Aldo Paparella: “creo en el hombre destrozado” | Revista Crisis
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Aldo Paparella: “creo en el hombre destrozado”
En la crisis 17 de la primera época se publicaba esta entrevsita al artista plástico italiano Aldo Paparella, quien después de su participación forzada en la Segunda Guerra Mundial, se había instalado en 1950 en nuestro país. Como si hablara hoy, Paparella reflexiona sobre el sentido de la existencia, el agobio laboral, los otros y el consumo
16 de Noviembre de 2023

¿Cuándo descubriste tu vocación por la escultura?

-La escultura fue para mí una especie de aventura y de encuentro. Yo era pintor. Pero un día descubrí que mi naturaleza era bastante realista y que en la escultura encontraba las tres dimensiones. Además, me gustan las imágenes que tienen presencia. Que son fuertes. Y me parece que la escultura, en ese sentido, es un arte completo y sin recursos de ningún tipo. Es lo que es. Lo que uno piensa. Con la pintura sucede algo distinto: tiene autonomía de lenguaje. Uno pone un color al lado de otro y prácticamente puede despertar una emoción en el espectador. En cambio con la escultura esto no pasa. No puede pasar. Entonces los medios se reducen pero está el claroscuro. El claroscuro hace que los objetos se vuelvan corpóreos. Que adquieran volumen, y con el volumen, la presencia.

 

¿Es menos fácil que el espectador se emocione ante la escultura?

-Bueno, la escultura ha sido siempre un arte difícil. Parecería que el espectador se comunica siempre menos con la escultura. No sé muy bien cuál es el problema. Tal vez sea la ausencia de color... aunque hay casos en que lo tiene. Pero creo que, en general, quién se comunica con la escultura es un espíritu un poco diferente a todos.

 

¿El color sería, entonces, un elemento de seducción importante en la obra?

-Sin duda. En la pintura, la seducción del color se da de una manera total. Quizá esto explica la participación de un mayor número de personas en la pintura. Porque además, evidentemente, hay más pintores que escultores. Siempre los hubo. Aunque ahora, con el invento del objeto, muchos pintores intentan ver qué ocurre con las tres dimensiones. Es decir, se acercan al objeto que, en última instancia, es una escultura.

 

Sin embargo, la concepción de un objeto dista bastante de la concepción de una escultura, ¿no es así?

-Lo que cambia por completo es la idea de la escultura tradicional. Existe un parentesco, claro, entre el objeto y la escultura, desde el momento en que existe en ambos una corporeidad. Pero el objeto, tal como se lo entiende ahora, se ha vuelto algo así como un divertissement. Y a propósito de esto pienso que conmigo se dio algo curioso: yo hice, durante un tiempo, objetos, los "Muebles Inútiles", las "Vitrinas" y a raíz de esa experiencia, que me sirvió muchísimo, me nació la tremenda necesidad de volver a la escultura, a la escultura de bulto. Es decir que comencé como escultor tradicional, pasé por el objeto y volví a la escultura, en una parábola, en un flujo y reflujo. Creo que vuelvo a la escultura tradicional porque, como dije antes, es para mí una presencia. Y esa presencia me interesa muchísimo. Me ofrece, además, la posibilidad de un mayor impacto. El diálogo entre la obra y quien la contempla se vuelve así más amplio. Pienso que el espectador quiere la escultura de bulto, el monumento.

 

¿Cuál fue tu formación artística?

-Mi formación artística no fue metódica. Más bien fue un programa bastante desordenado. Yo nunca anduve bien con la disciplina ni la disciplina anduvo conmigo. En realidad, la verdadera disciplina es la que uno mismo encuentra. Entonces uno trabaja mucho más de lo que tiene que trabajar o de lo que los demás esperan que haga. Yo empecé a los doce años como decorador de iglesias. Era una actividad dura, pesada, un trabajo en el que tenía que saber hacer de todo: restaurar los ornatos, realizar las decoraciones, armar los andamiajes, rasquetear las paredes... Después de estar en esto durante varios años, comencé a pintar. Y cuando vine a la Argentina, en 1951, todavía era pintor. Expuse en la galería Viau, en la galería Krayd y después abandoné la pintura porque con ella no encontraba manera de expresarme. Entonce abordé la escultura. Mis primeras ob fueron yesos y algún barro cocido. En la época no había tantos materiales como ahora. Después, cuando hice objetos, utilicé madera, vidrio, con alguna incorporación de color.

 

¿Has regresado a Italia en estos años?

