismo. De modo tal que es un momento interesante en el sentido estricto de la palabra.

Usted señaló en algún momento que hacía falta una nueva ley Sáenz Peña, una reforma política a la altura de las exigencias del siglo XXI.

—La constitución reformada en 1994 presenta en sí misma un obstáculo muy grande, pues para reformular una nueva ley de coparticipación federal se exige prácticamente unanimidad. Y el problema es que la distribución fiscal demográfica del federalismo argentino es profundamente defectuosa. El federalismo argentino está organizado en torno a un distrito totalmente desproporcionado, la Provincia de Buenos Aires, y luego tres distritos muy fuertes, que son la Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Un poco más abajo tenemos provincias de escala media como Mendoza y Entre Ríos, y luego un abanico de pequeñas provincias que no tienen la más mínima sustentabilidad fiscal, una gran debilidad demográfica y que viven casi exclusivamente de la dádiva del Estado. Ese ha sido uno de los mecanismos de dominación hegemónica más eficaces del kirchnerismo. Avanzar en este plano va a costar mucho trabajo. Una nueva ley de coparticipación federal es muy dificultosa porque las provincias chicas, que viven del Estado fiscalmente, están sobrerrepresentadas en el Congreso. Tienen mucha más representación en la Cámara de Diputados que lo que les correspondería por la población que tienen, entonces ahí tienen un poder de veto muy grande. Lo que puede pasar ahora es que haya una concertación muy fuerte entre el Gobierno Nacional, la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia, para redistribuir los ingresos scales a favor de la Argentina central.

 

la ciudad y los bailarines

Con el manuscrito de nitivo de su próximo libro apoyado en el escritorio, “el Maestro” experimenta una simpatía más pasional que académica por la esperanza amarilla. Quizás prime el agradecimiento por el inapreciable servicio de desalojar al kirchnerismo del Estado. La manera como el historiador se re ere al gobierno que se fue, reaviva las antinomias tradicionales de la política argentina. Pero en esta oportunidad, quizás por primera vez en la historia, el pueblo pareciera haber acertado. Botana sabe que los partidos ya no volverán y no aguarda milagros, por más PRO que sean. Más bien acepta creer, optimista de las nuevas tecnologías, que una novedad política está incubándose.

En un artículo de este año usted habla de una política del baile y la diferencia de la buena política. ¿Dónde se ubicaría la cultura política del PRO si pensamos en estos dos extremos?

—En el PRO bailan un rato, no permanentemente. Ellos tienen una comunicación con la ciudadanía más horizontal que la que pudo haber tenido Cristina. Pero claro que eso se inscribe en una característica de esta democracia que en los últimos años contrapuso dos formas: una democracia de candidaturas versus una democracia de partidos. La democracia de partidos como yo la entendí hace tantos años, ustedes no la conocieron, está atravesando serios problemas en la Argentina y en el mundo. Y eso se debe a algo que ustedes dominan mucho más que yo, que es el mundo de la revolución digital y de las redes sociales. Eso está cambiando la estructura de partidos que yo he conocido en un momento de gran apogeo de la democracia, que fue la posguerra.

¿Se extingue entonces la democracia de los partidos?

—Me cuesta trabajo imaginar en el plano mundial las nuevas formas de representación que va a asumir la democracia. Cuando entramos en lo que muchos autores llamaron la “democracia de masas”, aparece una estructura de mediación muy original tanto en el contexto de regímenes políticos totalitarios como en los regímenes políticos democráticos pluralistas, que es el partido político. Hay una teoría del partido político en Lenin, y hay una teoría de partido político en los demócratas, entre los cuales me inscribo. Como mecanismo de mediación eso ahora está cambiando, del mismo modo que está cambiando el método de comunicación. No sabemos qué resultado va a tener la democratización de la opinión habilitada por las tecnologías digitales. La democracia es representativa, pero debe ser republicana también. Hay una crisis de gobernanza de la democracia representativa, en todo el mundo. Los partidos políticos no son los de antes. Y Argentina hereda un sistema de partidos muy débil en comparación con otros países. ¿Quién hubiera imaginado que María Eugenia Vidal en un año iba a desalojar al aparato hegemónico de la Provincia de Buenos Aires? La campaña del PRO ha sido la primera gran campaña argentina del siglo XXI, que replica la campaña de Obama cuando ganó la primera presidencia. Horizontalidad, golpear puertas y fuerte impulso de las redes sociales, de los focus groups. Todo eso evidentemente salta sobre la estructura clásica de los partidos.

¿Es un problema estructural e irreversible para la democracia?

—Nada es irreversible en la historia. Quiero retomar lo de la política de la esta. Hay gente que tilda al PRO de desideologizar y despolitizar el discurso. Pero acá hay un tema apasionante, porque lo que está desideologizado es históricamente el discurso. Este es el cambio que se está produciendo en el mundo. En Europa se constata el agotamiento del pensamiento socialista, y el agotamiento del pensamiento conservador que se aferra a fetiches xenófobos o reaccionarios típicos del siglo XIX. De algún modo esto lo vio Marx: la revolución científico tecnológica, con su traducción industrial por supuesto, va mucho más rápido que el pensamiento político. Las ideas políticas en este momento van detrás. Pero el contexto de todo lo que hemos hablado es la megalópolis. Gobernar una megalópolis es un desafío colosal. No solo en lo que se re ere a la provisión de servicios, sino también por uno de los temas que más preocupó a la teoría política y que motiva el nacimiento del federalismo: la concentración de los intereses y las pasiones en pequeñas superficies urbanas. Superpongan este proceso histórico y la revolución digital. Las movilizaciones recientes en San Pablo y Río de Janeiro surgieron de la tecnología no de los partidos. Hay una concertación poco menos que instantánea en torno a problemas particulares. La indignación no es una indignación revolucionaria, porque por indignación revolucionaria se entendía una indignación sobre un problema global. Estas son indignaciones de rebelión, que se refieren a casos puntuales. Se reúnen para resistir, para defenderse. Y la sociedad argentina me da la impresión que está muy movilizada. Hay un problema interesante con el espacio público.

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