-He vuelto, sí. Italia es un país lindo, muy lindo. Ahora, dentro de unos días, voy a viajar para allá, casi como turista argentino... porque hoy ya no sé si soy argentino o italiano. Es bastante complicado. Cuando estoy aquí siento la necesidad de estar allá y cuando estoy allá tengo ganas de estar aquí. Ahora regreso para encontrarme, no con la gente -porque gente no hay más- sino con alguna planta, con algunas imágenes de las que he visto cuando era chico. En realidad cuando uno ha nacido y vivido en un lugar no puede olvidarlo. Uno empieza diálogos con las cosas y, en determinado momento, si uno se va, ese diálogo se corta. Entonces hay que retomarlo. En este momento quiero retomar ese viejo diálogo. De modo que uno se va... y vuelve. Vuelve siempre. Porque este diálogo genera cosas. No es algo definido: es más bien impreciso. Un diálogo con las esculturas romanas. Con lugares. Con un museo que está cerca de mi pueblo, en Capua, y que es maravilloso. Después... nacen cosas. Cuando volví, después de haber estado en el 67, comenzaron a trabajar en mí otras imágenes, otras ideas. Las ideas de los "monumentos inútiles". Monumentos romanos que yo transformé y convertí en algo actual. Así surgieron, como el reflejo de lo que vi allá. En las cosas rotas, en las cosas destrozadas de esos viejos pueblos romanos -como mi pueblo- yo encontré la expresión del hombre de hoy: el hombre destrozado. Entonces empecé a trabajar, no a través de imágenes directas, diríamos, figurativas, sino a nivel de esencias. Quería una imagen que todos pudieran ver, reconocer, sin fijarse en esto o en aquello. Hacerla fácilmente reconocible hubiera sido limitarla. Por eso traté de crear una imagen fantasmal. Que produjera un choque, para una sociedad que si no siente el choque prácticamente no puede asimilar nada.

 

Tus esculturas vuelven corpóreos esos fantasmas.

-Y sí, en esta época, para que los fantasmas asusten, tienen que ser corpóreos. Son los que uno posee y transmite a las obras. Si lo logra, consigue eso que yo llamo la presencia. Esa es la fuerza de choque, el impacto de una obra. Esta idea de lo fantasmal anda desde hace mucho tiempo rondando en mi cabeza. La voy elaborando poco a poco. Ahora están allí, descansando. No tengo ningún apuro por exponer. Yo nunca tengo apuro. Para ser claro, uno tiene que estar tranquilo. Y ser desinteresado. Uno no tiene que pensar que la obra debe servir para eso o para aquello. Y principalmente, no hay que pensar que la obra sirve para ganar plata. Porque entonces no se consigue nada: ni la obra ni la plata. Creo que en treinta y cinco años de andar en esto he aprendido algo... Pienso que uno trabaja para expresarse, para hacer trabajar el cerebro y mover la mano. Al fin y al cabo, lo más importante de todo es que uno pueda manifestarse en lo que hace y que en todo lo que realiza esté su yo. Su yo y su época. Todo lo demás son discursos, evasiones. Claro que también, eso sí, uno es vanidoso. Pero a mí la vanidad no me "corre" para trabajar.

 

¿Has logrado vencerla?

-Sí, he logrado vencerla. Con el tiempo uno logra vencer muchas cosas.

 

¿Y se vuelve acaso más humilde?

-Si, ésa es la idea precisa. Con el tiempo, uno va conquistando las imágenes que busca y desea. Entonces ya no interesa si esas imágenes significan dinero, si la obra se vende, ni nada de todo eso. Lo importante es que yo, a la mañana cuando me levanto, pueda encontrarme conmigo mismo. Creo que el hombre debe aspirar a eso: a encontrarse con sus propias cosas. Éste es el verdadero problema. Es probable que si todos pudieran hacerlo, nos entenderíamos mejor. El que ha sido capaz de encontrar su propio yo está dispuesto a descubrir y encontrar el de los demás. Está preparado para ser más amplio, más abierto, más comprensivo. Para ser, en definitiva, más humano.

Lo que pasa es que la mayoría de la gente, cuando se levanta, no sólo no encuentra su propio yo sino que tropieza con cualquier cosa. Y, por lo general, las cosas con las que uno tropieza son malas: el jefe, el "laburo", las imposiciones, las dificultades económicas, la carrera por el dinero. Hoy todos corren. Nuestra civilización corre, quemándose y quemando. Es una agresión constante, diaria. El hombre de la ciudad, sobre todo, corre sin cesar. Y no precisamente hacia su propio yo, hacia su propio encuentro. Porque tener dos empleos para poder comprar un auto. por ejemplo, para consumir más, aleja al hombre de sí mismo. Pierde la posibilidad de ese encuentro y, más todavía, pierde el poder de lograrlo. Entonces pierde la paz. ¿Para qué, me pregunto? Para no ser él. Un hombre.

 

Quizá para no encontrarse con sus fantasmas.

-Exactamente. Para no ver sus fantasmas. Ese es el problema. Y ése sería el hombre destrozado que he visto y que veo a través de mi actividad como... como un tipo que piensa. Eso es lo que he visto en algún pueblo romano. Pero en realidad es lo que ocurre en toda nuestra civilización occidental. Una civilización destrozada. Entonces se vuelve necesario ir al psicoanalista. Antes, uno iba a la iglesia, se confesaba y salía aliviado porque detrás del cura estaba Dios. Hoy, en cambio, detrás del psicoanalista no hay nada. Hay sólo un hombre: no sabemos qué piensa, ni cómo piensa, ni lo que hace cuando nos vamos. En la confesión, el hombre encontraba alivio y confianza, porque era para él un diálogo con Dios. Dios era la fe, y ese diálogo alimentaba la fe, la perpetuaba. Ahora está el psicoanalista. Y bueno: puede creerse en el psicoanálisis pero sólo en un nivel científico. Y la ciencia no es Dios. Pienso que haber abandonado ese diálogo es una de las grandes pérdidas de la humanidad. Pero sobre todo, no creer en algo.. Porque un hombre que no cree en algo... addio. Y no se trata de creer en Dios, sino en tener confianza. Fe en muchas cosas.

 

¿Por ejemplo, en cuáles?

- En la amistad, por ejemplo. Yo tengo grandes amigos. Libero Badíi es uno: la flor de la amistad. Y otro es Federico Manuel Peralta Ramos, un ángel gordo caído en la tierra. Y muchísimos otros. Pero además, yo creo en Dios, en el hombre, en el árbol. Y por sobre todo, tengo fe, una fe inmensa. Creo que esto es todo. Estoy vivo y con ganas de vivir. Hago todos los esfuerzos por estar vivo y despierto.

 

¿Te importa mucho la repercusión que tiene tu obra en el medio?

-Hubo una época en que eso me preocupaba. Pero ahora no. No digo que no me interese, pero es un aspecto ya superado por mi. Puedo afirmar tranquilamente que ante el hecho de vender o no vender me siento indiferente. Es algo que está fuera de mí; siempre lo estuvo. Uno hace las cosas para expresarse, para moverse. Y después... bueno, ya se sabe que el arte es una mecánica dura. Si ésta fuera una sociedad que respetara al arte, posiblemente todo sería distinto. Por otra parte, esos problemas me los hizo superar mi tarea cotidiana. Soy un empleado municipal y el sueldo que gano me permite vivir. Trabajo en el Consejo de Planificación Urbana. Allí tengo tiempo para pensar, además tengo las mañanas libres,, y los sábados y domingos los dedico a la escultura.

 

Esos dibujos, son bocetos para futuras obras?

-Si y no. Yo dibujo mucho, todos los días. El dibujo es para mí una disciplina y también un milagro; es quizá lo menos... contaminado de lo que hago. Es también una confesión, o un lenguaje: la escritura en forma de arabesco. A mí me sirve para acumular imágenes. Estoy enormemente preocupado por acumular imágenes. A veces hago un dibujo completo, pero esto no sucede a menudo. Respeto muchísimo el dibujo, de ahí, quizá, mi gran respeto por el papel blanco, que me produce una especie de complejo. Me parece que es una tremenda violencia poner el primer signo sobre un papel blanco.. Más aún, si es un papel de buena calidad. No sé muy bien por qué. Hay para mi una idea de pureza en el papel blanco. de pureza violentada, que me ha perseguido siempre. De todos modos, lo que importa no ca la calidad del papel, sino el trazo. Y creo que aquí es cuando el artista tiene que saber aprovechar las dificultades, las desventajas. Sacar partido, por ejemplo, de los materiales o elementos que usa. Porque trabajar con lo. mejor hace todo más fácil. Y muchas veces, las desventajas, en determinado momento, se vuelven a favor de uno. Y si el azar interviene, modificando los elementos y uno puede aprovechar todo esto, pienso que uno logra una gran victoria sobre uno mismo y sobre los materiales o herramientas que tiene en la mano.

 

¿Es muy importante esa victoria?

-¡Claro! ¡Es el gran juego! Y el gran. juego del artista es hermoso. Y tiene un sentido: poder vencer. Es importante eso de vencer. Antes de comenzar con esta técnica del vinílico, yo tuve mil desventajas. Me tuve que arreglar con palitos, con piolines. Pero me las ingenié para salir adelante. Porque al fin y al cabo, uno va logrando lo que quiere. Va venciendo los elementos. Es algo así como una astucia que hay que desarrollar. Una lucha en la cual o vencen los materiales o vence uno. Hasta ahora he vencido yo.

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